Por Julio Bermúdez Valdés
Especial para Bayano digital
A las 7:45 de la mañana de este cuatro de diciembre ha partido Ramiro. Si, Ramiro, a secas, Ramiro Vásquez Chambonnet. El amigo, el compañero, el militante, el tipo jodido, afable, en fin, combatiente de las mil facetas; brillante en sus análisis, el de la “buena muela” y las mas amplias relaciones; el que desde los 16 años de edad integró las filas de los luchadores sociales panameños, y en las que le corresponde una admirable cuota de aporte, con sus altas y sus bajas, con su defectos y virtudes, con su conducta de revolucionario y su sencillez de humano… y por lo mismo ampliamente conocido.
Nadie, incluido sus detractores, podrán negar la gran capacidad política de este hombre que dedicó su vida a dos objetivos concretos, la lucha panameña por su soberanía y a la organización por los derechos sociales y políticos de las mayorías.
Nacido el 5 de noviembre de 1942, integró una generación panameña y regional desprendida que estelarizó dotes de organizador, reclutador y dirigente desde finales de los años 50 del siglo XX, y en la que dirigió un destacamento juvenil vinculado a la clase obrera y los campesinos, integrando y viviendo la clandestinidad del Partido del Pueblo, a donde lo llevó tempranamente el ingeniero Hugo Víctor.
En los días aciagos de la huelga bananera de 1963 tomó contacto con el general Omar Torrijos en hecho poco conocido: designado por el partido como parte del equipo que organizaba y dirigía la huelga, fue detenido por unidades de la entonces Guardia Nacional y llevado al cuartel de David, donde estaba el mayor Omar Torrijos, jefe de la zona. Torrijos lo increpó por su labor en forma drástica. Por varios minutos Ramiro lo escuchó en una sesión donde también estaba el jefe de los Cuerpos de Paz de EEUU.
Al final, con el ímpetu de su juventud de esos años, le preguntó al militar : “¿ya terminó?, y aquel se le fue encima, detenido por los presentes. Ramiro fue devuelto a su celda, pero en la noche un guardia lo sacó y lo llevó a la parte de atrás del cuartel donde lo esperaba un militar delgado, de baja estatura, y quien lo invito a subir a un auto que estaba en marcha. Ramiro dudó, pero el militar no llevaba armas, y le dijo: “Vamos Ramiro”. Subieron y por varios minutos no intercambiaron palabras.
Al llegar a un restaurante, el suboficial le dijo: “Soy Manuel Antonio Noriega y vengo de parte de mi mayor Torrijos. El quiere que sepas que ambos, tu y él, buscan lo mismo, pero por distintas vías”. El encuentro marcó el inicio de una relación que no paró hasta la muerte de Torrijos.
La larga e intensa vida de Ramiro va a requerir de una intensa y larga biografía en los distintos escenarios donde actuó; de su militancia en las filas del Partido del Pueblo, hasta septiembre de 1974; de sus vínculos con la Revolución Cubana, y con una generación de líderes regionales; de su integración total al proceso Torrijista con la fundación de lo que históricamente se ha conocido como “La Tendencia”, decisiva en la formación del Partido Revolucionario Democrático donde alcanzó importantes grados de responsabilidad.
En fin, con su muerte nace la leyenda, de la que con seguridad surgirán muchos ángulos. Lo cierto es que desde los años 60 tanto en la Universidad de Panamá como en estructuras territoriales nacionales y en las filas gubernamentales, Ramiro fue una figura de influencia innegable.
Hijo de Ramiro Vásquez y María Luisa Chambonnet, compartió su vida con la también luchadora María Virginia Ramírez. Deja una trayectoria que rastrear, hijos y nietos de afectos sostenidos y admiradores suyos. Amigos, muchos amigos, con algunos de los cuales celebró el pasado cuatro de noviembre su cumpleaños 78. Hasta luego Ramiro. (JBV)