Panamá y la relación de dependencia. Editorial del 4 de diciembre

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Desde que hace un año los gobiernos de la República Popular China y Panamá anunciaron en Pekín el inicio de relaciones diplomáticas y la firma de acuerdos comerciales, se produjo un salto cualitativo de este país que durante un siglo ponderó los vínculos económicos, políticos, diplomáticos y culturales con Estados Unidos, la primera potencia mundial.

La visita oficial realizada esta semana a Panamá por el presidente chino Xi Jinping confirma el interés de la potencia emergente en desarrollar la iniciativa de la Franja y la Ruta, con el uso de la posición geográfica panameña, pero también expone las falencias panameñas en la definición de su interés estratégico en esa relación, que pasa por un proceso de estudios.

Para la clase política de este país está claro que las aceleradas negociaciones con China fueron determinadas por el interés de elites del capital financiero que dominan la esfera gubernamental, y no por las acciones de consenso y un programa estratégico, en circunstancias en que Estados Unidos pierde terreno global y se aferra a su poder de intimidación, persuasión y chantaje.

Sin una estrategia clara, con efecto a largo plazo, Panamá puede perder la oportunidad de construir unas relaciones firmes, serias y estables con China, que en su debido momento respaldó la lucha patriótica y nacionalista de los panameños para la recuperación del Canal de Panamá y el gradual desmantelamiento de las bases extranjeras y los sitios de defensa a ambos lados de la franja canalera.

Panamá debería regirse por una política exterior consecuente, y no por aquella que en la víspera de la llegada de Xi Jinping emitió un comunicado para lamentar la muerte del ex presidente George H. W. Bush, quien en 1989 ordenó la invasión militar de Estados Unidos a este país. Tampoco debe predominar en esa política la coima o la actitud servil de “qué hay para mí”, orientada a enriquecerse a cambio de favores.

Las relaciones internacionales de Panamá se han tejido con un sesgo de dependencia y claudicaciones tras la invasión estadunidense de 1989. Pero, es hora de cambiar ese destino fatalista de sumisión, para que las relaciones con China generen un giro con un sentido estratégico, enfoques y rectificaciones en un contexto global determinado por notables riesgos y amenazas económicas y políticas.

Panamá requiere una política exterior consecuente y dinámica, que haga respetar el principio de soberanía, autodeterminación y el legado de los mártires. Es imposible construir un modelo de equidad y buena gobernanza sobre la base del dolo, intereses mezquinos y usurpación. El país necesita derrotar la mentalidad entreguista de «waiter» entronizada en el Estado panameño y sus instituciones.

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