La muerte de la centroizquierda y los Trumpistas ULTIMA ENTREGA

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Wolfgang Streeck. (Foto: Google).

El CAMBIO DE CLASE A GRUPOS DE STATUS HA DEJADO PROFUNDAMENTE RESENTIDOS A LOS RESTOS DE LA CLASE OBRERA TRADICIONAL

La muerte de la centroizquierda y los Trumpistas

ULTIMA ENTREGA

“Cuando la clase obrera desmovilizada se sienta abandonada gira políticamente en favor de los intereses específicos de pequeños grupos”.

Wolfgang Streeck

Ciudades versus Hinterlands

Una de las grietas estructurales, en las sociedades contemporáneas que ha permitido florecer al Trumpismo, es una hendidura en rápido crecimiento entre las ciudades y un desindustrializado interior, más o menos rural. Las grandes ciudades son el polo de crecimiento de las sociedades postindustriales. Son internacionales, cosmopolitas y políticamente favorables a la inmigración, en parte porque su éxito en la competencia mundial depende de su capacidad para atraer talento de todo el mundo.

Las ciudades también requieren un suministro de trabajadores de baja calificación y bajo salario, que limpian oficinas, proveen seguridad, preparan comidas en restaurantes, y cuidan a los hijos de familias con doble carrera. La clase media blanca que ya no puede permitirse el aumento de su alquiler, se encuentran viviendo en comunidades con inmigrantes, o se trasladan a los suburbios.

La separación geográfica tiene profundas consecuencias culturales y políticas. Las elites urbanas pueden imaginarse moviéndose con facilidad de una ciudad global a otra ciudad global; moverse de Nueva York a Iowa es otro asunto. Las fronteras nacionales son menos importantes para las élites urbanas que las fronteras culturales e informales entre comunidades urbanas y rurales.

A medida que los mercados laborales urbanos se vuelven globales, los solicitantes de empleo de los “hinterlands” nacionales deben competir con el talento de todo el mundo. La globalización crea un incentivo para que los gobiernos y los empleadores no inviertan demasiado en educación. ¿Por qué molestarse? Siempre pueden cazar mano de obra calificada de otros países. Así es como Estados Unidos combina uno de los peores sistemas escolares del mundo con las mejores universidades y centros de investigación del mundo.

Hay una barrera cultural casi insuperable entre la ciudad y el país, algo conocido desde hace mucho tiempo, tanto para los habitantes de las ciudades como para los campesinos. Los habitantes de la ciudad desarrollan una visión multicultural y cosmopolita. A medida que sus valores convergen con sus intereses, lo que solía ser liberalismo social se inclina hacia liberalismo de libre mercado. Desde el punto de vista de las provincias, por supuesto, el cosmopolitismo de élite sirve a los intereses materiales de una nueva clase de ganadores globales.

El desprecio mutuo se ve reforzado con un aislamiento autoimpuesto; ambos lados hablando sólo dentro y fuera de sus territorios, unos a través de los medios de comunicación, ubicado en las ciudades, el otro a través de canales de Internet privados y autoconstruidos.

La política del resentimiento

Con la modernización neoliberal viene con un programa de reeducación cultural. La guerra liberal contra la tradición, emprendida por las élites metropolitanas, y las reformas económicas neoliberales están relacionadas. La primera sirve de tapadera para la segunda. Ambas tratan de redefinir la solidaridad social y el igualitarismo económico. Las comunidades sociales basadas en un sentido común solidario están siempre en riesgo de albergar o recaer en una actitud hostil al progreso capitalista.

El neoliberalismo defiende el logro individual sobre la solidaridad colectiva. En términos del análisis seminal de TH Marshall, sobre el Estado de bienestar europeo, el globalismo equivale a una inversión de los derechos sociales de protección colectiva, basados en una ciudadanía que ejerce como una comunidad política (nacional) con derechos civiles de participación igualitaria.

Las naciones son comunidades imaginadas. La construcción de la nación implicó la creación de instituciones formales que extendían los lazos de solidaridad comunales a todos los ciudadanos. La globalización favorece la igualdad de acceso de todos a los mercados mundiales. Para la globalización no tiene sentido la ciudadanía nacional o los ciudadanos nacionales. Otro sistema moral está funcionando.

La reeducación cultural es necesaria para borrar la solidaridad tradicional y es reemplazada por una moral de igualdad de acceso e igualdad de oportunidades sin importar estatus (como “raza, credo y origen nacional”). La justicia se sirve tan pronto como se iguala el acceso al mercado. El reemplazo de la solidaridad de clase por los derechos de estatus exige un ajuste flexible a las cambiantes condiciones del mercado.

La moralidad de la mercantilización implica una deslegitimación categórica de las distinciones. La empatía y la benevolencia se convierten en deberes morales con respecto a todos, más que al prójimo. Los derechos sociales son desplazados por los derechos civiles, un proceso que, como Hannah Arendt vio claramente en 1948, diluye inevitablemente a la invisibilidad cualquier sistema de protección social efectivo.

