Por Mario Osava
Los pueblos indígenas, reconocidos como los mejores guardianes de los bosques en el mundo, están perdiendo algunas batallas en Brasil ante la intensificada presión de frentes de expansión agropecuaria, minera y energética.
Las tierras indígenas (TI) brasileñas, “reservas” o “resguardo” en otros países, son las más protegidas en la Amazonia. Suman 22,3 por ciento del territorio y su parte deforestada se limita a 1,6 por ciento del total acumulado hasta 2016 en la región, según señaló el no gubernamental Instituto Socioambiental (ISA).
Las unidades de conservación, bajo protección estatal para investigación, uso limitado sostenible o reserva biológica, sufrieron pérdidas muy superiores, aunque en proceso de fuerte reducción en los últimos años.
La ampliación de esos dos instrumentos de preservación sería decisivo para que Brasil cumpla su contribución determinada a la mitigación del cambio climático, de una reducción de gases del efecto invernadero en 43 por ciento hasta 2030, con base en las emisiones de 2005, que alcanzaron 2.030 millones de toneladas.
Pero la deforestación en reservas indígenas demarcadas en la Amazonia aumentó 32 por ciento en el último año forestal, de agosto de 2016 a julio de 2017, en comparación con el período anterior, a contramano de la reducción de 16 por ciento que hubo en toda la región, conformada por nueve estados.
Es poco en términos absolutos, pero tiene otros efectos dramáticos.
“Están destruyendo nuestra cultura, nuestra conciencia y nuestra economía al destruir nuestros bosques, que defendemos porque es nuestra vida y nuestra sabiduría”, protestó Almir Narayamoga Suruí, un líder del pueblo suruí en la TI Siete de Septiembre, donde viven cerca de 1.400 indígenas, en el noroeste brasileño.
La destrucción es provocada por extractores de madera y “garimpeiros” (mineros informales) de oro y diamante que invadieron la tierra suruí desde comienzos de 2016.
Las denuncias e informaciones ofrecidas por los indígenas no han obtenido respuestas del gobierno, cuestionó Almir Suruí, que se hizo internacionalmente conocido por usar, a partir de 2007, la tecnología de Google Earth para monitorar tierras indígenas con el objetivo de evitar invasiones y deforestación.
“Es una buena alianza, tenemos acceso a una herramienta que facilita y nos permite tener informaciones claves. Pero el gobierno no funciona”, sostuvo en diálogo con IPS.
Su sospecha es que la corrupción gubernamental, ampliamente desnudada en los tres últimos años por investigaciones del Ministerio Público (fiscalía), debilita los organismos oficiales que deberían combatir la invasión de sus tierras, el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y la Fundación Nacional del Indígena (Funai).
Algo similar estaría dividiendo a su pueblo, con algunos de sus miembros “cooptados” por madereros y “garimpeiros” para facilitar la explotación ilegal de recursos naturales, lamentó.
“Es de hecho lo que dividió el pueblo suruí, algunos de sus líderes se involucraron con el robo de madera contando con el apoyo de Funai”, acusó Ivaneide Bandeira, coordinadora de Proyectos de la Asociación de Defensa Etnoambiental Kanindé, organización no gubernamental con sede en Porto Velho, capital de Rondônia.
“Situación peor viven los uru-ue-wau-wau”, acotó en diálogo con IPS.
Se trata de un grupo pequeño, mermado por masacres y epidemias traídas por los invasores en las últimas cuatro décadas, que ahora sufre la invasión de miles de agricultores que intentan adueñarse ilegalmente de tierras en la reserva a oeste de los suruís, en el estado noroccidental y amazónico de Rondônia.
“En Brasil las TI cumplen un papel importante en contener el avance de la deforestación y en conservar la biodiversidad, complementando el Sistema Nacional de Unidades de Conservación”, reconoció a IPS el filósofo Marcio Santilli, fundador del ISA, donde coordina el programa de Política y Derecho.
Pero algunas de ellas, en la Amazonia, sufren mayor deforestación, ante “la intensidad de la ocupación territorial cercana, por la ejecución de grandes obras, la presencia de carreteras, frentes de expansión agropecuaria y actividades mineras o madereras”, apuntó Santilli, que también presidió el Funai en el bienio 1995-1996.
