Crónica de un encuentro con el general Noriega

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General Manuel Noriega y figuras políticas en un complejo escenario político. (Crédito: La Estrella de Panamá).

“La prudencia es mejor soldado que la temeridad”, Montjoye

Por José del Rosario Sánchez Franco
Consultor y asesor en Comunicación Política y Organizacional jdelrsf@yahoo.com.mx; twitter: @jdelrsf

El artículo presentado a continuación (el original), fue publicado en El Sol de Puebla, México, el 2 de enero de 2012, hace cuatro años. En esta ocasión, propongo su lectura en Bayano digital, periódico con el que coincido en la ruta de la dialéctica y trayectoria histórica, así como en su sustancia patriótica. El texto fue publicado en dos partes, debido a su extensión, pero he ajustado fechas, añadí datos biográficos y contextualización histórica. El contenido es veraz. Los nombres pertenecen a gente viva. Tengo la preocupación de que sea mal entendido, o que vaya a afectar a los involucrados, lo que me causaría pesar, siendo que es mi intención contar cómo sucedió uno de los hechos más inverosímiles en mi vida.

Antes del mediodía, nos envolvía el hambre. Justamente, hablábamos los compañeros de la oficina acerca de dónde iríamos (el grupo) a comer para celebrar. La iniciativa la tomaba mi amiga y secretaria Marta Gibbs Cedeño, pero no estábamos seguros de qué hacer, hacia dónde ir. Me abrumaba el sentido afectivo de ellos, en su deseo de salir todos juntos a comer y hacer del día algo diferente en medio de tantos conflictos. Era la fecha de mi cumpleaños.

El país estaba muy convulsionado y no había estabilidad social, ni política, ni económica. Por el contrario, surgían protestas por la situación nacional que desde las elecciones de 1984 se estaba produciendo, dada la inconformidad de la oposición por el triunfo del Dr. Nicolás Ardito Barletta, un ingeniero-economista y ex director del Departamento de Asuntos Económicos de la OEA y de la Alianza para el Progreso (1970-73), quien había renunciado a la Vicepresidencia del Banco Mundial para América Latina y el Caribe, para ser el candidato oficial por el Partido Revolucionario Democrático (PRD). Era un tecnócrata neoliberal que estaba cerca del pensamiento estadounidense. Su formación académica había sido en North Carolina State University, donde obtuvo su B.S. en Ingeniería Agrícola en 1959. Luego, recibió su maestría en Economía Agrícola y su doctorado en Economía en la Universidad de Chicago. Todo un personaje. Además, había sido ministro de Planificación y Economía durante el torrijismo. Ardito Barletta triunfó, según los datos oficiales, contra su adversario, el médico Arnulfo Arias Madrid (panameñista). Su victoria fue registrada como fraudulenta, por la oposición, por un margen de apenas 1.713 votos. Esto le generó el mote de Nicolás “Fraudito” Barletta.

Por su parte, el Dr. Arnulfo Arias Madrid, estudió en la Universidad de Chicago y en la Escuela de Odontología de la Universidad de Harvard, graduándose de cirujano y dentista. Había sido depuesto por el golpe militar de 1968 y regresó de su exilio para ser, en 1984, el candidato de la oposición contra el régimen militar norieguista (1983-1989). Era uno de los herederos de la aristocracia y oligarquía criolla, si bien no tuvo suficiente tiempo para gobernar, habiendo ganado elecciones presidenciales. Algunos dieron gracias a Dios, porque no demostró en la práctica su pensamiento y otros pedían que lo dejasen gobernar, para hacer grandes transformaciones. Digo yo, él no lo hizo, pero mirar las huellas de la viuda Mireya Moscoso y el camino que lleva Juan Carlos Varela, podría causar miedo. Pues, si así eran los discípulos, qué hubiera pasado con el maestro gobernando. De todas maneras, son suposiciones.

