Por César Elías Samudio
Docente en la UNACHI
Albert Camus ha sido uno de esos pocos individuos que ha entendido que sólo se puede ser moral desde la inmoralidad; es decir, rechazando de manera consciente los valores, las costumbres, las creencias y las normas de una sociedad decadente, como la nuestra, donde se tiene por moral correcta e indubitada la imposición de ciertas creencias religiosas, el partidismo político, la corrupción, la ignorancia, el “juega vivo” u oportunismo, la exclusión social, la naturaleza sometida al capricho de los hombres y otras formas de denigración que el poder siempre ha utilizado para legitimar el dominio de unos hombres sobre otros hombres.
Esto quiere decir que nuestra noción de moralidad no ha sido generada mediante un proceso de reflexión consciente sino implantada en nuestras mentes por los intereses creados existentes en nuestra sociedad. De allí surge esa ridícula propensión de hacer reglas y más reglas para todos, menos para aquellas personas o cosas que realmente mantienen a nuestra sociedad sometida a los caprichos de la iglesia católica, de los poderosos y de aquellos individuos que desde el poder disfrutan las migajas que dejan a su paso la corrupción y la descarada explotación o degradación del hombre por el hombre.
Camus escribió: “La integridad no tiene necesidad de reglas”. Si nuestros gobernantes fueran íntegros, ¿tendrían tanta necesidad o afán de hacer reglas y más reglas? Todos los países con economías fuertes tienen problemas migratorios. Sin embargo, dudo mucho que estos problemas hayan sido prohijados por el estado mismo, como es caso de Panamá. Samuel S. Bacon tiene un libro sobre Panamá (La feria del crimen), que no circula en Panamá porque es una radiografía escrita en pasado, presente y futuro de la corrupción que siempre ha existido en Panamá.
El nuestro siempre ha sido un país de inmigrantes; pero de inmigración forzada porque aquí se situó durante la época colonial el más importante centro de venta y reventa de esclavos; cosa que siguen haciendo nuestros gobernantes mediante políticas o prácticas migratorias que tienen como único propósito enriquecer a los traficantes de esclavos y a los gobernantes de turno. Aquí, nadie viene gratis, señores. Aquí, este barranco de “chamos” los metió Varela y sus secuaces, pero no escucho que alguien diga que van a sentar a este señor en el banquillo de los acusados. El banquillo es para las víctimas de la corrupción, no para sus victimarios.
Camus también escribió que uno se forma siempre ideas exageradas de lo que no conoce. ¡Correcto! Sólo hay que ver cómo la gente sencilla se deja manipular por el discurso de odio que hoy enfrenta a pobres contra pobres, panameños contra chamos y panameños contra panameños. ¿Y ricos ratas? Cagados de la risa, huyendo de país, asegurando sus fortunas mal habidas en el extranjero o haciendo nuevas alianzas con el gobierno de turno. ¿Y la corrupción de la Asamblea? ¿Y las Reformas Constitucionales que preservan la esencia feudal de nuestra sociedad? ¡Un hombre sin ética ‒o con una ética equivocada‒ es una bestia salvaje que solo obedece a las órdenes de aquel que considera poseedor de la ética pura u original!