Nicaragua y la correlación de fuerzas
Por Marco A. Gandásegui, hijo
Profesor de sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA
La situación de Nicaragua es complicada por los intereses de clase que están en juego. Es aún más complicada por la falta de información.
¿Qué sabemos?
Nicaragua es, en gran parte, un país de producción agropecuaria.
Sobre la base de esa realidad, a lo largo del siglo XIX, se estructuró y creció una clase con tendencias oligarcas que se apoderó de las instituciones de gobierno (políticas, militares, ideológicas). La combinación de la propiedad de la tierra y el control de los aparatos de gobierno parecieron darle a la oligarquía una posición inexpugnable.
Al mismo tiempo, creció una masa de trabajadores sin tierra que fue migrando a las ciudades a ocupar empleos de servicios. En el campo, la población no recibía servicios públicos y en las ciudades lograba tener acceso a un mínimo de educación y servicios de salud.
La debilidad económica del país no lograba generar un excedente que llegara en forma significativa a sectores diferenciados (transitorios). Es decir, a una clase obrera, a profesionales, técnicos y educadores (la llamada clase media o sociedad civil). Tampoco le daba a la oligarquía la solvencia económica para neutralizar a los sectores inconformes y rebeldes. El control político lo ejercía un “clan”, el ejército lo manejaba una familia y los aparatos ideológicos (Iglesia, educación, medios de comunicación) estaban en pocas manos.
Sobre esta base, los movimientos sociales sólo podían ser neutralizados mediante la represión violenta. Las pugnas familiares entre conservadores y liberales eran interrumpidas, en el siglo XX, por insurrecciones como el alzamiento del Ejército de Hombres Libres, liderado por Sandino, y una generación más tarde por el FSLN, fundado por Carlos Fonseca.
La oligarquía requería el apoyo político y militar de la potencia norteamericana para enfrentar a los campesinos y trabajadores. En la década de 1970 el FSLN, compuesto por jóvenes guerrilleros (entre 16 y 25 años de edad) del campo y de la ciudad logró romper la pasividad de la población y quiebra la unidad interna de la oligarquía.
El triunfo del FSLN en 1979 fue gracias a las tácticas militares de sus columnas, pero aún más por la estrategia política de sus tres mandos. Por un lado, los gobernantes se relajaron, dentro de la Iglesia surgieron voces contestatarias y en EEUU se cansaron de seguir apoyando la ineptitud de “nuestro hijo de puta”.
En la década de 1980, EEUU decidió poner fin al diálogo con los jóvenes sandinistas y desataron una contra-ofensiva que utilizó a los países vecinos como cohortes. Agotados, los sandinistas entregaron el poder político en 1990 a las corrientes neoliberales, entre los cuales había muchos que simpatizaron con los sandinistas durante la gesta revolucionaria e, incluso, durante los diez años de gobierno. A pesar del apoyo de EEUU ‒o quizás por eso mismo‒ los tres gobiernos neoliberales resultaron desastrosos. Los niveles de vida cayeron y, peor aún, el pueblo sintió que quienes gobernaban eran más de la vieja oligarquía.
El FSLN regresó al poder en 2007, con Daniel Ortega (comandante revolucionario de la vieja guardia) a la cabeza. Puso en efecto una política bicéfala para evitar los supuestos errores del pasado. Por un lado, con apoyo externo (que no incluía a EEUU) armó un programa económico “asistencialista” que mejoró los niveles de vida de los nicaragüenses. Por el otro, puso en marcha un plan político de alianzas con sectores importantes de la vieja oligarquía y de la Iglesia.
En pocos años, Nicaragua logró consolidar la paz social en las comunidades del país y callar a la oposición oligarca. Incluso, EEUU se sintió complacido con el comportamiento del antiguo enemigo sandinista, logrando que se subordinara a las políticas neoliberales de las agencias financieras. Se sentía incómodo, sin embargo, con los saludos fraternales del gobierno sandinista hacia cubanos, venezolanos e, incluso, ecuatorianos y bolivianos.
EEUU mantenía relaciones con los empresarios y la Iglesia, incursionaba con programas dentro del Ejército y desarrollaba programas de indoctrinación entre los jóvenes conservadores y las universidades. Anualmente, el Congreso aprobaba subvenciones millonarias para mantener su influencia en los sectores que no se consideraban sandinistas. Incluso, coqueteaba con los sandinistas que se habían separado de la corriente que encabezaba Ortega.
El 16 de abril de 2018 se produce una protesta de los jubilados, quienes veían como un decreto presidencial les cortaba un porcentaje de sus pensiones. En forma desordenada, gremios empresariales, Iglesia católica y jóvenes conservadores reaccionan defendiendo a los jubilados y atacando la legitimidad del gobierno. Ortega supuso que la embestida sería muy corta, pero se encontró con la sorpresa de que, a pesar de la desorganización, la oposición cuenta con recursos externos para movilizar gente en el país.
Después de tres meses de enfrentamientos, la balanza se inclina a favor del gobierno de Ortega y las organizaciones populares del FSLN. En esta coyuntura, Washington se pronunció oficialmente a través de un comunicado de la Casa Blanca: EEUU apoya a los sectores de la oligarquía junto con la juventud conservadora y les asigna nuevos fondos para seguir desestabilizando al gobierno del FSLN. Acusa a los sandinistas de reprimir a grupos financiados por EEUU. Decide aplicar sanciones contra funcionarios del gobierno. La táctica es una copia de sus políticas aplicadas en Venezuela, Libia y Siria (incluso Ucrania).
Hasta este momento, se observa que el FSLN está intacto. Su base social en el campo y en las ciudades ha soportado la embestida de la oligarquía. El futuro está en manos de ese pueblo que luchó por el ideario de Sandino. Ortega le toca probar su capacidad como dirigente de un pueblo que está en lucha.
Un comentario adicional: He leído los comentarios de muchos amigos de la Revolución sandinista de la década de 1970 que quieren regresar a la gloria de los combates de Masaya y tantas otras.
Sugiero que se informen sobre lo que ha pasado en los últimos 40 años. Si echan de menos a los comandantes guerrilleros, recuerden que es el pueblo sandinista que está luchando en todo el país por Nicaragua y las futuras generaciones de ese país heroico. El nicaragüense no quiere la guerra, quiere una Nicaragua libre de oligarcas y lacayos de senadores norteamericanos.