El 14 de noviembre de 1988, yo cumplí 32 años de edad. Ese día, llegó al cuarto piso, a las oficinas de Comunicación Social, Torre “B” del BNP, un señor desconocido, quien dijo que iba de parte de Norma de Amado, la gerente general de ARVEL Publicidad. El señor se presentó con dos cajas medianas para mí. En la oficina, todos sonrieron ante tal sorpresa. Tomás Valdés dijo: –“José, ahora sí estamos en las buenas; podemos celebrar”. El más sorprendido fui yo mismo. Nunca había recibido un obsequio como ese: una caja con doce botellas de vino Le Piat d’Or (que no había tomado) y otra con un juego de cuatro vasos y una hielera (todos de cristal), además de unas tenazas para tomar el hielo.

El regalo iba dirigido a José del Rosario Sánchez Franco, director de Publicidad del Banco Nacional de Panamá (BNP): Casa Matriz, Vía España, 4to.piso. No había dudas, era para mí. Hago la acentuación porque fue una gran sorpresa. En aquel tiempo, se manejaba una partida publicitaria de más de un millón de dólares (no en efectivo, sólo con firma autorizada) para la inversión en pauta en medios de comunicación y producción, propiamente de material promocional y publicitario. Estoy seguro de que ellos, los de ARVEL, estaban detrás de esa cuenta, algo normal en cualquier medio publicitario. De hecho, había diversos medios y periodistas tras ella, como Juan Carlos Tapia y otros. Todos querían una tajada lícita del pastel.

Las políticas públicas que implementó Ardito Barletta habían generado efectos negativos. Por un lado, porque siempre se dijo que era un presidente espurio, que accedía al poder producto de un fraude electoral; y, por otro, porque se hicieron reformas estructurales para la aplicación de las políticas fiscales, en las que tanto el sector empresarial, como los gremios populares y organizaciones civiles, se vieron afectados. Parte del argumento era que el gobierno estaba siendo manipulado por los militares, quienes tenían un interés contrario al pensamiento popular, según manifestaban en sus protestas masivas y a nivel mediático.

Esa situación de incomodidad se iba incrementando. Día tras día, había más protestas por incomodidades e insatisfacciones sociales y económicas. En las fuerzas castrenses también hubo quienes estaban convencidos de que era su turno de mandar y se hablaba del derrocamiento del general Manuel Antonio Noriega (MAN). Al no poder lograrse ese objetivo, empezó otro tipo de revuelo. Una Cruzada Civilista, formada por civiles, protestó en las calles. Asimismo, los otrora aliados de Noriega (CIA, FBI el Pentágono y el “Establishment” de Estados Unidos) empezaron a despotricar contra él, dentro y fuera del país. Todo se acentuó con declaraciones del coronel Roberto Díaz Herrera, primo del general Omar Torrijos, unos de los que esperaba turno para mandar y, como esto no ocurrió, hizo declaraciones fuertes el 5 de junio de 1987: –“… que se deje de involucrar a todos, al Estado Mayor y a la tropa, en aventuritas, y que las aventuras las realice él, es decir, que tenga el suficiente valor, personal y cívico, de afrontar sus propios pecados”.

Todo iba empeorando para el sector oficial. El país se había dividido en dos grandes bandos, mientras que las políticas neocolonizadoras (imposición del sistema neoliberal) que tanto manejó el emporio estadounidense, desde que se habían tomado el Canal de Panamá en 1903, se veían amenazadas porque Noriega ya no respondía a sus intereses. La situación era paradójica, porque Ardito Barletta provenía de la escuela neoliberal gringa. La hegemonía del sistema capitalista en la región estaba perdiendo respeto, porque un “ingrato” del minúsculo país ya no les obedecía.

El general decía que todo se debía a la defensa de la patria panameña, pero los norteamericanos argumentaban que Noriega estaba en negocios ilícitos que afectaban la seguridad de Estados Unidos. Otros alegaban que el general les había quitado el negocio y control del trasiego de armas, de drogas, de prostitutas y lavado de dinero a los gringos, no por negocio en sí, sino porque es una forma de inhibir la conciencia de patria, como habían hecho en la Cuba de los cincuenta, con el general Fulgencio Batista, hasta que “…llegó el comandante y mandó a parar”, diría Carlos Puebla.

