Carnaval: hegemonía y clases sociales

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Lujo y esplendor en el Carnaval panameño. (Foto: Aaron Sosa).

Por Mario Enrique De León
Estudiante de Sociología de la Universidad de Panamá

Hasta el Carnaval, ha sido privatizado en Panamá. La supuesta fiesta del pueblo; que “permite un alto grado de liberación”, es también un escenario de diferenciación de clases sociales. Los espacios públicos fueron privatizados y, con ellos, las estructuras de las industrias del licor, medios de comunicación y negocios de discotecas.

Para poder divertirse, el pobre panameño tiene que pagar. Otros deben conformarse con los pequeños espacios que faltan por rentar y el más “desafortunado” (excluido) tendrá que recoger lata en las calles con fines de reciclaje o ser un trabajador informal. Mientras, los mejores posicionados en las capas medias de la población se ubican en las alturas (VIP), lejos de la “chusma” que le sirve.

En el pasado remoto, el carnaval suponía un espacio de permisividad individual (libertad sexual, comilona y embriaguez) y social, en cuanto, era “aceptada” la crítica social de la plebe (el pueblo) a las instituciones que detentaban del poder (a la nobleza, al clero y su moral cristiana).

En otras palabras, durante un corto período, la clase dominante perdía cierta hegemonía. Ello es descrito por el sociólogo Pierre Bourdieu como “violencia simbólica, que designa la dominación de la sociedad –culturalmente diversa– por la clase dominante, cuya cosmovisión -creencias, moral, explicaciones, percepciones, instituciones, valores o costumbres- se convierten la norma cultural aceptada y en la ideología dominante, válida y universal”.

En el pasado, pobres y ricos se ocultaban bajo máscaras y disfraces; la anonimidad permitía fraguar las críticas sociales a los primeros y pasar por desapercibidos a los segundos. En la actualidad criolla, no hay nada de anonimidad. Por una parte, están la clase dominante (los empresarios) y sus gobernantes políticos (en las municipalidades – ATP) despilfarrando las arcas del Estado y haciendo negocios con los espacios públicos, para hacer creer que es beneficioso para todos. Mientras que, por otro lado, está el pueblo –en medio de sus vicisitudes– tratando de recrearse, pero que en líneas generales –ingenuamente– está aceptando el estatus quo político, social y económico como algo inherente de la naturaleza.

La crítica social es sólo parte del pasado. La hegemonía que se impone, es la del consumo a cualquier costo. Todo lo que se encuentra dentro del jolgorio está mercantilizado. Este desenfreno consumista es provocado por los empresarios capitalistas, sus campañas de publicidad y la complicidad de nuestros gobernantes.

Además, no faltarán los políticos oportunistas con disfraces de pueblerino entre los asistentes, queriendo hacer creer que sus máscaras son reales.

En medio de toda esta construcción social impuesta, los grupos sociales organizados (adversos) tendrán que encontrar una salida para rebatir la hegemonía que impera, para volver a ganar los espacios públicos; y desde esos espacios construir su proyecto de inspiración victoriana.

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