Perspectivas de una huérfana de la invasión

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Niños en el barrio mártir de El Chorrillo, destruido por la invasión de Estados Unidos.

Perspectivas de una huérfana de la invasión

Por Paula Rodríguez

Llegó diciembre, y ya muchos comienzan a sentir la brisa navideña. En cambio, en mí comienza a emerger la nostalgia, pues fue este mes en el que hace 26 años la Patria que me vio nacer fue ultrajada y pisoteada con el más grande odio, a manos del mayor genocida de todos los tiempos: Estados Unidos de América.

Con viles asesinatos, arrebataron la posibilidad a muchos de ver crecer y envejecer a sus hijos, padres, nietos, hermanos. Nos estremecieron el orgullo patriótico, ése donde se da la vida por nuestros ideales y aspiraciones.

Por ello, mi sentido de la Navidad se torna crítico, al notar el despilfarro de dinero, traducido en nuestros barrios a la competencia de quién hace más rico el pavo o el jamón, o quién adorna con más luces la ventana. Hay recuerdos de fuego y bombas.

Lo ocurrido el 20 de Diciembre de 1989 ha sido tergiversado por algunos. Entonces, el preludio de la Navidad, que debía ser la fiesta de amor y paz, se convirtió en un hecho al margen de la memoria de los caídos, y ha llegado el momento de escribir la historia.

La cruz que me ha tocado cargar es tan molesta, que su peso me asfixia y no me permite pasar por alto la existencia de esta fecha, sin que los demás sepan cómo ha sido mi vida de huérfana.

Muchos opinan que debo superar el trauma, pasar la página, tal como si estuvieran imaginado el ardor de mi alma. Sé que para quienes no han tenido un evento tan crudo en sus vidas, es difícil entender el dolor de haber perdido a un padre en la invasión, y es algo que nunca podría desear ni a mi peor enemigo.

Aspiro a que con el relato de frustración y sentimientos encontrados, los sucesos trágicos de la invasión jamás sean olvidados, ya que estaríamos condenados a repetirlos en otro momento.

He pasado por todas las fases de duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. En mi madurez, he asumido como bandera mi lucha particular y ahora ayudo a personas que necesitan algún tipo de apoyo para seguir adelante.

En esta lucha, tomé el ejemplo de mi madre, por la que siento gran orgullo. Gracias a Dios y a la ayuda del desaparecido general Omar Torrijos, ella logró su título profesional, lo que le dio la oportunidad, en momentos difíciles, de tener dos trabajos para sacar a flote la familia, tras la invasión estadounidense.

A pesar de convertirse en viuda, mi madre nunca se dejó vencer por el duro impacto de la pérdida de mi padre, quien luchó con heroísmo en defensa de la soberanía nacional. Ella pudo darme la mejor educación que sus ingresos económicos le permitieron. Enfrentó diversas carencias, pero jamás negó respaldo a quienes se encontraban en posiciones menos favorecedoras que la nuestra.

Es injusto e inhumano, que los gobernantes nos hayan abandonado sin suministrar las herramientas para que pudiésemos recibir ayuda psicológica y asistencia educativa, sin tener que sentirnos mendigos o con suerte ser favorecidos con excepciones por encima de quienes también tienen derecho a estos beneficios. A 26 años de los fatídicos acontecimientos, este gobierno se hace ajeno a esa realidad histórica y sigue ignorando la lucha para recuperar la memoria colectiva.

La invasión es un tema sensitivo que nos toca de diferentes maneras, con versiones de una realidad agrupada en sectores. Pero, en Panamá, debe prevalecer un solo territorio y una sola bandera. Es hora de alzar más nuestras voces y unirnos para reivindicar a los panameños y panameñas caídos en la invasión.

Los acontecimientos del 20 de diciembre se grabaron en la mente de muchos niños en los barrios populares, que sin asistencia psicológica se introdujeron en una cultura de violencia en la década de 1990. Panamá pagó y sigue pagando un alto precio por la destrucción iniciada por los bombardeos estadounidenses.

Con mucho pesar, entiendo que la invasión me quitó a mi padre y me quitó la oportunidad de crecer y ser educada por él, de recibir sus consejos y su amor. Comprendo que la noche del 20 de Diciembre, a pocos días de celebrarse la Navidad, los fuegos artificiales se convirtieron en bombas de muerte que tiñeron de rojo sangre, la esperanza de miles de personas en este país.

Al igual que a mí, a muchos les fue arrebatado el derecho de contar con una familia completa.

¡Despierta Panamá! No permitas que vuelva a suceder.

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