El hombre nace y vive en una bola casi redonda, que le parece inmensa. Luego esta bola, este globo llamado Tierra del cual nació, vuelve a tomarlo con la muerte en su “vasto seno”.
La humanidad creyó, durante muchos siglos, que la Tierra era el centro, el objeto y la razón de las cosas.
Para los bárbaros, de los cuales somos descendientes y orgullosos herederos, nuestro globo llenaba el Universo: el sol era una luz sin otro objeto que guiar nuestros pasos, la luna una lámpara para alumbrarnos el camino y las estrellas clavos brillantísimos que tachonaban la bóveda celeste.
De “La Tierra a vuelo de pájaro”, por Onésimo Reclus.