Estados Unidos, más cerca de la recesión

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Donald Trump conversa con la canciller Angela Merkel en Hamburgo. (Foto: EFE).

Por Pablo Pardo
Corresponsal en Washington / El Mundo

Estados Unidos está en una «semi recesión». Ésa es la creativa terminología acuñada por Jonathan Golub, el jefe de estrategia de activos de Crédit Suisse, en una nota a los clientes de la entidad, el miércoles. Los datos de los últimos días de la mayor economía mundial parecen ratificar esa perspectiva, aunque el problema es que nadie sabe lo que es una «semi recesión», y Golub no lo ha explicado.

Pero lo que parece evidente es que el sector industrial y el exportador de Estados Unidos están en recesión, mientras que el de servicios sigue dando muestras de vigor. Dado que la actividad manufacturera sólo representa el 11% del PIB, y las exportaciones el 12%, la mayor parte de la economía sigue yendo bien.

Desde el punto de vista político es paradójico, dado que los ejes de la política del presidente Donald Trump han sido la defensa del sector manufacturero y el fomento de las exportaciones. Pero la gran cuestión es si la desaceleración de la industria y del sector exterior se va a extender a los servicios, que significan aproximadamente el 80% del PIB. Por ahora, los datos de organizaciones empresariales y de consultoras privadas indican que el frenazo está empezando a llegar a los servicios. Aun así, la práctica totalidad de los bancos de inversión y de los analistas consideran inevitable una ralentización. La Reserva Federal es de la misma opinión. Así pues, por utilizar la terminología de Golub, la recesión va a seguir llevando el prefijo «semi».

El último indicador que ha confirmado esa ralentización ha sido el dato del desempleo en septiembre, publicado ayer, que ofreció datos para todos los gustos. El equipo de Trump insistió en celebrar el hecho de que la tasa de paro ha caído al 3,5%, es decir, el nivel más bajo desde diciembre de 1969, que la creación de empleo en agosto fue revisada al alza en un 27,5%, y que los nuevos 136.000 puestos de trabajo de septiembre son más que suficientes en un país en el que cada mes se incorporan unos 100.000 ciudadanos al mercado laboral. El propio presidente, fiel a su tradición, tuiteó la cifra de la baja tasa de paro con un desafiante «¡ahora, haced un impeachment a vuestro presidente (que además es inocente)!».

La otra cara de la moneda es que los 136.000 nuevos puestos de trabajo son un 6,3% menos que lo que esperaba el mercado, que los salarios, en lugar de crecer un 0,2%, estuvieron estancados, y, finalmente, que el sector manufacturero perdió empleo, confirmando la recesión en la que se encuentra. Claro que hay que tener en cuenta que las manufacturas sólo acumulan el 8,5% de la fuerza laboral estadounidense, de modo que su impacto en el conjunto del mercado laboral es muy limitado.

El resultado es un panorama «confuso», que es como lo definió en declaraciones a la agencia Bloomberg el asesor económico de la aseguradora alemana Allianz y ex director de inversiones de Pimco, la mayor gestora de renta fija del mundo, Mohamed El-Erian. El premio Nobel de Economía Robert Schiller lo resumió a la cadena de televisión financiera CNBC de una forma más sucinta: uno puede interpretar estos datos «como le dé la gana», aunque «esto indica claramente que no estamos con una economía fuerte».

Entretanto, el mercado está sentado esperando a ver qué pasa. Después de una semana marcada por pésimas noticias sobre el sector industrial y el exportador, Wall Street usó ayer las cifras de empleo como argumento para anotarse una moderada subida. Pero, en todo caso, eso no evita que la Bolsa de Estados Unidos lleve prácticamente dos años con movimientos laterales, es decir, sin subir, pero tampoco sin bajar. Desde que el Congreso aprobó una masiva bajada de impuestos a las empresas, Wall Street se ha mantenido con un perfil de dientes de sierra.

De hecho, esa bajada de impuestos no sólo no provocó un aumento de la inversión de las empresas, como habían predicho sus defensores. Antes, al contrario. Los beneficios se destinaron a dividendos y autocartera, y, de hecho, la inversión ha caído, aunque eso se debe también en parte a la incertidumbre generada por la guerra comercial con China, que ha distorsionado la cadena de suministros de las grandes empresas e inyectado una considerable dosis de incertidumbre entre los directivos a la hora de tomar decisiones.

Así es como todo el mundo parece haber decidido esperar a ver qué pasa. El mercado estima que los beneficios de las empresas cotizadas en el trimestre que acaba de terminar serán entre iguales o un 3% inferiores a las del periodo abril-junio. A falta de un año para que se celebren elecciones, nadie espera ninguna decisión de política económica, y el Gobierno de Trump parece haberlo fiado todo a presionar a la Reserva Federal a que baje más los tipos de interés.

Ayer mismo, el máximo asesor en materia de comercio exterior del presidente, Peter Navarro, volvió a insistir en que el banco central tiene que bajar el precio del dinero dentro de dos semanas para hacer que el dólar baje y las exportaciones suban. Es una medida que no tendría ningún efecto, según los expertos, porque el dólar sube debido a la incertidumbre sobre la economía mundial y, además, la bajada de impuestos de 2018 ha aumentado la demanda interna, lo que favorece las importaciones, no las exportaciones.

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