En medio de todo ello, días después de mi cumpleaños, llegó una invitación para que en mi calidad de jefe del Departamento de Publicidad del Banco Nacional de Panamá asistiera a la celebración selectiva del cumpleaños de la señora Norma de Amado, esposa del ingeniero David Amado, ambos padres de Vicky Amado. Y ¿qué tiene que ver todo este parentesco? Nada menos y nada más, que Vicky era la amante de Noriega, y David Amado era el director de la Caja del Seguro Social en ese momento.

Llegamos al cumpleaños Manuel Naza y yo. Él era mi jefe directo porque era el Divisionario. Me dijo que le hicieron hincapié en que fuéramos sólo los dos; él, por ser el Divisionario de Comunicación Social, y yo, por ser el jefe del Departamento de Publicidad, y porque además íbamos a ver algunos aspectos del contrato con ARVEL Publicidad y el BNP. Por ello lo selecto. Pedían absoluta puntualidad. Así lo hicimos y arribamos a la hora fijada, 8:30 p.m.

Cuando Manuel Naza y yo llegamos a la reunión, nos pasaron atrás de las oficinas. Guiados, entramos a un lugar muy acogedor. Sólo se levantó la señora Norma de Amado (la anfitriona), a quien saludamos con un beso en la mejilla. Vicky, una mujer muy hermosa, al principio se mantuvo sentada, pero igualmente la saludamos. Nos dijeron que nos sentáramos en unas sillas frente a una repisa de bar, donde en forma inmediata nos ofrecieron algo de tomar, botanas y más tarde una cena. Recuerdo un delicioso filet mignon al horno, que fue servido.

Me senté y no supe quién estaba sentado a mi lado izquierdo. Era un personaje al que nunca había tratado. Por la postura de observador lacónico, sentí que nos miraba con sospechas. Al principio, habló sólo para saludar y nada más. Mi compañero y jefe reveló, susurrando, quién era la figura. Jamás se me ocurrió pensar que en esa celebración elitista me encontraría al lado del entonces jefe de escolta del MAN, el teniente Asunción Gaitán. También estaba, entre otros, Julio Ortega, periodista reconocido en el país, quien había pasado a ser publirrelacionista del general.

De pronto, dijo la señora Norma: –“Abran las ventanas, que se salga el humo, echen aerosol para que cambie el olor…”. Todo fue muy rápido. Escuché cuchicheos entre los anfitriones y el teniente Gaitán. Yo no sabía qué estaba pasando. Pregunté a Manuel Naza y me dijo: –“No digas nada, tranquilo, dicen que viene (el Viejo) y que no le gusta el humo de cigarrillo. Parece que ya viene en camino…”. No estaba seguro de qué hablaba hasta que comprobé la ligera sospecha.

El jefe de Gobierno, el general Noriega, estaba entrando. Era el invitado de honor. Entró como si estuviera en casa, como esperando pleitesía de los presentes y –en efecto– todos nos levantamos. Vestía una usual casaca manga corta y pantalón caqui militar, y zapatos relucientes. En su mano derecha, en el dedo anular, llevaba un gran anillo de oro (me parece que el de su graduación militar), mientras que en su mano izquierda portaba un reloj de mucho valor.

No destacaba ningún tipo de alegoría alusiva a su rango ni a su cargo. Sin embargo, lucía impecable, lleno de ánimo, sonriente. Era la primera vez que yo tenía a este famoso personaje de poder cerca de mí; o, más bien, que me habían permitido estar tan cerca de él. Cuando me saludó, me di cuenta de que no era alto. Nunca se me ocurrió pensar en su altura, si bien decía de sí mismo que era un hombre grande, aunque no por la altura, sino por su pensamiento.

