El 14 de junio el Che Guevara cumpliría 90 años. Ramiro no lo conoció, pero reconoce que signó su vida: “Yo nací y ya era el hermano del Che”, dice. Aquí, da cuenta de la historia, las anécdotas y la imagen que guarda la memoria familiar en torno a esa figura legendaria.
Por Sergio Kisielewsky
Págnia 12 (Argentina)
Ramiro Guevara no conoció a su hermano, pero toma su legado y lo analiza al calor del mundo actual, de la situación en el continente acechado por el avance neoliberal. Los escritos y la acción del Che, un sentido a tener en cuenta por las nuevas generaciones.
–¿Qué siente cuando pasa por el frente de la casa en Entre Ríos 480, donde vivió el Che, su hermano?
–Ahí vivió mi padre, por eso quizás para una persona que no es familiar lo atractivo por supuesto es el Che. Pero en mi caso me da impresión que ahí pasara, viviera y tuviera un hijo. Está la primera fotografía donde está el Che chiquitito en el Parque Independencia. Hicimos una gigantografía hace unos años, hicimos una réplica de esa foto.
–¿Qué atmósfera familiar le surge cuando se encuentra con esos objetos, con esas imágenes?
–Son los recuerdos de mi viejo, del cariño, de los olores que uno tiene de la infancia. Cuando mi viejo murió yo tenía once años, además era un padre viejo que podría haber sido mi abuelo. El cariño que él tenía hacia sus pequeños hijos era más de abuelo que de padre, a veces el abuelo es más cariñoso con los nietos que con los hijos.
–¿Hay una placa en el frente de la casa?
–Aquí en Rosario hay placas y monumentos en varios lugares donde se plasma el paso del Che. La casa natal, luego está la primera foto del Che vivo que es en el Parque Independencia, donde se hizo toda una reconstrucción histórica de esa foto y se ubicó en el lugar exacto donde se sacó en un banco del Parque, se hizo la réplica. Después hay una foto de él ya de joven con Alberto Granados pasando por un puentecito en el Parque Independencia y tiene una foto con las primas de Granados, esa también está en gigantografía. Después lo que hay son obras de artistas como Ignacio Carpani que hizo un hermoso dibujo que está a dos cuadras de la casa natal en la Plaza de la Cooperativa y un Centro de Estudios que es bastante reciente, tendrá cuatro o cinco años, donde tenemos toda la información sobre el Che: un centro de Investigación.
–¿Qué anécdotas le contaba su padre de Ernesto, cómo se manifestaba el recuerdo a través de detalles, o libros que solía obsequiar?
–El paso de mi infancia con mi padre está relacionada con las historias que él le contaba a sus hijos, cuando eran chicos.
–¿Qué parte de la historia?
–De Misiones, por ejemplo, la vida en Misiones lo marcó a él como a los hijos. Todos los cuentos de la selva, era casi el ambiente de Horacio Quiroga, un niño que le gusta eso, una reproducción de esa atmósfera y muchas historias que a nosotros nos gustaba de la guerra civil española. En esos momentos en Córdoba era la caza de nazis en Alta Gracia, para nosotros era de aventuras, pero era real, formaban unos grupos antifascistas durante la segunda guerra mundial y salían.
–¿Ernesto escuchaba esos relatos?
–Por supuesto, él era partícipe de esos relatos, nosotros escuchábamos esas historias y nos hace partícipes, el Che comienza a “jugar” con el tema de la guerra civil con Roberto, Celia, era una transmisión hacia los más chiquitos.
–Se hacían tareas solidarias a favor de la república española.
–En casa de mis viejos hubo muchos exiliados que vivieron allí, eran parte de la familia y Ernestito era un niño más.
–¿Y de ese niño qué historias circulaban sobre su carácter?
–Está muy bien escrito, muy bien narrado en el libro de mi viejo Mi hijo el Che. Son narraciones que nos hacía a nosotros, las plasmó en un libro, entonces lo cuenta con un enfoque más amplio del Che contado para un público general. En ese libro están los recuerdos que tengo de mi viejo. Mi padre dejó una huella, un gran sello, por lo menos en mí mucha influencia.