“Eso genera una correlación de fuerzas desfavorable”, que supera “la capacidad de organización y controle territorial de los indígenas para de desestimular e incluso repeler invasiones”, explicó.
“Acciones focalizadas en unas 10 tierras indígenas” especialmente afectadas, con “inspecciones eficientes” de los órganos de control gubernamentales, reducirían la deforestación, sugirió. En Brasil existen actualmente 462 TI
Es lo que ocurrió de forma general en la Amazonia desde el año pasado, “por acciones permanentes de las autoridades ambientales en áreas de presión deforestadora”, como las cercanías de la carretera BR163, una vía amazónica de exportación de soja, ejemplificó Santilli.
Los indígenas son los ojos del combate a la deforestación incluso fuera de sus reservas, coinciden todos. Sus informaciones fueron decisivas para orientar la operación Ríos Voladores con que la policía y el Ministerio Público desmantelaron una banda que se apropiaba de tierras públicas con talas controladas, en el oeste del estado amazónico de Pará.
“La eliminación de bosques en los alrededores tienen impactos adentro, como secar nacientes de ríos que cruzan la tierra indígena y atraer incendios”, destacó Paulo Barreto, investigador senior del Instituto del Hombre y el Medio Ambiente de la Amazonia (Imazon).
Los incendios, una forma tradicional de deforestación, se multiplicaron y se hicieron más destructivos en la Amazonia, ante la mayor frecuencia e intensidad de las sequías. Se acumula más material inflamable y los bosques están más vulnerables, tras la caída de las lluvias en 2010, 2016 y este año.
Eso se relaciona con otra tendencia debilitadora de la Amazonia: la creciente degradación forestal, provocada por las sequías, la extracción maderera y otras formas de restar densidad a los bosques, advirtió Barreto a IPS.
El año pasado hubo un récord de degradación y en octubre último se registró un aumento de 2.400 por ciento sobre el mismo mes de 2016, creciendo de 297 kilómetros cuadrados mensuales a 7.421, según los datos del Sistema de Alertas de Deforestación, creado por Imazon.
“La degradación de un mes superó la deforestación de todo el año, eso empobrece los bosques biológicamente y los incendios dañan la salud animal y humana por el humo. Brasil no está preparado para enfrentar ese fenómeno, que exige fuerte acción local de prevención”, concluyó Barreto.
Restaurar bosques, principalmente en las nacientes y riberas de los ríos, es una forma de mitigar parte de los daños que adoptó la Red de Semillas del Xingu, una iniciativa del ISA inaugurada en 2007 en el tramo alto de la muy deforestada cuenca del amazónico río Xingu.
Además de abastecer empresas e instituciones volcadas en la reforestación, genera ingresos para los cerca de 450 recolectores, la mayoría indígenas, cumple funciones de educación ambiental y acerca distintos actores, como campesinos y hacendados, realzó Rodrigo Junqueira, impulsor de la Red y coordinador del Programa Xingu del ISA.
“Aprendí mucho sobre árboles, la vida y la importancia de la naturaleza, además de ganar dinero como responsable del almacén de semillas” en Nova Xavantina, en el centro-este del estado de Mato Grosso, contó a IPS el estudiante Milene Alves, de 19 años.
Su padre, pescador, “superó la depresión” y la madre, jefa de hogar, ganó otra vida al dedicarse ambos a la recolección de semillas, aseguró Alves, quien eligió biología en la universidad tras esa experiencia.
Todo eso es crucial para la vida pendiente del cambio climático. Cerca de 24 por ciento del carbono almacenado en la superficie terrestre está en los bosques tropicales de territorios indígenas y comunales, según el internacional World Resources Institute.
En el caso de Brasil, según el censo de 2010 esos indígenas suman 897.000 personas, 0,45 por ciento de la población, mientras que las TI suman 1,17 millones de kilómetros cuadrados, equivalentes a 13,8 por ciento del territorio del país, pero englobadas mayormente en zonas especialmente vulnerables al incremento de las temperaturas.