Por Frei Betto
Escritor y asesor de movimientos sociales
El flujo de información que recibimos en la actualidad es avasallador. Tanto que no logramos retenerla. Nuestra memoria es inteligentemente selectiva. Si me preguntan si ayer vi innumerables anuncios publicitarios en las calles y los medios, diría que sí. Si me pidieran que los mencionara, solo podría citar cuatro o cinco.
La mente “pesca” si posee “carnada”, o sea, si está enfocada en lo que pretende aprender. Eso ocurre cuando investigo en internet sobre el arte del Aleijadinho o la política de la felicidad en el reino de Bután. Entonces la información se transforma en conocimiento.
Durante mi visita a una escuela, les pedí a los alumnos que escribieran en un papel cuánto tiempo había navegado cada uno en internet el día anterior. La media fue de tres horas. A continuación les solicité que anotaran 10 temas que habían aprendido en esas horas. La mayoría no llegó a enumerar cinco. Lo que demuestra, digo yo, que no navegaron; en realidad, naufragaron… Tiempo perdido debido a la dispersión y la desatención de la mente.
Transformar la información en conocimiento requiere cierta pedagogía. La información puede ser falsa, como la relativa a alimentos sabrosos desprovistos de propiedades nutricionales beneficiosas para la salud. Por eso la publicidad es repetitiva. Se empeña en convencernos de que lo superfluo es necesario y está impregnado de valor social. Se dirige a nuestra autoestima. Nos hace sentir que no podemos ser felices prescindiendo de aquel producto, aquel refresco o sándwich impregnado de felicidad.
Para que la información se transforme en conocimiento debe ser contextualizada. No basta saber que los Estados Unidos amenazan con castigar a Corea del Norte por lanzar misiles. Es preciso conocer por qué Corea es un país dividido; por qué los Estados Unidos lanzan misiles sin que nadie proteste; por qué la ONU propone la no proliferación de las armas nucleares y, al mismo tiempo, acepta en su Consejo de Seguridad a países poseedores de ojivas nucleares; por qué se admite que los Estados Unidos y Rusia posean, en conjunto, más de 14 mil ojivas nucleares, capaces de aniquilar varias veces nuestro planeta.
La mente es como un pulpo con varios tentáculos. Almacena conocimiento en la memoria racional. Pero no siempre recordamos lo que aprendemos, incluso los nombres de personas próximas.
La memoria emocional enraíza más profundamente la información. Porque nos hace sentir además de hacernos pensar. Produce deleite recibir una invitación para comer nuestro plato preferido o revisitar una ciudad que nos encanta; u ojeriza toparnos con quien nos ofendió; o miedo andar de noche por calles inseguras.
La información se convierte tanto más en conocimiento cuanto más se inserta el texto en su contexto. Un brasileño está más apto para comprender la obra de Machado de Assis que un alemán, porque vive en el contexto en que se produjo el texto. El alemán, en cambio, comprende mejor las obras de Goethe.
De ahí la importancia de la experiencia en la asimilación de la información al ser transformada en conocimiento. ¿Cómo podrían los médicos ejercer con calidad su profesión si de estudiantes nunca diseccionaran un cadáver? ¿Cómo podría un maitre explicar las sutilezas de un plato si nunca lo hubiera probado?
Eso no significa que los sentidos sean confiables. Copérnico desbancó a Tolomeo al demostrar que el sol no gira alrededor de la Tierra, como nos parece. Ocurre lo contrario.
En resumen, toda información debe ser debidamente comprobada y contextualizada para que merezca ser absorbida como conocimiento. Y todo conocimiento exige reflexión crítica para no ser asimilado como verdad. Al contextualizar el texto, la información, satisfacemos mejor el incentivo, lo que nos motiva a adquirir ese conocimiento.