Por Rolando Gabrielli
Periodista y escritor chileno radicado en Panamá
Enigma microscópico
En la gota de agua
que brota temblorosa
del borde de la llave
distingue a un anciano
andante aproximándose
a duras penas
apoyado en una bacteria.
Y, en la siguiente gota que cae,
a la esfinge.
Gonzalo Millán
Un raro talento ejercía Gonzalo Millán en torno a la palabra y el tratamiento del lenguaje, en el deslumbramiento de su brillo oculto, a pesar de la objetividad con que se refería a las cosas y objetos, a la vida misma. Degustaba como un gourmet el uso de las palabras, nunca se quedaba con una primera, segunda ni tercera versión de un poema. Daba vueltas y vueltas hasta nueve versiones, un verdadero relojero ajustando los tiempos de las palabras y la hora exacta de su tiempo.
Por esas extrañas coincidencias de la vida y la poesía, tituló un libro en 1987 con la palabra Virus. Y, como dice el epígrafe suscrito por William S. Burroughs, la palabra es un virus. El primer poema se titula “Epidemia” y sostiene que “Son necesarios / varios millones de virus / para conseguir un punto visible. Y varios millones de puntos / para conseguir una sola línea”.
Como sabemos, estamos en medio de una pandemia; no es una coincidencia menor, bajo el ataque de un virus muy virulento, además invisible, un verdadero transformista, al parecer, que ha logrado paralizar, amedrentar, acorralar a los habitantes de la Tierra. En las guerras se suele identificar a los enemigos, existen frentes, territorio, personas, ejércitos, pero esta vez se trata de un microbio que, en un corto tiempo, ha logrado una mala reputación pocas veces vista en la historia de la humanidad.
Gonzalo Millán, autor de Relación personal, La ciudad, Claroscuro, Vida y Seudónimos de la muerte, entre otros, nos da una pista muy clara de qué es para él la palabra.
Han transcurrido 33 años de la edición de este poemario de un autor chileno de una notable, original y creativa producción poética. El poeta, la palabra, la escritura están contaminados, y aun así la obsesión pareciera persistir y no le es posible al escritor abandonar el acto de la escritura como una manera de enfrentar sus demonios. Tal vez este ejercicio no permita ser abandonado, aunque el poeta diga: “En realidad ya no escribo, / inoculo vocales, consonantes / de un alfabeto de microbios. / Vacuno con el virus / de la verborragia, el silencio”.
El poeta contamina, pero cura con el silencio. Virus es un desafío constante a la escritura, al acto mismo de hacer poesía, enfrentarse a la página en blanco, y como una mirada actual, ya han pasado más de tres décadas, dice en el poema “Letra muerta”: “Un virus en acción / es casi invisible”. Y señala más adelante al describirlo: “Se lo puede observar / bien con el microscopio / electrónico, únicamente / después de muerto”.
Bueno, Gonzalo Millán, autor de Relación personal, La ciudad, Claroscuro, Vida y Seudónimos de la muerte, entre otros, nos da una pista muy clara de qué es para él la palabra; sabemos que es una adicción, pero también un “pharmacon, un humor venenoso y a la vez vacuna, enfermedad y salud”. Justamente de esto y más nos habla Virus.
En su poema “Practicante” hace un juego revelador entre la escritura y un practicante (enfermero), cuando dice: “Te ejercitas con el bolígrafo / de punta retráctil / como con la hipodérmica / el aprendiz de practicante: inyectando glóbulos de aire / y extrayendo jugo / de la porosa palabra naranja”.
Millán se sumerge en el oficio; en el poema “Lectura” lo hace magistralmente en el proceso de lectura: “Humedeces la yema. Doblas la hoja / y un tizne de pestañas quemadas / el de una mariposa tipográfica / con alas de borrosas escamas / se queda en la piel de tus dedos”. Más adelante señala: “En la oscuridad son abiertas nuestras manos como libros, hojeadas como páginas sus palmas”. El proceso de la intimidad de la lectura, que sólo es posible ante un impreso, un libro, y con una gran dosis de imaginación en el acto mismo.
Hay humor, juegos de palabras, muerte, ironía, una mirada de sí mismo. Veamos: “Combatiente”: “Queriendo / luchar / con la pluma / escribes / dinamita / mojada / con tinta”. Millán está dentro del libro, se recrea, no sólo lo hace con sus temas favoritos. “Caricatura” es un ejemplo: “Mi llaman Me plan. Te remeda / El Peter Sellers chileno”, y nadie duda de ese aire del artista británico que inmortalizó nuestra juventud, nuestra época, con La fiesta interminable. Hay otros juegos con su apellido, en el arte de la introspección y el humor.
En estas coincidencias que van desde el título de la obra hasta algunos poemas, curiosamente aparece un poema en el centro del libro titulado “Murciélagos”.
Es curioso el título del libro, cuya portada recoge en rojo la palabra Virus, que contrasta con el blanco de las letras del autor y un fondo negro donde se viraliza una suerte de abecedario que recrea el idioma imaginario de toda tipografía.
Gonzalo, quien ocupa un lugar destacado en la poesía chilena y del habla castellana, por su originalidad, su intensidad idiomática, vuelve sobre su propia escritura en el poema “El viejo poney”: “El poema breve ha sido nuestro / caballito de batalla. El viejo / poney hoy yace reventado / por el uso y el abuso / de sus obsesos y obesos jinetes”. Él es uno de esos obsesos jinetes y le cae encima a Pound, a Brecht, y en versos de humor y sátira pareciera querer despedirse de Pony de su poesía.
Esta nota, revisitando al poeta chileno en 2006, coincide con una época de virus viral, un microbio que no tiene nada de poético y se pasea a paso mortal por Nueva York, Madrid, Barcelona, París, Milán, Río de Janeiro y Guayaquil, entre otras ciudades y regiones del mundo.
El lenguaje de la pandemia
Escribimos desde el confinamiento / este es el lenguaje de la pandemia / somos pacientes sospechosos / arrinconados en nuestras casas / en distanciamiento disciplinado / por nuestras ventanas / vemos el cielo y las calles vacías / nos imaginamos la ciudad / es memoria nuestro pasado reciente. (RG).
Gonzalo no alcanzó a conocer las fakes news; seguramente habría descubierto y escrito sobre esa suerte de epidemia bíblica de la nueva Babel y también de los periódicos que han abandonado sus principios éticos y su compromiso con la comunidad. Y en estas coincidencias que van desde el título de la obra hasta algunos poemas, curiosamente aparece un poema en el centro del libro titulado “Murciélagos”. No puede ser más alusivo, ya que los científicos y servicios de inteligencia señalan que el coronavirus que jaquea al mundo surgió de los murciélagos, vectores del brote de coronavirus. El cambio climático remueve virus, huracanes, tsunamis, terremotos, incendios, y el hombre está en el centro de su propia autodestrucción.
Vayamos a “Murciélagos”, considerado un animal fascinante, el único mamífero que vuela, cuyo origen data de hace más de cincuenta millones de años, vive veinte años y mide tan sólo entre 3,5 y 6 centímetros. Son grandes polinizadores y dispersores de semillas.
Millán, en su “Murciélagos”, nos dice: “Apartas las sábanas / de papel, es inútil / levantarse hoy día / las palabras ciegas / y seguras cual murciélagos / duermen en tu caverna / garganta, cabeza abajo”.
Los poetas son observadores, curiosos, descubridores, y suelen decirnos cosas que a simple vista no vemos ni imaginamos.