–¿Y cómo piensa que la tuvo con Ernesto?
–Tanto como la madre de Ernesto, padre y madre eran muy particulares, los dos, cada uno con sus formas bastante distintas, incluso uno de otro. Yo conocí a Celia a través de mis otros hermanos hablando de ella, eso forjó una familia particular no sólo a Ernesto, Celia, Roberto, Juan Martín.
–¿Y Ernesto a quién más se parece?
–Es una mezcla, tiene cosas de mi padre, que le gustaba mucho las matemáticas, era arquitecto, ingeniero civil, pero nunca se graduó. Arrancaba cosas, construía y no se graduaba.
–¿De dónde viene esa vocación por la medicina por parte de Ernesto?
–Según la explicación que dio mi padre en su momento, le impactó mucho la enfermedad de la abuela, la mamá de mi papá. Se querían mucho, tenían mucha afinidad, después de la enfermedad y la muerte de la abuela él decide estudiar medicina. Antes había empezado a trabajar y estudiar ingeniería, incluso trabaja en Vialidad, hay algunos escritos de él sobre la corrupción que había en Vialidad. El arrancaba y terminaba las cosas, un tipo muy metódico y apegado a la lectura.
–¿De Misiones hay alguna anécdota?
–Era muy chiquito, hay algunas fotos con los peones, con la señora que lo cuidaba. Creo que la medicina se vincula con lo social, ya pensaba que la medicina es hacer el bien a otra persona, curarlo, no recuerdo alguna entrevista donde haya hablado sobre la medicina.
–En ese entonces era considerada la profesión más altruista, él se apegaba al que sufría…
–Es una de las profesiones más altruistas, aunque depende del sistema donde se da, porque también está el aspecto comercial. Apegarse al que sufre no sólo puede hacerse desde lo médico, porque después cambia la medicina por otra cosa y se va a la lucha revolucionaria en Cuba, piensa que si logra eso vamos a lograr algo superior.
–Me llamó la atención que su familia tuvo doce domicilios en la Argentina. ¿Por qué esta característica andariega y trashumante?
–Nunca me lo pregunté. En Alta Gracia vivieron como en seis casas en un mismo pueblo.
–¿Usted es así?
–No, pero mi padre era así, si una planta no le gustaba se iba, hay como una locura con eso de las plantas, no sé si una Santa Rita traía mala suerte y se mudaron, eso lo cuenta mi hermana.
–¿El Che era el primer médico de la familia?
–De los hermanos sí, había parientes médicos por el lado de la familia de mamá.
–¿El vínculo con los hermanos era fraternal?
–Sí, son cuatro hermanos bastantes seguidos y después el último, Juan Martín, con una diferencia grande. Tienen formas de ver a los viejos distinta, no es lo mismo, los cuatro, Juan Martín y nosotros, somos de distintas épocas, distintos momentos.
–En lo íntimo de Ernesto, el asma, la devoción por la lectura y la escritura, el apego a la poesía. ¿Cómo define a un hombre tan polifacético?
–Es una particularidad, que no es común, pero conociendo a la familia… mi viejo por ejemplo recitaba de manera constante poesía, todo el tiempo, y mis sobrinos también. En la mesa familiar mi viejo recitaba, mostraba la pasión por las matemáticas y tenía un estudio fotográfico en Misiones en el medio de la selva, eran personas avanzadas para la época, él y Celia, que le enseñó francés al Che cuando no iba a la escuela, de chiquitito. Y en la ONU da un discurso en francés, pero ¿de dónde lo saca? De la madre que le enseñaba francés, no que fuera a un instituto. Como todo, la familia influye mucho en el entorno, no es lo mismo criarse en Buenos Aires que criarse en Misiones y después en Alta Gracia.
–Hay un texto en uno de los libros de ensayos de Ricardo Piglia donde narra que en una pausa de la expedición guerrillera él sube un a un árbol a leer y a escribir.
