Por José Luis Méndez Méndez
(Artículo publicado en diciembre de 2009=
En horas de la tarde noche del 19 de diciembre de 1989, comenzó la décima tercera invasión de los Estados Unidos a Panamá, una de las más ensayadas desde 1855, cuando comenzaron a invadir al país istmeño.
Daba inicio la Operación Justa Causa (Just Cause) con el supuesto objetivo de sacar del poder al general Manuel Antonio Noriega, sindicado de ser narcotraficante, quien había asumido la conducción del país el 16 de diciembre.
Al terminarse el día 19 y dar inicio al nuevo día el entonces presidente George H.W. Bush, anunciaba al mundo desde la Casa Blanca, que había dado inicio a esa nueva operación quirúrgica contra un pueblo hermano, que había derramado su sangre en varias ocasiones en contra de la presencia militar norteamericana en su territorio, instalada durante décadas por medio de más de una docena de bases militares dislocadas a las puertas de su capital en el océano Pacífico y otras en el Caribe.
Bastaba cruzar el Puente de las Américas, para encontrar las bases navales, aéreas y de todo uso, desde donde en esa década habían partido miles de operaciones de espionaje contra países de la región y participado activamente en la guerra sucia contra Nicaragua y los movimientos insurgentes en Honduras, Guatemala y El Salvador.
Desde las bases Rodman, Koobe, Howard, Albrook Field, partían las incursiones de militares norteamericanos en los meses precedentes a la invasión, en un ensayo permanente, también la provocación contra el cuartel central de las Fuerzas de Defensa panameñas, que ocasionó la muerte de un militar estadounidense, hecho que tensó aún más la situación y creó las condiciones para la ocupación.
El recinto militar estaba ubicado en el humilde barrio de El Chorrillo, arrasado después por las devastadoras armas norteamericanas que se estrenaron en ese escenario bélico y que causó miles de víctimas colaterales. También la ciudad de Colón y sus pobladores, sufrió el ataque de los invasores.
En la base militar norteamericana, Fort Clayton tomó posesión la troika , que había concurrido a las urnas en las elecciones y de esa forma espuria se hicieron del poder bajo la fuerza y el terror de los soldados de la 82 División Aerotransportada y de 193 Brigada de Infantería con asiento en ese enclave castrense, así como otras fuerzas de varias armas que ocuparon el país en toda su extensión, para someterlo y cambiar su rumbo político, dejando a su paso la destrucción de instalaciones, la muerte de ciudadanos y causando secuelas indelebles en muchos panameños.
En los días inmediatos a la invasión, el mando militar norteamericano y en particular en general de brigada Marc Anthony Cisneros, había expresado con sorna y desprecio por el enemigo, que al comenzar el ataque estaría tomando una cerveza y al terminar su punitiva labor regresaría tan rápido, que aún estaría fría. Pero los cálculos del estratega norteño se enfrentaron a la resistencia nacional, que dio muestras de coraje y valentía a pesar de la superioridad numérica y en armas. Los aviones fantasmas Stealth, irrumpieron en el espacio aéreo panameño causando pavor, armas de exterminio masivo fueron ensayadas, era un laboratorio que ponía a prueba los adelantos para producir la muerte. Dos años después lo harían con letal eficacia en Irak.
Las fuerzas norteamericanas durante días dejaron que el pillaje promoviera el caos en la ciudad, el saqueo de los almacenes de la Vía España, de las áreas comerciales de El Dorado y otros puntos, fueron objetos del vandalismo, que pretendía inmovilizar y desviar la firmeza de los opositores.
Desde marzo y octubre de 1988 cuando habían gestado intentos de golpes de Estado, para sacar del poder a los militares panameños y a los presidentes legítimamente elegidos, que fracasaron por la intervención de fuerzas leales, comenzó una invasión silenciosa de militares norteamericanos, que se posesionaron en viviendas y desarrollaron un vasto plan de búsqueda de información sobre la capacidad defensiva de las Fuerzas de Defensa, estudio del teatro de operaciones futuro, también se puso en marcha una verdadera cacería contra el general Noriega y los principales jefes militares. Fueron sobornados hombres muy cercanos a él.
Los blancos a atacar fueron cuidadosamente seleccionados, no sólo militares, sino también civiles como el mencionado barrio, que devino en mártir y fue virtualmente desaparecido como lo fue el Centro Recreativo Militar, CEREMI, instalado cerca del aeropuerto internacional de Tocumen, llevado a escombros por la aviación invasora por suponer que Noriega se había refugiado ahí; o la base aérea de Río Hato, que recibió un impacto desproporcionado de los agresores.
El barrio trabajador de San Miguelito, opuso tenaz resistencia al ocupante desde el inicio de la invasión, en otros puntos de la capital y el país los focos populares causaron bajas a los intervencionistas, que habían sido persuadidos por sus jefes de que sería un episodio de puro trámite donde los pobladores los recibirían con banderitas y flores.
El asedio a las Embajadas y Organismos Internacionales acreditados fue intenso para evitar que seguidores del gobierno depuesto o simplemente el pueblo recibieran refugio. Las sedes de Cuba, Nicaragua, Perú y Venezuela, entre otras, fueron hostigadas, colocados los famosos Check Point, que intentaban violar las más elementales normas del derecho internacional, que protegían a los funcionarios diplomáticos y sus familiares.
Especialistas del “proyecto golpe”, grupo ínter agencias norteamericano compuesto por experimentados gestores de golpes de Estado, como John Maisto, quien en los primeros días de la invasión abandonó el país invadido, después de haber creado la llamada Cruzada Civilista Nacional, que jugó un rol decisivo en los preparativos previos, inspirada y creada a semejanza con el llamado Namfrel, Movimiento Nacional por unas Elecciones Libres, que tomaron experiencias en el derrocamiento de Ferdinando Marcos, en Filipinas en 1986 donde Maisto, también incursionó, primero lo había hecho en Chile, durante el gobierno de la Unidad Popular y después fue embajador en Nicaragua, Venezuela y ante la OEA, para redondear su currículo intervencionista.
Veinte años después las amenazas se ciernen nuevamente con el “regreso a casa” del “poder inteligente” del nuevo inquilino de la Casa Blanca a América Latina, con la instalación de nuevas y renovadas bases militares, puntas de lanza para desestabilizar la región. En Panamá, los Tratados Torrijos Carter restituyeron a la nación istmeña el control de esas instalaciones militares norteamericanas, pero aún algunas estarán hasta el 2015 y tal vez más allá, si los gobiernos de turno acuerdan con el Imperio, con el gastado pretexto de enfrentar al terrorismo y al narcotráfico, la permanencia más allá de las caducidades como garras del águila usurpadora.
Como dijera ese grande del periodismo internacional Julius Fucik en líneas de su reportaje al pie de la horca: “Hombres, os he amado. ¡Estad alerta!”