Por Alberto Velásquez
Periodista y relacionista público
Con frecuencia, políticos calificados de corruptos, inescrupulosos y, sobre todo, nefastos para sus respectivos países, utilizan la frase “persecución política” cuando tienen que someterse a la justicia ordinaria en sus respectivos países.
Un caso de actualidad, que ilustra esa afirmación, es el del expresidente estadounidense Donald Trump, quien se enfrenta a 34 cargos en su contra. Trump ha aparecido frente a sus conciudadanos sin ningún rubor, y mas bien aparenta estar ofendido.
En Panamá, tiene un homónimo quien ha estado, detenido en una cárcel, envuelto en numerosos casos de delictivos, (léase Odebrecht, Blue Apple, y otros). Ese personaje ha sido calificado por un gobierno extranjero como un individuo vinculado a casos de corrupción.
Lo curioso es que esos personajes y otros que no aparecen en el escenario, han tenido a todo un país bajo su mando, léase Alejandro Toledo, Alberto Fujimori, Enrique Peña Nieto, Ollanta Humala). Hay sectores que los ubican como ”víctimas”, a pesar de ellos fueron acusados con cargos criminales. Asimismo, es necesario advertir que ess condición de ”víctimas” les produce rédito político y hasta se atreven, con descaro, a anunciar su reelección.
Sin embargo, la gente decente está convencida de que los políticos de esa calaña son pésimos ejemplos en el modelo de democracia electoral. Su comportamiento, frente a las imputaciones a las que se enfrentan, ponen en tela de juicio y desacreditan a los funcionarios de justicia, prostituyéndolos en algunos casos, porque consideran que todo juez es posible que tenga un precio.
El caso Trump alcanza notoriedad por la magnitud del país donde se produce, pero en América Latina se repiten episodios similares. Varios ex presidentes están próximos al patíbulo, avergonzando a su propio país cuando son esposados con grilletes de pies y manos. Al menos, Alan García, de Perú, tuvo la valentía de suicidarse antes de proyectar la imagen de un ex presidente atado de pies y manos, para vergüenza de sus compatriotas.
Esos personajes usan la frase “persecución política” para escudar sus bribonadas. En su desmedido afán político, se mimetizan con el pueblo para llamar su atención, y logran que no sólo el populacho repita irracionalmente que robó, pero hizo. Incluso, hay personas con formación política que repiten ese lema, confiando que en algo les favorecerá.
La “persecución política” la utilizarán sin fundamento alguno, fuera de argumentos, convirtiendo esa excusa en una frase sin valor, en una frase baladí.