–Hay muchas fotos de él arriba de los árboles en Bolivia y también en África muy lindas. Nosotros hicimos una exposición que se llama “Che, la historia interminable”. ¿Por qué hicimos esa exposición? Porque nos pareció que la lectura es un eje desde los cuatro, cinco años que aprendió a leer en toda su vida. Hasta el último momento en que está en Bolivia la lectura fue algo parejo en su andar, eso lo marca como lector interminable, fue un gran lector.
–De poesía francesa…
–Los libros de la biblioteca de su casa los había leído por orden, uno al lado de otro iba leyendo, sacaba y leía, subrayaba… inventó un cuaderno filosófico, ponía: “Socialismo” y ahí ponía su definición siendo un pibe. En la primera carta que le escribe a su tía Beatriz, que la adoraba, tenía cinco, seis años y le pedía libros. Influyó mucho que los padres eran muy pero muy lectores y como él tenía asma estaba mucho en la casa.
–¿Y cómo explica que era tan independiente en su personalidad ya desde pequeño?
–Fue su personalidad. Hay una anécdota que le pide al viejo ir con un amigo a cultivar uvas uno con doce años y otro con diez y mamá autorizó. Y así se fueron. A los tres días volvieron, pero era una familia así, daban muchas cosas y también mucha libertad y le estoy hablando de la década del 40, era un ambiente muy libertario, pero en la mesa se discutía. Donde hay un Guevara, hay discusión. Y si es política, bien caldeada.
–¿Por qué piensa que no se da valor a la figura del Che en la Argentina?
–Conozco la Argentina desde 1984 y me parece que en parte tiene su lógica. Después de una dictadura militar muy grande tiene su lógica que cueste volver a poner determinadas figuras, no sólo el Che. Tiene que ver con la historia argentina, costará trabajo, costará años, pero no sólo en la Argentina, en todos los países donde hubo dictaduras muy fuertes. Hoy vivo en Rosario y creo que la percepción es distinta, para mí el rosarino es una persona que tiene presente de manera constante al Che. Yo trabajo en el gobierno de Santa Fe e hicimos un trabajo que se llama “La posta del Che” con chicos de clases sociales muy bajas, con muchos problemas. Van al centro y pasan por “La posta del Che”. Sobre todo, tratamos de poner al Che como un ser humano como el niño que fue, no como una estatua, sino la estatua no llega a nadie, como un chico. Un amigo mío me dijo después de ver la muestra: “Sentí que era humano”. Sus lecturas, sus viajes, qué le gusta a un pibe de quince años: viajar, la aventura que después lo transforma a él ya en el segundo viaje y lo dice: “Ya no soy el mismo”.
–¿Cuándo trabaja en el leprosario?
–Claro, ese primer viaje no es el mismo que el segundo. Él ya se va con una idea en la cabeza, él se va con (Alberto) Granados, pero cuando se va en el segundo viaje, se queda en la lucha revolucionaria, cuando ya salió con Calica Ferrer, él no vuelve y ahí es donde dice: “Ahí va un soldado de América”. En cambio, ese primer viaje tiene una percepción, pero la pone de manifiesto al ver otras culturas, cuando te preguntás otras cosas que no has visto.
–Una persona que era médico, tenía asma, era un gran lector, hoy podría ser un estadista, un grande en lo que sea, no era un hombre común.
–No era un hombre común, eso es real, tampoco era un hombre fuera de la humanidad porque si no lo volvemos a poner en un lugar que para mí no lo tiene e incluso debemos quitarlo de ese lugar, la propia izquierda lo ha puesto en un lugar que parece inalcanzable. En Cuba, el guerrillero heroico, pero era una persona que además era un estadista era un gran lector, no sólo era el guerrillero heroico, sino que para ser ese estadista tuvo que estudiar con profesores mexicanos, argentinos y toda la noche estudiar Economía, no le bajó del cielo, es una preparación para poder ser eso, como cualquier persona. Con particularidades sí, era una persona que tenía una capacidad de retención de la información muy grande, la tuvo Fidel, la tuvieron varios estadistas, era muy disciplinado. Pero también creo, como todo, hay un contexto histórico que lo pone a él y a otras personalidades en un momento justo y se logra muchísimo porque coinciden en la historia.
