Por Antonio Saldaña
Abogado y analista político
Estás palabras podrán parecer duras, pero, en mi opinión, reflejan una verdad histórica. El vetusto sistema de educación de Panamá —más de 60 años del plan Pensilvania— no ha cambiado porque sectores poderosos no quieren que cambie, pues, en el mundo existen, desde hace mucho tiempo, modelos educativos exitosos y, lo que ha faltado es voluntad política.
En consecuencia, para que la felicidad sea una aspiración de todos o por lo menos para la mayoría de los panameños, es menester transformar la formación arcaica, por una educación de calidad.
Decía el filósofo y político italiano Antonio Gramsci, que lo más difícil es «destruir para construir», pero los panameños debemos destruir (literalmente hablando) las «escuelas ranchos», para edificar sobre sus cenizas, centros de enseñanza que sean modelos de excelencia.
Cuenta la historia de la pedagogía finlandesa (Finlandia es uno de los países nórdicos que lidera los «ranking» de la calidad de la educación en el mundo) que el afán de los finlandeses por la formación de excelencia o educación de calidad, tiene entre sus orígenes el sexo.
En efecto, «probablemente, la meritocracia educativa finlandesa haya comenzado con el edicto del arzobispo luterano del siglo XVII, Johannes Gezelius, quien ordenó que ningún hombre podía casarse a menos que supiera leer…De manera que, cuando el obispo emitió su edicto, los finlandeses que ardían de pasión por sus prometidas…no tuvieron más remedio que aprender a leer para poder consumar sus deseos». (Andrés Oppenheimer).
¿Cuál es «el secreto» por el cual los chicos finlandeses de 15 años de edad ocupan los primeros lugares de la «prueba PISA» de matemáticas, ciencia y lectura comprensiva?
La respuesta es sencilla. Es tener una educación fundamentada en la meritocracia del talento. Cuenta Andrés Oppenheimer en su libro, «¡Cómo salir del pozo!», que en ocasión de una entrevista a la presidenta de Finlandia, Tarja Halonen, ella le confesó que el éxito económico, social y político de su país, se debía a tres secretos: La educación, la educación y la educación”.
El primer cambio consistió en mejorar la capacitación de sus maestros y profesores y elevar su estatus social. Tanto es así, que hoy en Finlandia, una Maestra de primaria (de enseñanza Inicial) puede llegar a ganar en salario, el ingreso o emolumentos de un diputado de Panamá, o sea, el salario de un maestro oscila entre tres mil y siete mil dólares mensuales. Por supuesto, para ser maestro de Inicial, se debe obtener, como mínimo, una licenciatura.
Gracias a la providencia, de los ocho (8) candidatos presidenciales hay dos (2) «finlandesas», por su vocación docente y porque son producto de la educación.
Por lo que mi recomendación para llevar a cabo una exitosa ”Reforma Educativa» es, una vez, una de estas aspirantes presidenciales, se instale en el Palacio de Las Garzas, envíe a su ministro de educación a Helsinki, para que a la vuelta al país, pueda «panameñizar», el exitoso programa de educación de calidad y excelencia nórdico.
¡Así de sencilla es la cosa!