Sin dejar de sonreír, saludó a todos. Se sentó en un sofá cómodo, pegado a la pared. A su lado derecho, Vicky y a la izquierda, Norma, al lado de ella David Amado, su esposo. No supe qué hacer, qué decir, hasta que el general dijo: –Bueno, muchachos, aquí estamos, ¿qué les parece lo que hay allá afuera? Estábamos a poco menos de dos metros de donde se sentó el MAN (por las siglas de su nombre, Manuel Antonio Noriega, y por la connotación del significado en inglés del “hombre fuerte” de Panamá). Así era como se referían a él en los medios. El sitio era una especie de cabaña-bar ubicada en la parte de atrás de la agencia de publicidad ARVEL, que estaba en el barrio de Bella Vista, en la Avenida Justo Arosemena.

Seguidamente, el jefe militar agregó: – ¿Qué piensan ustedes, o si lo prefieren, pregunten si es que tienen alguna duda, porque muchos dicen que estamos en crisis, que las cosas están mal. Añadió que la crisis no era verdadera y que los civilistas actuaban como sediciosos.

En Panamá, en esos momentos, las agencias de publicidad se ganaban el 18% del presupuesto asignado por concepto de manejo de cuenta y pautado en medios. ARVEL Publicidad tenía las cuentas de la Caja de Ahorros, el Banco Hipotecario de Panamá (BHP), la Lotería Nacional de Panamá, y otras entidades del Estado, además del Banco Nacional de Panamá (BNP).

Entendí que nuestra presencia allí obedecía al cabildeo y coacción disimulada que nos estaban haciendo para que permitiéramos la recontratación de la agencia como “asesora” publicitaria del BNP. El MAN era testigo mudo de que la transacción se consolidara sin decir palabra. Todo debía aparentar ser muy natural, fue lo que pensé. –¿En qué nos hemos metido? Le dije al otro MAN, a Manuel Antonio Naza, quien me contestó: –“Tranquilo”. Entendí que era una especie de prebenda del general a sus “suegros” y nosotros estábamos siendo utilizados. Dicho de paso, dada la inestabilidad económica causada por el bloqueo impuesto por los EE.UU. a Panamá, y la falta de liquidez, no hubo el mecanismo necesario para la recontratación.

Es preciso recordar que Panamá, desde los albores de la Nación en 1903, tiene una economía dolarizada. Por lo mismo, el gobierno estadounidense, con el fin de neutralizar las operaciones administrativas del gobierno norieguista, dictaminó a través del Congreso y el Senado estadounidense un bloqueo solicitado por Ronald Reagan y luego ratificado por George Bush (padre), quien ordenó la “Operación Causa Justa”, para invadir a Panamá.

El gerente del BNP era el licenciado Rafael Arosemena, quien huyó (no sé cómo) hacia México durante la invasión, acusado de “norieguista” y de peculado por el mal uso de más de 30 millones de dólares, según se decía en los medios y los rumores en la calle.

Sentado entre las dos mujeres, el general volvió a preguntar si teníamos dudas acerca de lo que ocurría en el país. Él quería convencernos de que nada pasaba. Yo sí tenía dudas, pero no estaba seguro de si le molestarían mis preguntas. Dados los acontecimientos, desde hacía tiempo tenía en mi mente cosas. Era una cuestión de principio profesional. El periodismo tiene su riesgo y no quedaba de otra. Era funcionario público y no actuaba como periodista, pero en ese momento decidí que sí. Esto, que se lleva en la sangre, estaba hirviendo dentro de mí como magma a punto de expulsarse. No podía contenerme, o siempre me habría cuestionado sobre mi valor ético profesional, y me decidí a hablar.

