Ser instituto, por siempre
Por Carlos E. Chang Ch. y Rodolfo Díaz G., egresados en 1967
Después de medio siglo de haber egresado del Instituto Nacional de Panamá y mientras que este país vive una grave crisis de valores, nos permitimos reflexionar sobre el papel que ha debido jugar el “verdadero institutor”, en la conformación de una sociedad más solidaria, justa y humana; además de contribuir al crecimiento económico social panameño y, a través de su accionar, coadyuvar al fortalecimiento de los valores éticos y morales.
En la actual etapa de nuestras vidas, estas son preguntas que hacen todos los egresados: ¿Habremos cumplido nuestro papel de “verdaderos institutores”?, ¿han estado nuestras acciones inspiradas en principios y valores por los que luchamos en nuestra juventud?
La Dra. Reina Torres de Arauz afirmó, en una ocasión: “Ser institutor es una vivencia que jamás termina; y por eso somos aguiluchos para toda la vida”. No obstante, tenemos una reserva en cuanto a esta vivencia vitalicia, sobre todo, cuando observamos que muchos egresados, especialmente aquellos que han ocupado puestos importantes en el sector público adoptaron un estilo de vida que contrasta con los postulados y promesas de lucha que en un momento forjamos, llenos de ilusiones, en ese prestigioso plantel.
El “ser institutor por siempre” no es nada fácil. Es más, es tan difícil como definir qué es “ser panameño”, tarea que en una ocasión emprendió el Lic. Juan Materno Vásquez, quien fue presidente de la Corte Suprema de Justicia. Sin embargo, pretendemos acometer esta tarea a través de la identificación de las características o de las notas positivas que enmarcan el concepto de lo que significa “ser institutor”, y que constituía timbre de orgullo para todo estudiante que ingresaba a ese plantel, sabiendo, además, que se encontraría con un grupo de profesores del más alto nivel pedagógico y comprometidos con el fortalecimiento de la identidad nacional.
A nuestro juicio, “ser un verdadero institutor, por siempre”, implica que el concepto debe abarcar cierta esencia que caracteriza al pensamiento de los verdaderos institutores, y que es la guía de acción de cada persona, razón por la cual se manifiesta a través de la praxis por el resto de sus vidas, es decir, desde que son estudiantes en ese prestigioso plantel hasta el fin de sus días.
“Ser institutor por siempre”, es un proceso que comienza a forjarse en el pensamiento de los jóvenes que se matriculan en el Instituto Nacional, siendo ello la base de una actitud proactiva hacia la realización de los cambios que son necesarios realizar para lograr una mejor sociedad a largo plazo. Ello debe fundamentarse en el derecho, en procura de una sociedad más justa e igualitaria.
No obstante, la visión de cada uno de los institutores como individuos, sobre la situación futura personal que desean alcanzar ha de estar comprendida en una visión más amplia, constituida por la realidad social del momento que están viviendo, por lo que no existe independencia entre la visión individual y la visión colectiva que tenga la sociedad en un determinado momento.
La crisis del ser institutor y del ser panameño, está relacionada con la globalización económica de los años ‘90, que significó privilegiar los intereses económicos y el bienestar individual por encima de los intereses colectivos y sociales, de tal forma que al ser humano se le valora por el peculio y no por sus valores intrínsecos. Se trata al individuo como mercancía económica.
La creación de la Fundación Pro Instituto Nacional, en 1996, por iniciativa del profesor Héctor Peñalba, docente por muchos años en el glorioso Nido de Águilas, no es un hecho casual, ya que, sin lugar a dudas, en ese momento, se percibe la captura del Estado por las fuerzas económicas del país y el correspondiente deterioro de acción a favor de la sociedad panameña, de parte de los gobernantes de turno. Paralelamente, se registra el deterioro de la actitud crítica de los institutores hacia los malestares de la sociedad civil.
El deterioro del Estado Panameño fue percibido desde 1984, cuando se plantea, con carácter de urgencia, realizar una reforma constitucional radical para construir la Quinta República Panameña, proyecto que no se ha materializado.
El nacimiento de la Quinta República implica iniciar un proceso de reingeniería social y de cambio del panameño actual, orientado a erradicar las conductas y actitudes del “juega vivo”, práctica que es manifestación de una crisis profunda derivada de la corrupción generalizada que ha ido creciendo y desarrollándose en el país desde el proceso electoral de 1984. El sistema político ha puesto en primer plano a figuras políticas y gobernantes que sólo piensan en servirse del pueblo y no servirle al pueblo.
En los momentos actuales, se plantea el rescate del Instituto Nacional de Panamá. Por ello, hay que insistir en el relanzamiento de la Fundación Pro Instituto Nacional, cuya existencia necesita ser mercadeada para que se conozca a nivel de todas las generaciones institutoras que pudieran estar aportando a la misma, en función del conocimiento de su visión y misión para el rescate del plantel, reconocido en otros tiempos por liderar luchas a favor del pueblo panameño y ser semilla de ciudadanos ilustres y destacados en las diferentes áreas del conocimiento científico y social.
El objeto del cambio mediante las acciones de los estudiantes y los egresados del Instituto Nacional es la realidad social en la cual están comprendidos otros sujetos, quienes son actores de dicha realidad y que también desean cambiarla o transformarla. Existen grupos que se oponen a todo cambio, ya que les conviene mantener o conservar la situación vigente, principalmente los que han logrado la captura del poder político del Estado y quienes representan un ejemplo negativo para los jóvenes panameños, en lo relativo al comportamiento de un servidor público transparente y eficiente.
El espíritu del “verdadero institutor”, se caracteriza por la posesión de un espíritu de cambio hacia el progreso o desarrollo de la sociedad panameña y de su situación personal, lo cual no debe lograrse a través del desmejoramiento del resto de los individuos.
La conducta corrupta de los individuos, la cual es el flagelo que está acabando con la integridad de la sociedad panameña, es una falta moral y un delito legal, y se define como la ejecución de acciones de un individuo con la correspondiente obtención de beneficios personales, en detrimento de la situación del resto del grupo al que pertenece y afectando, negativamente, el bienestar colectivo.
El verdadero institutor es aquella persona que no claudica y su conducta no se doblega frente a tentaciones que le pueden otorgar beneficio personal, en detrimento del beneficio social, razón por lo cual el verdadero institutor no se pone en oferta o venta al mejor postor, representado por grupos de poder económico y político.
El espíritu del verdadero institutor desaparece cuando éste individuo asume una actitud conformista y pasiva, respecto a los cambios que se deben generar para avanzar hacia un mejoramiento colectivo de la sociedad panameña.
Ser “verdadero institutor” es tener un espíritu liberal, es decir, una persona amante de la libertad. Ello implica no estar subordinado a ataduras ideológicas de carácter religioso, condición que estuvo definida desde la fundación del Colegio, cuando se declaró que la educación en este centro de enseñanza sería laica, en contra del pensamiento de políticos conservadores que gobernaban al país.
El “verdadero institutor” debe tener una mente analítica y reflexiva y no sólo una formación laica. Su visión de la sociedad debe estar orientada a hacer desaparecer desigualdades sociales y económicas, y ser solidario con todas las acciones encaminadas a proyectar la imagen positiva del país, pero, sobre todo, ser defensor de la integridad territorial y soberanía nacional.