Desde el teléfono celular, muchos ciudadanos han compartido el video en el que dos hombres pelean en la calle y una agente policial observa la escena, mientras agita un frasco de gas pimienta vacío. En la filmación callejera, un hombre con el torso desnudo muestra una herida de puñal en el abdomen. Aunque parece un suceso casual, esa escena induce a una seria reflexión.
Una primera lectura, revela insensibilidad ciudadana ante las situaciones de riesgo que ponen en riesgo la vida de una persona, aunque esos individuos sean menesterosos o marginales que dirimen sus diferencias con armas. Ese hecho revela, además, una especie de huelga silenciosa y una actitud de contemplación de agentes policiales que intervienen cuando todo se ha consumado.
Sin embargo, ese incidente deplorable, que parece ocurrir en forma aislada, ofrece la oportunidad de debatir sobre problemas que afectan el comportamiento de las unidades uniformadas resentidas debido a la falta de dotación de equipos para un adecuado desempeño en las calles (chalecos antibalas, botas en buen estado y revisión periódica del armamento reglamentario),
No hay que ser un genio para darse cuenta de que algo gordo ocurre en una Fuerza Pública integrada por 26.271 agentes, donde hay una inadecuada distribución de mandos. De hecho, hay 6.443 guardias y 8.398 cabos. Ello quiere decir que en la línea de mando institucional casi se iguala la cantidad de guardias y de cabos, lo que desafía un principio básico de orden y seguridad.
Causa asombro la forma en que está diseñada la insólita estructura de cargos en la Fuerza Pública de Panamá, en cuya planilla aparecen 138 subcomisionados (tenientes coroneles) y 180 comisionados (coroneles). Para colmo, esas altas posiciones son decididas por un dedo poderoso, como ocurría en el circo romano, donde el emperador tenía en manos la suerte de los gladiadores.
Está más claro que la pasividad policial en las calles puede tener un origen más profundo de que algunos imaginan. Detrás de ess actitud se escudan el descontento, la falta de compromiso, el sentimiento de derrota y frustración y la falta del espíritu de cuerpo que mueve a toda institución castrense. Si a ello se añade la corrupción, el pronóstico es realmente desolador y perturbador.
Los combates callejeros y los brazos caídos de la Policía ayudan a entender el país deteriorado que tenemos, en el que hay una gran pobreza moral y un abandono de responsabilidades colectivas en materia de seguridad. La inseguridad y el bochorno son también parte del espectáculo y muchos se atreven a decir que, ante la falta de hondo sentido de patria y conciencia, el show debe continuar.