Una tajada de sandía que dejó huellas históricas

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Fruta codiciada por los estadounidenses.

El 15 de abril de 1856 arribó al puerto de Colón el vapor “Illinois” conduciendo cerca de un millar de pasajeros de nacionalidad…

Redacción Digital La Estrella
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El 15 de abril de 1856 arribó al puerto de Colón el vapor “Illinois” conduciendo cerca de un millar de pasajeros de nacionalidad estadounidense. Venían al Istmo de tránsito para California, a fin de engrosar el número de los “buscadores de oro” que por decenas de millares invadían la región aurífera que en 1848 cediera México a los Estados Unidos.

A las 4, poco más o menos de ese día, los vagones de la Compañía del Ferrocarril vaciaron sobre Panamá su cargamento humano, la mayor parte del cual quedó por los alrededores de la estación, entonces situada en la barriada llamada La Ciénaga, cerca del lugar por donde habían de embarcarse esa misma noche en el vapor “Taboga” para seguir viaje marítimo hacia el Oeste.

Un norteamericano llamado Jack Oliver pidió a José Manuel Luna, vendedor de frutas, una tajada de sandía que, luego de devorarla, no quiso pagar. Por el insignificante valor de un real, que era el precio de la fracción de sandía, se suscitó una disputa entre los dos hombres y Oliver sacó imprudentemente una pistola para intimidar al frutero. Luna no se arredró a la vista de arma, sino que a su vez cogió su cuchillo de partir frutas y se enfrentó al yanqui, resuelto a hacer respetar su vida y su derecho.

Choque transnacional

Un connacional del americano que presenciaba la escena transó a tiempo la discusión pagando el real de la disputa. En esto un peruano original de Piura, llamado Miguel Habraham, creyendo en peligro al panameño, por solidaridad racial quiso intervenir a favor de Luna, lo cual chocó a Oliver, quien haciendo uso del arma disparó contra el peruano, aunque sin causarle herida. Este se lanzó sobre su agresor y luchó hasta arrebatarle la pistola, echando a correr con ella. Oliver, acompañado de otros yanquis que se habían acercado al alboroto, salió detrás de Habraham. Entonces varios hombres del pueblo viendo perseguido al peruano intervinieron a su vez en defensa del fugitivo y agredieron con puños, piedras y garrotes a los yanquis. A las voces de “help!, help!, help!” que daban éstos, otros americanos se les unieron y se entabló así una lucha entre yanquis y criollos.

Ilustración del Incidente de la Tajada de Sandía.

Tumulto callejero 

De las fondas y cantinas que había alrededor de la estación llena de pasajeros salieron éstos para tomar parte en la pelea; de las casas de vecindad corrieron los panameños para reforzar a los suyos. La lucha adquirió proporciones de batalla campal.

Los panameños, en compañía de varios latinos, enardecidos, acudían de otros barrios al lugar del combate del que participaron al punto. Los yanquis buscaron refugio en el Hotel McFarland, inmediato al lugar de la acción, donde se defendieron haciendo fuego de sus pistolas sobre sus atacantes. Muchos disparaban desde la misma estación.

Tal fue el alboroto que el cura de Santa Ana, presbítero Domingo Jiménez, atribulado mandó tocar “fuego” por las campanas del templo. La llamada de las campanas aglomeró una multitud en el lugar del combate. El motín cambió sus aspectos por una lucha de barricadas al atrincherarse el pueblo panameño en las aceras de los edificios donde estaban refugiados sus contendores disparando sus armas.

Las consecuencias

En este estado de las cosas se presentó la autoridad. Vino un piquete de soldados acompañado del Gobernador del Estado, don Francisco de Fábrega, el Cónsul norteamericano Sr. Teodoro de Sablá; de don Pedro de Obarrio Pérez, etc., los cuales fueron recibidos con una andanada de tiros desde la estación, quedando heridos los dos últimos caballeros y perforado por una bala el sombrero del Gobernador. Con ayuda de la fuerza pública, el populacho asaltó entonces la estación, la que fue tomaba violentamente.

Habiéndose mezclado entre los combatientes una cantidad de negros antillanos que por la cesación de los trabajos de la Compañía del ferrocarril vagaban por los barrios bajos, estos se dedicaron al pillaje de la mercancía guardada en los depósitos.

El resultado del motín fue de 17 muertos y 30 heridos de una y otra parte.

Reclamos de EEUU

Como consecuencia de tan lamentable suceso, el gobierno de los Estados Unidos presentó una serie de reclamaciones al gobierno granadino. Concretamente, sus exigencias fueron las siguientes:

1- Cesión en plena propiedad a los Estados Unidos de la isla de Taboga, Taboguilla, Urabá, Flamenco, Naos, Perico, etc. para establecer una estación naval en la bahía de Panamá;

2- Pago por los daños de la destrucción y robo de la mercadería que había en la estación del ferrocarril e indemnización a las familias de los norteamericanos muertos y heridos en el combate;

3- Renuncia en favor del Gobierno americano a los derechos del gobierno granadino por la concesión del ferrocarril transístmico; y

4- Establecimiento a uno y otro lado de la línea del ferrocarril de una zona entre costa y costa de 10 millas de ancho, incluyendo en ellas la ciudades desde Panamá y Colón, las cuales constituirían dos municipalidades independientes controladas hasta cierto punto por los cónsules norteamericanos y bajo la protección de los Estados Unidos.

La condena

Con tan absurdas pretensiones fueron rechazadas enérgicamente por el gobierno de la Nueva Granada, los Estados Unidos enviaron al istmo los barcos de guerra “Cyano”, “Fulton” y “St. Mary”, con tropas de desembarco para ocupar el territorio panameño demandado.

La Nueva Granada protestó airada por esta exhibición de fuerza, como por la injusticia de las reclamaciones. Dio una brillante batalla diplomática y logró que los Estados Unidos aceptaran someter sus demandas al dictamen de una Comisión Mixta. Esta condenó a la República de la Nueva Granada a pagar $412.394 oro, como indemnización y el ruidoso pleito por la tajada de sandía quedó finalizado. Con la renta misma que pagaba el Ferrocarril, de $250.000 anuales, se canceló la deuda.

Así terminó el trágico incidente provocado por el peruano Habraham, quien por solidaridad racial quiso defender al frutero de Parita, contra la agresión brutal de un yanqui tramposo.

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