Por David Carrasco
Director de Bayano digital
Los anuncios publicitarios que muestran a Panamá como un destino turístico internacional, suprimen por completo las imágenes de basura acumulada en las calles, e ignoran a las ratas y a los perros sin dueño que rompen las bolsas repletas de desperdicios urbanos que crean un escenario deprimente en la cintura geográfica de América.
En dos décadas consecutivas, ha quedado claro el fracaso de diversas administraciones municipales para resolver la deficiente recolección y la disposición final de los desechos. El Estado, ocupado en otros asuntos, se ha desentendido de la construcción de un modelo ágil y eficiente que permita la clasificación de los desechos sólidos y la reutilización de materiales de uso industrial, como el vidrio, el plástico, el papel, la madera y el latón.
En la práctica, se ha transferido la iniciativa ambiental a grupos y fundaciones privadas, que no pueden enfrentar un problema complejo con implicaciones sanitarias, urbanísticas, legales, políticas y medioambientales, que se traduce en un círculo de contaminación, pobreza, desaliento, inmundicia y riesgo.
En la actualidad, se estima que cada panameño genera alrededor de 1,2 kilogramos de residuos sólidos al día, mientras que en el ámbito nacional se estima que se generan 4.400 toneladas diarias de basura, de las que sólo se recoge el 58 por ciento. El resto termina en ríos, quebradas y en la costa.
A ese problema descrito, se suma la existencia del llamado relleno sanitario de Cerro Patacón, un proyecto arcaico en manos privadas que recibe más de 1.800 toneladas diarias de basura en la metrópoli y representa un grave desafío a la salud humana, debido a los niveles de contaminación que genera. Ese sistema casi colapsado sigue en operaciones ante la falta de plantas de tratamiento y de una visión inteligente a largo plazo que perfile a este país hacia el desarrollo.
Es un hecho insólito, que pese a la ausencia de estrategias y procesos de gestión ambiental, Panamá insista en privilegiar el turismo internacional, sin pensar que no tiene sentido atraer a visitantes a playas sucias y malolientes que provocan repulsión. Ese dilema debería generar un debate entre la comunidad científica para encarar el problema de raíz y proponer soluciones sensatas al manejo de la basura, al pésimo uso hídrico y a la degradación del suelo a causa de malas prácticas, contaminación por residuos químicos de plantas industriales y la minería, así como los desechos sólidos de animales en ríos y la deforestación.
Las mejores experiencias en la recolección y clasificación de la basura en el mundo han sido obtenidos a través de una cultura ambiental en las comunidades, el saneamiento, la ponderación de la higiene, la capacitación de recolectores, la planificación y el ordenamiento territorial, y eficientes servicios públicos. No se puede aspirar a producir mejores resultados en ese contexto sin un verdadero compromiso del Estado a favor del desarrollo humano y social, y de la protección del hábitat.
Los panameños deberían sentirse orgullosos de las tradiciones de lucha, el coraje de los mártires populares y las conquistas soberanas, pero no del impresionante deterioro medioambiental que nos invade con toneladas de envases plásticos que flotan en las aguas como monumentos a la ruina, la incapacidad y la desidia en este país.