Redes sociales, política y poder

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Redes sociales en expansión.

Redes sociales, política y poder

Las redes no favorecen acciones colectivas que descansen en una estructura organizativa y programática y conspiran contra la posibilidad de crear un capital organizativo en la población.

Por Enoch Adames M.
periodistas@laestrella.com.pa

Las redes sociales, como se ha manifestado, llegaron para quedarse. Ellas constituyen lo que se ha denominado la Web 2.0 ‒la otra es la plataforma madre World Wide Web‒, nivel que define y profundiza uno de los rasgos esenciales de nuestra sociedad hoy y que anticipan un futuro societal estructurado por la cibernética, la informática y la digitalización.

La Web 2.0 la configuran un conjunto de instituciones, relaciones y soportes de complejidad electrónica, que tienen como base diversas herramientas digitales orientadas a la comunicación. Lo políticamente interesante es que tienen la capacidad potencial de impactar de diversas maneras a la sociedad en la medida en que ellas evolucionan. Son entre otras, Facebook, Myspace, Twitter, Instagram, Linkedln.

Para el año 2015, se estimaba que aproximadamente 3.2 mil millones de personas, casi la mitad de la población mundial tenía acceso a Internet. Sin embargo, Facebook a inicios del 2018 contaba con 2,167 millones de usuarios activos; YouTube con más de 1,500 millones; Instagram, más 800 millones; Linkedln 260 millones y Twitter, más de 320 millones. Esta última, aun cuando es la red social de más lento crecimiento, se ha vuelto imprescindible debido a que: se desenvuelve en tiempo real; puede ser transformada en un instrumento de comunicación de instituciones o empresas; y porque tiene una naturaleza “mayoritariamente pública” (EFE).

¿Qué son las redes?

Los datos aportados ponen en perspectiva la importancia que tiene la Web 2.0 y en ellas las redes sociales. Pero, qué son y a donde nos llevan. Las redes sociales constituyen espacios de interacción entre individuos y grupos que se orientan en función de la satisfacción de un conjunto de necesidades materiales y/o simbólicas, donde la realización de estas necesidades supone esencialmente el intercambio de bienes de igual naturaleza. Este intercambio descansa en el vínculo directo, constituyéndose en el dispositivo fundamental de la red. Dispositivo esencial que sirve de soporte para la creación de supuestas comunidades a partir de la acumulación de sociabilidades y sensibilidades que transitan por ese entrando de relaciones que llamamos red.

Importa destacar la posibilidad de creación de lazos interpersonales como un subproducto de este intercambio en redes, ya que son la resultante de una reiterada interacción y de las emociones que también se trasmiten a través de dicho intercambio. Lo que está en discusión es si una interacción de naturaleza anónima, que prescinde del contacto “cara a cara”, puede dar lugar a una comunidad de relativa permanencia.

No obstante, las redes poseen una innegable implicación política al servir de campo o espacio para el intercambio de: información, intereses, propaganda, denuncias, consignas, claves ideológicas, etc. Esta perspectiva convierte el tema en centro de interés cultural y político, en la medida que las redes parecen constituirse en una nueva dimensión del espacio público y sirven supuestamente de soporte de una opinión pública de nuevo tipo.

Espacio y Opinión Pública

La democracia participativa y representativa descansa en ese concepto originario que da lugar al ciudadano como sujeto de la democracia y al espacio público como un campo de construcción de una opinión pública referida a los temas de interés político tanto sustantivos como procedimentales. Jürgen Habermas, teórico alemán, imprescindible en este tema entiende la opinión pública, como una instancia crítica en relación al ejercicio normativamente establecido del poder social y político. También como una instancia receptiva frente a una reconocida y legítima institucionalidad política, representativa de personas e instituciones, de bienes políticos y de programas.

En ambos casos la opinión pública significa una crítica e informada toma de posición desde el espacio público frente a temas de política pública; esto es, de cara a los temas del poder. Dicho de otra forma, “El Estado moderno presupone como principio de su propia verdad la soberanía popular, y esta, a su vez, tiene que estar encarnada, por la opinión pública”.

Redes y espacio público / misión y visión de FLACSO

La Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) es un organismo regional, instituido por la UNESCO para impulsar y satisfacer necesidades en el conocimiento de las Ciencias Sociales.

El Programa FLACSO-Panamá busca dotar a la población de análisis sobre los principales problemas que la aquejan, y contribuir con las estrategias de programas de solución.

Sin embargo ‒y pese a lo que se sostiene‒, las redes sociales no constituyen comunidades permanentes en el afán de configurar compromisos y lealtades sociales o políticas con la densidad suficiente para constituirse en una opinión pública de nuevo tipo, en el sentido que le da Habermas. Con todo, la comunicación es esencial en la construcción de los vínculos sociales y emocionales necesarios para configurar comunidades e identidades trascendentes, y el internet es comunicación, pero es comunicación electrónica.

La clave está, sin duda, en la naturaleza de la comunicación, cuyo rasgo esencial es la volatilidad, la plasticidad, lo incidental, el exceso, la copia, todo un desborde de flujo de información que cambia con la coyuntura y esta se hace obsoleta a la par de la información que provee. Es el presente permanente sin pasado ni futuro, es la sociedad líquida cuyo rasgo esencial es retroalimentarse de un statu quo que reproduce monótonamente a la sociedad.

Reconociendo que la Web 2.0 crea nuevos patrones de interacción cuya fluidez conecta con esa sociedad liquida de la cual nos alerta Z. Bauman, quizás lo más preocupante de las redes es el exceso de información y la afirmación de una “cultura” más preocupada de la elección individual que en la responsabilidad de la elección. Es por ello que, ante la ausencia de una cultura de responsabilidad social y política, lo disuelto por esta “modernidad liquida” no es remplazado por formas sociales “mejoradas”, y “permanentes”.

El poder detrás

Las redes proyectan una horizontalidad de relaciones que es simulada o falsa ya que su realidad organizativa corresponde a una programada matriz de interacciones. A su vez, los usuarios de las redes sociales no interactúan “cara a cara” al emitir opiniones y en cuanto no exponen sus identidades. Esta omisión los aleja de convertirse en voluntades políticas y en acciones colectivas responsables, orientadas por un programa democráticamente deliberado (Putnam). Desde esta perspectiva, las redes son disolventes de cualquier acción colectiva que descanse en una estructura organizativa y programática y conspira contra la posibilidad de crear un capital asociativo en la población. Es un soporte que favorece al francotirador que dispara desde la comodidad de su casa.

Las redes llegaron para quedarse. Sin embargo, es importante seguir la senda de la Comunidad Europea (CE) en exigirles un código de conducta que permita luchar de manera efectiva contra la desinformación y las falsas noticias, acciones que deben ser consideradas desestabilizadoras para la convivencia solidaria y democrática. Esta exigencia ética va acompañada por parte de la CE de rigurosas explicaciones hacia las redes de cómo es que se distribuyen y se muestran las informaciones; como también, del funcionamiento de los algoritmos que se encargan de esa selección.

Corolario

Conscientes del poder de las redes sociales y su capacidad potencial de corromper los procesos electorales a través de la desinformación deliberada, noticias falsas (fake news) con facultad de influir y manipular el comportamiento de segmentos importantes de la población, es que se constituyen en una amenaza real para la deliberación informada y responsable en el debate político ‒particularmente en los eventos electorales‒ y la razón superior de ser reguladas.

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