Glenn Greenwald: “Los periodistas no deben fingir no tener opiniones”

El hombre que destapó el espionaje masivo del Gobierno estadounidense, ahora pone contra las cuerdas al ministro de Justicia de Brasil, Sergio Moro, el juez que sentenció a prisión al expresidente Lula.

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Glenn Greenwald el pasado 5 de julio en su casa en Río de Janeiro. ARIEL SUBIRÁ

El País / María Galarraga Cortázar

En los últimos seis años, el abogado Glenn Green­wald (Nueva York, 1967) se ha convertido en una figura fundamental del periodismo de investigación. Instalado en Río de Janeiro desde hace 15 años, a él acudió en 2012 el analista Edward Snowden con los documentos que destapaban los programas de vigilancia masiva del Gobierno de Estados Unidos porque había leído su trabajo. La publicación de esa historia en The Guardian le valió un Pulitzer y derivó en la creación del medio digital The Intercept. Ahí es donde desde hace un mes publica su última gran historia: los mensajes que intercambiaron Sergio Moro, el juez que condenó al expresidente Lula da Silva a prisión y es un símbolo de la lucha anticorrupción, y los fiscales de la investigación Lava Jato, la vertiente brasileña con la que arrancó el caso Odebrecht. Moro colgó la toga para ser ministro de Justicia con el presidente Jair Bolsonaro y acaba de anunciar que se toma cinco días de permiso sin sueldo, a partir del lunes 15 de julio, para resolver “asuntos particulares”. Desde que sacó la exclusiva, Greenwald es un villano para quienes ven a Moro como un héroe. Y viceversa.

El periodista, que ha firmado media docena de libros y es conocido por ser un feroz y heterodoxo crítico del poder y las élites, no teme la polémica, y ha señalado enfáticamente los errores de los demócratas y de los medios tras la elección de Trump. Ha denunciado que el movimiento anti Trump es “la primera #resistencia en la historia que venera a las agencias de seguridad estatales”. Es decir, que ha confiado, entre otros, en el exdirector del FBI Robert Mueller.

En Brasil, Greenwald es además el marido de un diputado de izquierdas, David Miranda, con el que adoptó dos niños y ha formado una familia. Desde que destapó la información de Moro, lleva seguridad armada. El sonido de la lluvia torrencial punteado por ladridos —viven con una veintena de perros— es el trasfondo de esta entrevista en la casa familiar, en Río de Janeiro.

PREGUNTA. ¿Cómo recuerda el instante en que recibió la filtración sobre Sergio Moro?

RESPUESTA. Fue algo muy parecido a lo que sentí al recibir los archivos de Snowden. Incredulidad. En periodismo logras buenas historias, pero muy rara vez son rompedoras. Esta vez sabía que esto sería una bomba en Brasil porque lo que leía no solo era impactante, sino que implicaba a quien probablemente es la persona más respetada y poderosa del país, más incluso que el presidente. Sabía que iba a ser muy controvertido. Él es probablemente quien da credibilidad y legitimidad al Gobierno de Bolsonaro.

P. ¿Los papeles los depositaron en los buzones de su web? ¿Le llamaron?

R. No puedo contar nada para proteger a la fuente.

P. Se dice que el equipo se reunió en un hotel porque el archivo es inmenso y necesitaban secretismo y muchos ojos.

R. Lo primero siempre es la seguridad. En The Intercept antes que a periodistas contratamos a expertos en seguridad tecnológica. Incluso si la policía brasileña se llevara mi ordenador y mis teléfonos, nunca sería capaz de llegar al archivo porque está seguro, fuera de Brasil, en muchos lugares distintos. Viendo el tamaño, comprendimos que era necesario asociarnos con otros medios, también para asegurar nuestra propia protección.

P. Se asociaron con el mayor diario, Folha de S. Paulo, y el mayor semanario, Veja.

R. Sí, y ellos tienen equipos grandes que han cubierto la Operación Lava Jato durante años. Cuantos más periodistas implicas en un tema, más profundo será el periodismo que haces.

P. The Intercept incluye en su web instrucciones detalladas para que las fuentes puedan hacerles llegar filtraciones.

R. Sí, pero enfatizamos que no existe la seguridad absoluta, al 100%. Y esto es algo que el propio Sergio Moro acaba de descubrir; él usaba el sistema de mensajes Telegram porque pensaba que era totalmente seguro.

P. El ministro Moro se ha defendido diciendo que su comportamiento como juez puede sorprender en otros países, pero que es lo habitual, lo tradicional, en Brasil.

R. Esta tradición que él dice que existe es rechazada por el código de conducta judicial que exige imparcialidad a un juez. Explícitamente se prohíbe lo que él dice que es común y tradicional: básicamente que un juez colabore con una de las partes. Pero más significativo aún resulta que durante los últimos 4-5 años ha habido sospechas, sin pruebas, de que Moro estaba colaborando con los fiscales y él nunca dijo que fuera “una tradición”. Lo negó vehementemente.

