Protege los océanos del mundo

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En Greenpeace trabajamos desde hace años para lograr que las autoridades de cada país impulsen un Tratado Global de los Océanos. Este documento determinaría las bases para que grupos de gobiernos creen e implementen una red de santuarios marinos en diferentes lugares del planeta.

Los santuarios brindarían un refugio seguro para que las poblaciones de animales se recuperen de los efectos del impacto humano en el ecosistema marino. En estas áreas estaría prohibida la pesca industrial y la extracción de petróleo y gas, entre otras actividades destructivas.

En la actualidad, menos del 1% de los océanos globales está protegido. Son las aguas que están más allá de las fronteras nacionales, también llamadas aguas internacionales o alta mar. Cubren más de 230 millones de kilómetros cuadrados, una superficie equivalente a casi la mitad de la Tierra. Sin embargo, no existen normas mundiales para preservarlas.

Por esta razón, en septiembre de 2018, por primera vez en la historia, las autoridades de diferentes países se reunieron en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York para comenzar a discutir un plan para resguardar los océanos y su biodiversidad. El segundo encuentro se realizó en abril de 2019 y continuarán durante 2020. Una delegación de Greenpeace asiste a cada convocatoria para promover la discusión de un Tratado Global de los Océanos.

Los próximos años son decisivos porque las industrias pesqueras, las empresas mineras y las compañías de combustibles fósiles intentarán intervenir y convencer a los líderes mundiales para que nada cambie.

Por eso, tenemos que seguir trabajando. Necesitamos que nuestros representantes defiendan los océanos. Sin dudas, esta es una oportunidad histórica para hacerlo realidad. La vida del planeta, incluso la nuestra, depende de ellos.

¿Cuáles son las principales amenazas para los océanos?

  • Cambio climático
  • Pesca industrial
  • Acidificación
  • Contaminación por plásticos
  • Minería en los fondos marinos
  • Extracción de petróleo

La comunidad científica reclama que al menos el 30% de los océanos del mundo esté protegido para el 2030 a través de una red de santuarios marinos, áreas a salvo de la explotación humana. De esta forma, se podrían evitar los peores efectos del cambio climático y garantizar la seguridad alimentaria para miles de millones de personas.

Del polo norte al polo sur: una expedición histórica por los océanos

En abril de 2019 comenzamos un viaje desde el Ártico a la Antártida, a bordo de nuestros barcos Esperanza y Arctic Sunrise, para promover un Tratado Global por los Océanos. Desarrollamos una investigación científica con el fin de mostrar la frágil situación de las aguas internacionales y los riesgos que enfrentan. Investigadores, científicos, fotógrafos y periodistas formaron parte de la tripulación.

La ruta Ártico

Un equipo de científicos del clima y biólogos marinos investigó el impacto que produce el cambio climático en la región y en las especies que la habitan.

Ciudad perdida (océano Atlántico)
Es un ecosistema de fuentes hidrotermales donde se otorgaron licencias para desarrollar minería en los fondos marinos.

Mar de los Sargazos (Triángulo de las Bermudas)

Nuestro equipo investigó el impacto de la contaminación por plásticos en el ecosistema y su biodiversidad.

Arrecife del Amazonas (al norte de Brasil y en la Guayana Francesa)

Este ecosistema fue descubierto recientemente, sin embargo, varias empresas quieren buscar petróleo en el área.

Monte Verna (África)

Es una montaña submarina que se eleva desde una profundidad de más de 4.500 metros. Sufre graves impactos por la pesca industrial.

Atlántico Sur

La pesca industrial pone en peligro los recursos marinos y el hogar de especies como la ballena franca austral.

Antártica

Allí viven pingüinos, calamares y grandes ballenas, pero están amenazados por el cambio climático y la pesca industrial.

Protejamos los mares del Atlántico Sur, el hogar de la ballena franca austral

Nuestro equipo a bordo del barco Esperanza llegó al océano Atlántico Sur a fines de 2019 para denunciar la pesca sin control que se realiza en la zona.

Cada año más de 400 buques de potencias pesqueras industriales, subsidiados por sus gobiernos, navegan hasta allí en busca de merluza, merluza negra y calamar. Debido a la falta de protección de las aguas internacionales que bordean al Mar Argentino pueden pescar de forma indiscriminada y sin pausa.

Mientras las naves se llevan los recursos marinos, la ballena franca austral se traslada desde la Antártica hacia la Península Valdés, en la provincia de Chubut, en Argentina, para tener crías y aparearse. Pero durante el recorrido queda expuesta a chocarse con los buques industriales, a lastimarse o enredarse en sus redes.

Más de 40 especies de la región del océano Atlántico Suroeste se encuentran en un estado frágil de conservación, sin embargo, conviven con la amenaza de la pesca destructiva en el área. Incluso cachalotes, delfines, orcas y elefantes marinos tienen que competir con los pesqueros que se llevan su alimento: el calamar.

Las crueles prácticas de la pesca industrial

Los pescadores utilizan un método conocido como pesca de arrastre de profundidad. Vuelcan una bolsa de red al océano, de entre 60 y 100 metros de ancho y más de 200 de largo, y la arrastran con cadenas por el fondo marino, como si fuese una topadora. De esta manera, arrasan con toda la flora y fauna que encuentran en su recorrido.

Al no tener ningún tipo de control ni regulación, los barcos usan redes ilegales que evitan los sistemas detectores de mamíferos. Además, las redes tienen agujeros muy pequeños donde quedan atrapados animales.

Sumado a esto, los pescadores industriales utilizan palangres (líneas con anzuelos) de hasta 4 mil metros de largo. Con este método se producen capturas accidentales de diferentes especies, entre ellas el albatros, ave marina en peligro de extinción. Las aves se ven atraídas por las carnadas que se enganchan en los palangres, vuelan hacia las líneas y quedan atrapadas en los anzuelos. Luego son arrastradas hasta el fondo del mar donde mueren ahogadas.

Al finalizar la captura, los responsables de la pesca descartan las especies que no tienen valor comercial para ellos. Los animales, ya muertos, son arrojados al agua y además, terminan degradando la calidad del mar.

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