Por Félix E. Villarreal V.
Publicista y Comunicador Social, con especialidad en Docencia Superior.
“La productividad del suelo debe ocupar un lugar cada vez más prominente en el pensamiento de los pueblos y de sus conductores. Como fuente de alimentos para toda la humanidad debe ser objeto de la consideración inteligente y permanente que merece una riqueza tan indispensable”. “La ciencia debe dedicar inevitablemente una proporción creciente de sus esfuerzos a los problemas de mantenimiento y mejoramiento del suelo productivo”. Esto lo señaló el científico Hugh Hammond Bennet, quien advirtió a mediados del siglo pasado sobre una de las catástrofes que se evidencian en muchos países, incluido Panamá, ante la falta de conciencia real sobre la importancia de conservar los suelos.
En ese contexto, creo importante compartirles que Hugh Hammond Bennett, fue un científico norteamericano del estado de Carolina del Norte, que inspirado por las ciencias trabajó conjuntamente con el Departamento de Agricultura de ese país para orientar sobre los problemas del agotamiento de los nutrientes de las tierra, debido a las sequias y la contaminaciones provocadas por el hombre, y sobre la importancia en el cuidado y conservación de esas tierras para producir alimentos que requieren los pueblos. Además, Bennett fue impulsor y creador del movimiento de conservación de los suelos en Estados Unidos, su tierra natal. A razón de su muerte, el 7 de julio de 1960 en Burlington, Carolina del Norte, desde el año de 1963, se conmemora mundialmente para esa misma fecha; “El Día de la conservación del suelo”.
De acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO en inglés), “Para adquirir la seguridad alimentaria y medios de vida se aplican métodos apropiados del manejo de la tierra que ayudan a invertir la degradación de recursos del suelo, agua y biológicos y para aumentar la producción de cultivo y ganadería”. Sin embargo, de acuerdo a diversos estudios científicos, los efectos de degradación son numerosos, entre los cuales se incluye la disminución de la fertilidad del suelo, elevación de acidez, salinidad, alcalinización, el deterioro de la estructura del mismo suelo, la erosión eólica e hídrica acelerada, la pérdida de la materia orgánica y de biodiversidad.
Especialistas en el tema señalan que debido a la acción de esos efectos o agentes climáticos, las capas superficiales son arrancadas o deslizadas de su punto original y transportadas a lugares muy distantes, que a su paso van perdiendo su calidad y sus nutrientes. Ello significa que el suelo removido no podrá ser retornado a su estado anterior, por lo que tomará muchos años en volver a formarse en capas de suelo fértil y apto para producir frutos o alimentos.
Esos procesos climatológicos, provocados de forma natural o por la intervención humana, entiéndase (deforestación indiscriminada, el uso excesivo de fertilizantes químicos, la minería a cielo abierto, la lixiviación, quemas incontroladas, hidroeléctricas, entre otras), dejan como resultado final tierras muy improductivas, cuya condición de la erosión es irreversible. La degradación trae como consecuencia que la productividad y los ingresos económicos relacionados a los beneficios de la agricultura disminuyan frente a las demandas de la población. En otro sentido, provoca también el fenómeno de la migración del campo hacia áreas urbanas en busca de otras fuentes y mecanismos de ingreso y supervivencia, lo cual da como resultado un crecimiento de la pobreza en esas áreas rurales.
De acuerdo a especialistas y datos de la ONU, en la actualidad del siglo XXI ya existe una población de más de 7.200 millones de personas habitando la Tierra, las cuales están obligada a disponer de más de 1.200 millones de hectáreas para sembrar y producir; para poder subsistir. Sin embargo, en la medida que no sean definidos mecanismos de planificación y políticas del cuidado de la tierra, como fuente principal y proveedora de los alimentos, este problema se agudizará en todo el planeta.
“La tierra productiva es nuestra base, porque cada cosa que nosotros hacemos comienza y se mantiene con la sostenida productividad de nuestras tierras agrícolas”, expresó en su momento Hugh Hammond Bennett, considerado por científicos como “el padre de la conservación del suelo”.
Como ciudadanos comprometidos y consientes en el caso de Panamá, hay que entender que la conservación de los suelos en toda la geografía nacional es muy importante para garantizar los alimentos y, por ende, la vida.
Según el Ministerio de Ambiente, en muchos puntos de la geografía panameña, han sido desarrollados con éxito proyectos en diversas fincas agropecuarias, donde son aplicadas prácticas de cultivos orgánicos y alternativos, que han mejorado los suelos que antes estaban degradados y contaminados por las quemas de pastizales y el uso indiscriminado de plaguicidas.
Frente a esa realidad, es importante que la población tome conciencia sobre la degradación e infertilidad causadas a la madre tierra, debido a malas prácticas, como las quemas y contaminantes utilizados en la agricultura. Hay que educar y orientar a los pequeños, medianos productores sobre el deterioro provocado a la flora y fauna aún existentes en laderas, parcelas y en algunas áreas boscosas, que destruye los nutrientes y materia orgánica necesaria para mantener la fertilidad de los suelos.
Es imprescindible generar cambios positivos en los hábitos y procesos de la agricultura tradicional, con el objetivo de obtener una mejor producción de alimentos y productos que ofrece la madre tierra, y que sean competentes a las demandas que la población exige. Es decir, lograr productos de calidad, que mejoren la producción alimentaria de forma saludable para la población.