En Mujeres de fuego, la periodista y escritora Stella Calloni traza perfiles y crónicas de mujeres rebeldes, apasionadas y militantes, de Manuela Sáenz y Frida Kahlo a Danielle Mitterrand y Rigoberta Menchú.
Por Sergio Kisielewsky
Es exacto el título del libro, Silvio Rodríguez lo hizo canción y la vida nos pone delante de mujeres de fuego a diario. No hay censura ni cárcel ni agobio que pueda con ellas. Si en el colectivo Ni una Menos comenzaron a gestarse con la consigna de “Basta de femicidios” las luchadoras sociales y políticas portan la memoria que puja por crear otro presente, sin desigualdad social y sin represión. En el mosaico de voces cada una tiene su visión del mundo, procedencias diferentes pero las une un pensamiento más, un peldaño necesario para que a través de la acción las cosas cambien. La periodista Stella Calloni, especialista en temas internacionales, colaboradora de diversos medios de América Latina y corresponsal en diferentes escenarios de conflicto, se cruza en esta línea de fuego imaginaria y recorre países, fronteras y casas clandestinas para dar con sus voces, una periodista que toma la palabra del otro como imprescindible, una conversación infinita que no se interrumpe frente a la adversidad y el olvido, sólo hay sitio para la reflexión y la memoria. Danielle Mitterand, Olga Orozco, Fanny Edelman, Rigoberta Menchú, son algunas de las voces de quienes siempre pusieron el cuerpo en situaciones límite de la historia. Fue en la guerra civil española, en la resistencia contra el dictadura en Guatemala, en la selva salvadoreña y en otros combates –en este caso literarios y poéticos– donde también la mujer encontró escollos que valga la paradoja, la empujaron a encontrar la salida hacia un camino singular para dar con una identidad soñada y buscada.
Si el libro está poblado de anécdotas, no es menos cierto que Calloni se rinde ante tanta vida expuesta. Mujeres que conocieron a combatientes búlgaras y francesas contra el nazismo, luchadoras en Europa contra la hegemonía de Estados Unidos y la literatura como ejercicio de liberación, ejemplos de vida de cómo se convierte lo estudiado, lo aprendido para tornarlo una obra de ficción. Comandante guerrillera y hoy diputada en El Salvador, Nidia Díaz demuestra que la pulsión de vida es más fuerte que los vejámenes y la cárcel; en tono semejante el testimonio de Rigoberta Menchú estremece de principio a fin, los militares guatemaltecos asesinaron a sus padres y dos de sus hermanos y ese fue el punto de partida para no dejarse vencer y encarar la lucha y los reclamos contra la impunidad ancestral. Decidió volver del exilio a su país donde comenzó todo, cuando a los cuatro años trabajaba por un plato de comida. Si ver un cuarto con gente colgada de un gancho y niños encerrados en un piso alto le dieron más de una razón de vida a Sara Méndez, luchadora del Uruguay por los derechos humanos que arrebató la dictadura en su país, el reencuentro con su hijo Simón le devolvió el alma al cuerpo, el contexto social adverso y la represión la pusieron a prueba y eso la volvió un referente natural en la pelea por la vigencia de la democracia en la patria de Zitarrosa. Pero si algo aligera tanto oprobio es la voz de Olga Orozco, el relato de su infancia campesina en la llanura pampeana incluye la búsqueda de misterios en las piedras y la percepción de fenómenos sobrenaturales que forjaron su carácter y sensibilidad, y dio como legado su espesura de poeta insoslayable. Trabajadora incansable de la palabra y la construcción de imágenes imperecederas, el encuentro con una trabajadora de la poesía es el hallazgo del otro, como la anécdota que cuenta sobre su abuela cuando ella de chica. Quemó un hermoso pañuelo y la mujer lo escondió en una caja y le dijo que en quince días estaría como nuevo. Como el truco funcionó la autora de Museo salvaje y La oscuridad es otro sol se negó siempre a nombrarse como “poetisa” y da algunos indicios para entender por qué los poemas no se manejan al antojo del que escribe.
Uno de los puntos más altos del libro es el rescate de documentos y anécdotas de la gran Manuela Saénz amada por Bolívar, que Calloni trae del fondo de la historia latinoamericana en épocas de lucha por la Independencia para poner al unísono picante y néctar en un relato que describe tiempos tormentosos para las elecciones amorosas que hacía una mujer en ese tiempo. Recuerdan al gran poema de Juan Gelman “Preguntas”: “lo que hacemos en nuestra vida privada es cosa nuestra”. Pero aquí el prisma de la vida íntima repercute sobre acontecimientos que aún resuenan en nuestro tiempo donde la mortaja neocolonial quiere irrumpir como si el tiempo no hubiese pasado. “Quién puede juzgarnos por amor… no hay que huir de la felicidad cuando ésta se encuentra tan cerca” dice Sáenz a la vez que se muestra implacable a la hora de la verdad y la acción libertadora. Amó a Bolívar como a la vida misma, sabía que a su lado tenía un hombre con un gran proyecto entre manos pero también sabía de sus dudas, anhelos y fracasos, Calloni rescata las confesiones que lo hacían más grande y más tierno, un amor al borde de la guerra, un cuerpo cerca de otro cuerpo a metros de la espada y de los libros.
La obra se completa con semblanzas de la vida y la creación de Frida Kahlo y Rosario Castellanos, y una breve entrevista con Gladys Marín, referente del comunismo chileno y activa promotora del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, la organización política militar que atentó dos veces contra el dictador Augusto Pinochet.