Para un Estado-nación que se someta a esta redefinición cultural neoliberal, esto tiene profundas consecuencias. Las clases que luchan por la corrección de los mercados dan paso a grupos de estatus que luchan por acceder a ellos. No se trata de los términos de intercambio o de intereses de clase en conflicto o de los límites de la explotación de una clase por otra, sino grupos de estatus con acceso al mercado establecido, que excluye a los grupos de status que no sean competitivos

La moralidad política radica en abrir la competencia eliminando las barreras a la entrada, no en contenerla a través de poner límites a la mercantilización de la vida. Para los grupos que ya tienen acceso al mercado, esto significa un deber moral, en nombre de la igualdad, hay que aceptar ser desafiados por los recién llegados, sean cuales sean –conciudadanos, inmigrantes o residentes de otros países– incluso con el riesgo de ser superados y tener vidas perturbadas como resultado.

El cambio de clase a grupos de status ha dejado profundamente resentidos a los restos de la clase obrera tradicional. El Trumpismo es la erupción política tardía de este resentimiento. En los Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Suecia y Alemania, la vieja clase obrera, reunida en regiones en declive y aislada de brillantes ciudades globales, se ha sentido marginada por lo que percibe como una nueva política de victimización.

Su aislamiento moral y económico se ve agravado por los medios de comunicación y sus campañas de reeducación. Arlie Russell Hochschild ha descrito las profundas divisiones entre las comunidades americanas tradicionales y una cultura urbana hegemónica que declara un deber moral para los ciudadanos es extender los sentimientos de compasión, solidaridad de vecinos y amigos a todos, a toda la humanidad.

Aquellos incapaces de cumplir con las demandas de compasión son ampliamente considerados como moralmente defectuosos. Es mejor callar. La resistencia es castigada por la marginación cultural, y en un ejercicio de ironía social está marginación se está convirtiendo en una forma de victimización.

En la medida en que Trumpismo es un movimiento cultural, representa un contragolpe contra la degradación de una clase desorganizada; y también puede expresar un ardiente deseo de rehabilitación simbólica. El ascenso de Trump coincide con una dramática pérdida nacional de estatus en el ámbito internacional. La clase obrera americana ha apoyado firmemente las guerras emprendidas por los Estados Unidos, y ve claramente que estas guerras no se han ganado nunca, Estados Unidos siempre las ha perdido. Sin embargo, el corazón de un estadounidense medio a menudo ha estado emocionalmente comprometido con la obtención del poder global.

Las sucesivas derrotas en las guerras han dejado profundas heridas en su conciencia colectiva, un ejemplo de este sentimiento es el respeto sin afecto concedido a los veteranos que regresaban de los campos de batalla. Que el país con los militares más poderosos del mundo haya sido incapaz de derrotar a sus enemigos, es explicado por muchos, por la existencia de un liderazgo tímido e irresponsable.

El orgullo herido produjo simultáneamente una retirada total de las aventuras extranjeras y un uso irrestricto y encubierto de la fuerza militar. Para los estadounidenses, los recuerdos colectivos de estar en el centro del mundo, o al menos de un mundo propio, les hace más difícil aceptar su descenso de su estatus a nivel internacional.

Sobre la capacidad gobernante del Trumpismo

¿Puede Trump gobernar? ¿Podría Le Pen? ¿O Grillo? En un sistema de gobierno personalista, los defectos individuales son importantes: el narcisismo, la inconstancia, o un corto período de atención pasa factura. Queda por ver si Trump tiene el tiempo, y, de hecho, la voluntad, para estudiar expedientes o incluso para escuchar consejos.

El desempeño de Trump durante sus primeras semanas en el cargo ha sido errático, desordenado e incompetente. Al principio de su presidencia, parecía concebible que pudiera renunciar a su primer mandato, quizás debilitado por la comunidad de inteligencia que él había insultado durante la campaña. También podría verse obligado a dimitir por conflictos de intereses, o ser declarado incapaz de gobernar, en virtud de la Enmienda.

Por otra parte, sus nombramientos de su gabinete indican un intento de reconciliación con el ejército y las agencias de seguridad nacional. En realidad, sigue tratando de conseguir estabilidad haciendo concesiones en política, especialmente con la OTAN, Rusia y otros asuntos globales.

Un presidente electo puede alejarse de su retórica de campaña sin castigo popular. En esto, Trump podría aprender de su predecesor. Pero incluso si Trump aprende a gobernar, no hay razón para creer que va a ser mejor que sus antecesores para lidiar con las crisis del capitalismo global y el sistema estatal internacional que lo ha llevado al poder.

El aumento de la desigualdad, de la deuda y el bajo crecimiento no se curan fácilmente. El Trumpismo es, después de todo, una expresión de la crisis, no su solución. Si los trampistas se sienten obligados por sus promesas electorales, deben poner fin a la reforma neoliberal. Sin embargo, sus medidas no terminarán el estancamiento y los conflictos entre el capitalismo y la sociedad.

En ausencia de un compromiso de clase estable entre el capital y el trabajo, la política está condenada a convertirse en caprichosa. Tal vez el Trumpismo hará aceptable el neoliberalismo capitalista y el libre comercio aumentando el crédito, la deuda y la inflación, una política destinada a ganar tiempo y poco más.

Nadie sabe lo que harán los Trumpistas para reforzar su apoyo político si el nacionalismo económico no logra los resultados prometidos.

Traducción: Emilio Pizocaro
Fuente: Blog de Wolfgang Streeck

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