Ana Isabel Illueca nació en 1903, en la ciudad de Panamá. Estudió en Panamá. En la Escuela Normal de Institutoras recibió su título de maestra de Enseñanza Primaria; y, en 1944, se graduó de profesora de español en la Universidad Nacional de Panamá. Dedicada plenamente a la enseñanza, ha sido profesora de la Escuela de Artes y Oficios Melchor Lasso de la Vega y del Instituto Nacional de Panamá, donde se le rindió homenaje al ser declarada supernumeraria después de veintinueve años de labor educativa. Durante muchos meses, en rigor por cerca de tres años, dirigió una página poética en la revista Acercamiento, prestando con ello un real servicio a las letras nacionales.
En sus años de maestra de Primaria, compuso poemas infantiles, como El Limpiabotas, El Vendedor de Periódicos, La Oración de la Maestra y Pininos.
Ana Isabel Illueca ha consagrado su nombre con los poemas de motivos típicos panameños basados en el costumbrismo criollo. Su musa, henchida de patriótico sentir, permite considerarla como la “poetisa campesina panameña”.
Su obra literaria, conocida por periódicos y revistas del Continente, ha sido recopilada por la poetisa en una Antología expresiva de su personalidad.
Su poesía contiene rebeldía social, impregnada del sabor de las tierras y de los sentires campesinos de Panamá. En el decir poético, sencillo y sin artificios, vibra el dulce cantar entristecido de pesares amargos. Tiene su poesía la humildad orgullosa de los patrios lares.
Poetisa popular, Ana Isabel Illueca dice con mucha entereza cuanto piensa y siente. Su poesía no es fuga de la realidad; es tan sólo la glosa de sus vivencias. Como dice en la “Introducción” a su Antología Poética, “aquí no hay sueños… se nutrió de realidades”.
Murió el 25 de septiembre de 1994.
Saloma
Como un lamento lejano resuena entre los peñascos la voz que se hace sollozo para decir su quebranto.
Como el bramido del toro que ve la muerte a su paso; como el llanto de los niños que quedaron en el rancho; y como el venado herido que los perros van husmeando; así rasgó la saloma todos los montes y llanos y se fue hacia los confines como un lamento lejano.
Se encrespa entre los machetes que el ejido va limpiando; hace cabriolas y pasa con el viento por los árboles; abanica con sus sones todo el verdor de los pastos; se mece entre los ciruelos y las ramas del guayabo; y cuando baja hasta el río, resuena entre los peñascos.
Es estímulo en la junta; en el embarre, alborozo; clarinada de alegría en el tambor bullicioso. En las siembras de los campos es lenguaje entre los mozos. Y cuando el dolor les hinca su colmillo doloroso, se retuerce en su garganta la voz que se hace sollozo.
Saloma . . .Saloma tienes Sabor amargo de llanto. . . Alegría pasajera en los momentos gozados; pero hay una honda tristeza en tu sonido quebrado: el dolor que hay en la vida del campesino olvidado que saloma adolorido para decir su quebranto.
Rostro autóctono de Panamá.
Chola
Chola: He venido a tu rancho; pobre choza de pencas en cuya abierta puerta hace alto el centinela del pilón… ‒corazón de madera‒, que muele con sus manos arroz tostado, espaldas y pulmón.
Chola: Hasta el agua que llena la tinaja nos habla de labor… sobre tu hombro cansado vino en jarras de barro del claro surtidor.
Yo conozco tu rancho: sobre esteras, en el duro jorón, pretendes a tu cuerpo magullado dar fuerzas y tesón; cuando te esperan el maíz blando que en piedra has de amasar… y la leche cortada que en queso has de tornar… y las ropas del hombre que en río con espuma y manduco has de blanquear.
Chola: Bestia de carga eres en el rancho, y aún más bestia te harán en la ciudad… Si eres fea ya tienes esa suerte: te salvó de la caída tu fealdad; pero si eres bonita serás carne de ultraje del hijo del patrón, que, sin piedad, te dará un hijo paria que luego negará (porque negar el hijo de una chola es moneda corriente en la heredad).
Chola: Flor de tragedia, la vida te castiga si cumples tu misión… No hay leyes para ti desde que hay clases… no hay normas que te brinden protección… Para ti sólo hay cárceles si yerras… Para ti no existió la compasión, Chola poblana de mis verdes llanos, hija del rancho, hermana del riachuelo…, compañera del chuío y la torcaz; una mujer de la ciudad por ti habla reclamando tenaz tu derecho de ser buena y respetada…; tu derecho de ser buena de los hombres que en la tierra fecunda plantarán la esmeralda sin par de los maizales, el abanico del cañaveral y el huerto perfumado por las frutas del suelo tropical.
Chola: Mártir incógnita, heroína callada de la maternidad…, tu vientre es un crisol de labradores, sin padres y sin pan, que rumian, cual tortilla, la miseria, sin quejarse jamás, porque esperan la voz de la Justicia que presto se alzará.