P. ¿Le preocupa que su imparcialidad como periodista sea cuestionada porque su marido es político?

R. Nunca he creído que los periodistas deban fingir no tener opiniones. En cierta medida es más honesto ser abierto sobre tus puntos de vista. Y algo que me parece gracioso es que en Brasil la gente me asocia con la izquierda, mientras que en EE UU a veces creen que estoy en la derecha porque voy a la cadena Fox.

P. Ha habido una gran campaña intimidatoria en su contra en la que han participado dos hijos del presidente sin que este o el ministro de Justicia lo pararan. ¿Tiene miedo?

R. En periodismo siempre corres riesgos. Y, si te enfrentas a cualquiera en el poder, puede castigarte o vengarse. Nosotros decidimos que merecía la pena asumir el riesgo. Creo que este Gobierno es represor y autoritario, y creo que Moro ha demostrado que está dispuesto a violar todas las leyes. Pero lo que les hace peligrosos es que ahora se sienten desesperados. Moro sabe que yo sé todo lo que dijo e hizo. Y que lo vamos a contar.

P. ¿Qué le trajo a Brasil?

R. Vine siete semanas para aclararme. Mi primer marido y yo nos habíamos separado, tenía 37 años, estaba aburrido de ser abogado… Conocí a David el primer día, nos enamoramos y en aquel momento EE UU tenía una ley de Clinton que prohibía al Gobierno federal dar cualquier beneficio a parejas del mismo sexo. David no podía obtener un visado para EE UU. Pero los tribunales de Brasil sí habían creado una norma que daba derecho a la residencia permanente a las parejas del mismo sexo. Brasil era la única opción de estar juntos.

P. ¿El periodismo de investigación es más difícil que en los tiempos de Wikileaks o de Snowden?

R. En el sentido tecnológico es más sencillo, pero en el legal, más difícil. Una de las genialidades de Wikileaks es que Assange fue el primero en ver que, gracias al almacenamiento digital, las filtraciones masivas de información de instituciones poderosas serían el nuevo motor del periodismo en la era digital. Uno de mis héroes de infancia era Daniel Ellsberg, que filtró decenas de miles de páginas de los papeles del Pentágono. Tardó meses en copiar los documentos clasificados. A Snowden le llevó un par de horas. Pero los poderosos, cada vez más amenazados por esa facilidad para las filtraciones masivas, se están volviendo más agresivos a la hora de criminalizar el periodismo de investigación.

P. ¿Assange es un periodista? Este es un asunto central en el debate sobre su caso judicial.

R. Creo que ha hecho periodismo. No creo que un periodista deba tener formación específica como la que tiene un médico o un abogado. Cualquier ciudadano puede revelar información de interés público. Assan­ge ha trabajado con periódicos de todo el mundo, The New York Times, The Guardian, EL PAÍS…, no como una fuente, sino como socio periodístico. No tengo una relación muy estrecha con él, pero soy una de las pocas personas que, pese a criticarle puntualmente, siempre he defendido la importancia de su trabajo. En 2018, David y yo pasamos tres días con él en la Embajada (de Ecuador en Londres).

P. ¿Y con Snowden?

R. Tengo mucha relación. Junto a Daniel Ellsberg, Laura Poitras y otras personas creamos una organización para la libertad de la información con la que Snowden trabaja. Estuve en Moscú hace un año y pasamos un día normal como amigos, fuimos al parque Gorki… Cuando le visité la primera vez, estaba bajo una presión extrema y no se sentía cómodo ni siquiera saliendo a la calle. Hoy no puede irse de Rusia porque sería detenido, pero es la persona más feliz que conozco porque, con coraje y sacrificio, tomó una decisión valiente y fue plenamente consciente de ello.

P. ¿Cuánto del presupuesto de The Intercept lo cubren los lectores y cuánto Pierre Omidyar, el dueño de eBay, que financió el proyecto?

R. Claramente, la mayor parte viene todavía de nuestro fundador. Pero esto se va equilibrando porque crece el apoyo de los lectores. Aquí, en Brasil, ha explotado.

P. Para sus hijos, ¿cómo es crecer en el Brasil de Bolsonaro con dos padres que además son conocidos?

R. Pensamos en ello antes de adoptarlos, cuando Bolsonaro aún no era presidente, pero ya había un creciente movimiento de la derecha. En Brasil quieren presentar a la comunidad ­LGTBIQ como una amenaza para los niños. La familia que hemos creado dinamita esa demonización. Es nuestra obligación mostrar que las familias LGTBIQ pueden ser completas y felices.

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