–General: usted dice que si tenemos alguna duda sobre lo que está pasando en el país, que preguntemos, ya que no va a pasar nada. También dice que lo que sale en algunos medios no es cierto, que la verdad es otra, en fin… yo tengo dos dudas, pero espero no incomodarlo. De antemano, le pido disculpa por las preguntas… (reconozco que fui osado). Continué: –La primera duda es: cuando yo salgo del trabajo, voy camino hacia mi casa, me encuentro con mucha gente concentrada protestando en Calle 50, en la Vía Roosevelt y Vía Tocumen, y en otras partes. Hay mucho desorden, gente vestida de blanco, tocando sartenes, que grita: ¡Abajo Noriega! Se torna muy difícil transitar por las calles, y usted dice que no pasa nada. Yo veo otra realidad.

Entonces, noté que Noriega dejó de sonreír. Sin perder la cordura ni su claridad racional de estratega miliar, me dijo con firmeza y convicción: –“Mira, cuando tú pasas en medio de la gente, quedas entre los sediciosos y no te permiten ver más allá. Por eso, tú piensas que hay mucha gente, pero fíjate que no es así. Yo viajo en helicóptero, veo desde arriba, cuando sobrevolamos los lugares que tú dices. Desde arriba, vemos algunos puntos negros (cabecitas de alguna gente) y sólo están en esos lugares que tú dices. No es Panamá la que está en las calles, son algunos, así se ve desde arriba. Por eso digo, que son sólo rumores y falta de visión de la realidad. No es lo mismo ver desde arriba, que ver desde abajo”.

Entonces, replique. –Pues, si es así como usted dice, tendrá razón (lo hice para suavizar un poco). MAN sonrió. En ese instante, Manuel Naza, con mucha discreción, me tocó con su codo las costillas, como para decirme “sé prudente o mejor cállate”. Sin embargo, no conforme volví a replicar: –general, tengo otra duda. Cuando comencé a hacer reportajes y documentales, trabajaba yo en el Grupo Experimental de Cine Universitario (GECU) y en Canal Once, formé parte de varias giras que hizo el general Omar Torrijos a los pueblos y fui testigo de cómo la gente lo recibía de manera espontánea. Los reporteros íbamos en un helicóptero, él y su equipo en otro. La aeronave aterrizaba primero y el HP-100 después. Todo era muy rápido. Fui testigo del afecto de la gente. En verdad, nunca tuve vacilaciones del carisma natural de la gente hacia él, pero veo que cuando usted aparece en los medios, en el programa de las Fuerzas de Defensa “Todo por la Patria”, luce resguardado con escoltas bien armados, y no se ve natural. No sólo lo recibe poca gente, se ve como orquestado, nada más hay que ver las imágenes del general Torrijos con las suya para comparar. Ahora, la gente se ve aislada, dispersa, temerosa, diría yo, distante.

Por segunda ocasión, le cambió la expresión facial al general. Sentado, abrió las piernas, subió las cejas y sentí la mirada acusadora de todos los presentes. Mi jefe tomó su copa, la agitó y bajó la cabeza. Entonces, el general y jefe de Estado dijo: –“Tómale los datos y en la próxima gira que manden por él, para que vea, (dirigiéndose al jefe de escoltas Asunción Gaitán), la verdad, no hay nada arreglado, y mirándome directamente a los ojos, me dijo: –No te preocupes, la gente se está desengañando poco a poco. Además, me gusta la gente directa, así debe ser.” Nadie más hizo ninguna pregunta. Se empezó a servir la cena.

El teniente me dijo: –No te preocupes, tus datos ya los conocemos. Aquí nadie es anónimo para nosotros. Toda la noche y hasta días después estuve esperando en qué momento iría a verificar una de dos cosas: o que el general tenía razón, o lo que decía la gente sobre los que le llevaban la contra. Un hugazo, un giroldazo quizás. Pero, ya había apuntado lo que mostré y nada se podía cambiar.

Fuera de lo dicho, entre puerilidad, molestia o imprudencia, al parecer, lo más extraordinario es que estoy contando este instante después de 28 años de aquella novedad, que asoma como inverosímil, a no ser por los testigos, incluso el propio MAN.

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