Por Alberto Velásquez
Periodista y relacionista público
La pandemia ha servido para que afloren muchas aristas. Habría que resaltar hasta dónde los mandatarios de varios países tienen marcados sus límites de competencia, como lo habíamos señalado en artículos anteriores. Algunos de esos personajes han realizado malabarismos aberrantes, en sus improvisadas carreras frente al patógeno, que los han puesto a patinar sobre el agua.
Al menos tres mandatarios que dirigen a los países más poblados del continente americano se han destacado por sus impulsivas manifestaciones y acciones desatinadas que los han obligado a recular y aceptar sus gravísimas equivocaciones.
En el Norte, hay dos de esas figuras polémicas. De hecho, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump hizo aspavientos y desestimó la magnitud del impacto de la pandemia, que ya se extendía con rapidez en Asia y Europa.
El mandatario estadounidense tuvo la osadía de comparar a los muertos provocados por los contagios del Covid-19 con el número de accidentes fatales en carreteras o con la cantidad de fallecidos a causa de la influenza y otras enfermedades. Tampoco midió el alcance del problema, anteponiendo las consecuencias económicas sobre la salud y la vida de los ciudadanos y las familias en ese país.
López Obrador, de México, se vanagloriaba de su legendaria raza azteca, diciendo que era suficientemente fuerte para enfrentarse al Covid-19, y que sus paisanos podían resguardarse con la Virgen de Guadalupe. Y así como se presenta diariamente en las conferencias de prensa, lentamente se está percatando de que, a corto plazo, el país va a colapsar debido al grave desafío epidemiológico.
En el Sur del continente americano, hay un aberrante mandatario, Jair Bolsonaro, quien dirige al país más grande y numeroso de la región: Brasil. Frente al Covid-19 se ha mostrado con la ignorancia que lo caracteriza desde que asumió su mandato presidencial. Ha sido demandado por crímenes contra la humanidad por su comportamiento equivocado frente a la pandemia y el derecho vulnerado de la salud pública de millones de personas.
Lamentablemente, ellos son los presidentes de los tres países más grandes de nuestro continente. Se esperaba que estuviesen a la altura de sus responsabilidades gubernamentales en momentos críticos o de catástrofes, pero la pandemia ha desnudado las falencias y la fragilidad de sus respectivas administraciones.
Las consecuencias ya comenzaron a aflorar luego de que Estados Unidos se colocó entre las primeras naciones azotadas por el contagioso virus. Hoy se calcula la posibilidad de que haya cientos de miles de defunciones por no haber reaccionado a tiempo en materia preventiva. Lastimosamente, los habitantes de México y Brasil han comenzado a sufrir y la mortandad también pasará un costo político a quienes no garantizaron la salud pública.
En el futuro, se espera que esos presidentes corrijan el rumbo y asuman el liderazgo de otros líderes de países hermanos gobernados por estadistas inteligentes, con un alto grado de conexión con sus pueblos que luchan contra la pandemia.