Por Franklin Ledezma Candanedo
Periodista y escritor
Un análisis retrospectivo del tema analizado en el artículo “La Liberación Femenina y nosotros”, del compañero y amigo Julio Yao, enviado a contactos inteligentes del suscrito, nos lleva de la mano a certificar que la mujer ha sido –y es‒ brújula maravillosa, que merece siempre respeto, aprecio y consideración.
Sobre la base de esa premisa cierta, es necesario divulgar la tarea que hemos emprendido: Escribir la historia de mi madre, Lilia Flora Candanedo Candanedo, hija y hermana abnegada, progenitora rígida, pero siempre dulce y bondadosa, maestra innovadora, lidereza cívica- socio-política-comunitaria, que tendrá por título “La maestra sí tiene quien le escriba”.
Reseña oportuna:
En la residencia mi madre, la maestra, se fundó una escuela primaria con apoyo de las autoridades educativas municipales, en la que educó a un grupo de hijos del campo, de primero hasta sexto grado. Eso ocurrió hace décadas, antes de que oficialmente de abriesen en horas nocturnas los cursos de alfabetización de adultos. Alumbrada con rústicas guarichas, ella enseñaba materias elementales a los padres de familia (matemáticas, español, geografía, cívica e historia), lo mismo que el arte de tejer, bordar, coser y marcar.
Como experta en música de cuerdas e instrumentos típicos, también daba clases de guitarra, mandolina, tambores, flauta, pito y caja panameña, entre otros. Tras alcanzar ese objetivo, creo un conjunto musical de cuerdas y uno típico, con el respaldo de padres de familia y vecinos del área.
En épocas festivas (San Juan, fiestas patrias, navidad y año nuevo, entre otras), organizaba verbenas, saraos para los más jóvenes y bailes de adultos, amenizados por los conjuntos musicales creados por ella; promovía carreras de caballos, juego de toros en barrera construida frente a la casa, en los que participaba un joven del lugar, Juanito Saldaña, quien años después se convirtió en el primer torero profesional del país. En todas esas actividades festivas, siempre reinó el respeto y la cortesía hacia todas las damas, que lucían hermosas polleras autóctonas.
Nuestra progenitora nos despertaba cada mañana, con canciones inolvidables del recuerdo (Pasillos, valses, tangos, rancheras y boleros), a través de un radio de baterías color oro. A través de ese aparato escuchábamos hermosas melodías entonadas por voces femeninas (Libertad Lamarque, de Argentina), las mexicanas Toña La Negra, las hermanas Mendoza, María Luisa Landín, las cubanísimas Celia Cruz y Olga Guillot, y por las del Trío Los Panchos, el dúo de Garzón y Collazos, El Dueto de Antaño, Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, y Carlos Gardel, el Zorzal Criollo y los hermanos Arriagada, chilenos. Y cada noche el sueño nos llegaba con las letras de poemas inmortales, de Juan de Dios Peza, Pablo Neruda, Julio Flores, y el indio Duarte, entre otros poetas y declamadores.
Otra dama que impactó mi niñez y aún lo hace en el presente, es la joven Francisca “Chica” Montoto, maestra de primer grado, quien me enseñó a valorar los beneficios de la educación y el amor por las letras, en un centro escolar humilde, en medio de la extensa, hermosa y solitaria llanura campirana (y no es casual que ésta última sea una frase ligada al feminismo).
Al ingresar en el sector público, en 1967, aprendí con otra mujer maravillosa, doña Eulogia R. de Arias, muchas cosas de ese universo, lo que me permitió permanecer en la institución durante 34 años consecutivos. Al pasar el tiempo, gracias a su certera guía y ejemplo, llegué a ser lo que soy, periodista y escritor.
En cada tramo de mi vida tuve la dicha y el privilegio de contar con la influencia bienhechora de mujeres profesionales, como las redactoras de secciones culturales de medios escritos, entre otras, Doña Elida Villalaz de Pardo (Tía Lila), Elida Camazón y Yolanda Garrido. Ello permitió que yo creciese integralmente.
En todas y cada una de las actividades en las que he participado –y participo‒ siempre he tenido el paradigma superior de mujeres extraordinarias. En el campo literario, por ejemplo, de las insignes poetisas Moravia Ochoa, Esther Urieta de Real, Gloria Young, Consuelo Tomas y Yadira Baquerizo.
Las positivas vivencias reseñadas sobre destacadas mujeres, me llevaron el año pasado a rendirles merecido tributo, a través de la obra poética titulada Istmo, Verso y Mujer, en el marco de los 500 años de fundación de Panamá la Vieja (portada adjunta).
La mujer destaca por afanes de superación constante, aportes en campos diversos, lealtad a la familia, culto a la amistad, vocación gremialista de innata formación nacionalista. Por todo ello, rechacé, desde temprano, el absurdo machismo y toda forma de violencia a ese género maravilloso.
Concluyo indicando que la mujer es y será estrella, brújula y camino seguro, certera guía para avanzar y llegar al destino que merece el ser humano. Fraternal saludo y delante, siempre adelante.