El deseo de coronarse campeones, alcanzar el poder por diversos medios y rodearse de aduladores ansiosos que reciben jugosas propinas, crea las condiciones ideales para que prospere el clientelismo y la inequidad.
Los sociólogos definen al clientelismo político como un intercambio extraoficial de favores, en el cual los titulares de cargos políticos regulan la concesión de prestaciones, obtenidas a través de su función pública o de contactos privados.
Expresiones populares como “’¿qué hay pa’ mi? o “¿dónde está lo mío?” revelan la existencia de segmentos de población que abrigan un sentimiento individual favorable a la dádiva por encima de un pensamiento colectivo. Es lo que el general Omar Torrijos definía como la “mentalidad de waiter”, de aquel que se satisface con las migajas y es capaz de traicionar a su clase para ir a besarle los zapatos a un millonario entorchado que requiere sus servicios.
Sin embargo, ese mismo clientelismo genera el agotamiento del modelo imperante. El pensamiento crítico permite dudar y se contrapone a la perniciosa conducta clientelista de las élites opuestas al sueño inaplazable del Estado soberano, fuerte e indivisible al que aspira la mayoría de marginados.