–El contexto con lo particular y al revés.
–Exacto. Si no, a lo mejor no hubiera sido el Che, es muy difícil que se dé en la historia una cosa así, coincide y ahí tenemos ese resultado, a veces no es el momento adecuado porque no se da esa conjunción de factores alrededor del Che. ¿Por qué el Che se va a México? Porque está en Guatemala en la época de Jacobo Arbenz, allí conoce cubanos que son los que le comentan la decisión de hacer la revolución. Entonces hay una serie de factores que lo llevan a buscar donde están las cosas que le importan. Guatemala es un quiebre muy interesante, donde toma una decisión que no es fácil, que es necesaria la lucha armada en determinado momento. El se siente parte de eso y toma la determinación que en otro lugar va a participar porque en Guatemala no puede, se tiene que ir. Si no se encuentra con Fidel y todo ese entorno, era muy difícil la revolución cubana.
–“Siempre el coraje es mejor, la esperanza nunca es vana”, escribió Borges y se puede aplicar a la vida del Che.
–Con más de veinte años, con algunas cartas, algunas lecturas, algunos comentarios, se ve a sí mismo como un acontecimiento histórico importante a nivel mundial luego de avanzada la revolución cubana, sí era una persona con coraje, pero era una persona que veía que se podía transformar el mundo y que su conducta y su forma de actuar va a ser fundamental para lo que él piensa que puede ser el mundo. Por eso esa autoexigencia constante, estirando límites para los propios cubanos, trabajo voluntario los domingos, estudios fuera de hora, un nivel de exigencia que no todo el mundo está acostumbrado y él se lo autoimpone, va mucho más allá del coraje, es una mezcla de muchos factores. Hablaba de Borges y a mi padre no le gustaba nada, fueron a la misma escuela, en el mismo año y parece ser que se sentaban juntos. Papá era bastante molesto en las clases y Borges todo lo contrario. Un día habló de más y según las versiones lo empujó o le dio una cachetada a Borges y lo expulsaron de la escuela. Estuvo un año sin ir al colegio. Se iba a Retiro, donde estaban construyendo su casa y se hizo amigo de un albañil español y cuando mi abuelo va a inscribirlo, le dicen que había repetido.
–¿De esas fotos color sepia recuerda alguna en especial?
–La fotografía es algo especial, va contando la historia a través de imágenes. Por suerte, porque hoy podemos contar la historia del Che a través de fotos de su infancia, como del propio Che como espectador. Él trabajó como fotógrafo en México y durante toda la revolución y posrevolución, en todos los viajes saca fotos que la tienen sus hijos. Se hizo una exposición “Che fotógrafo”. En México lo hizo como un trabajo, pero yo recuerdo una que no es muy conocida de tonos sepia donde está mi viejo en el río Paraná en un barco con gorra de marinero y con el Che en brazos, una foto muy poco conocida, va a salir en un libro en poco tiempo.
–¿El asma de él se le declara temprano?
–En Rosario se le declaran problemas en los bronquios y en esa época todo lo que era asmático lo mandaban al clima seco, en este caso en Alta Gracia, Por eso tantos cambios, tantas mudanzas de chico.
–¿Tiene alguna idea de la característica de Ernesto adolescente, si era ya rebelde?
–Él vive hasta los 16, 17 años en Alta Gracia, el motor de todo era el deporte. Jugaba al rugby, jugaba ajedrez, pero ya enseguida se va a los viajes, porque en el primero, con la moto chiquita, tenía menos de veinte años. En esa adolescencia seguía escribiendo, empieza a hacer las primeras notas de viajes, canaliza la rebeldía por esa vía.
–¿Leyó las notas de viaje?
–Uno tiene esas influencias parentales, yo las leí como los escritos de un hermano, las metidas de pata que se mandaba, la aventura con Granados, iba a bailar como cualquier persona…
–Era tímido…
–Bailaba mal, pero tímido no era, al lado de Granados, que era muy divertido, porque de viejo era muy divertido así que de joven debe haber sido divertidísimo. Hay historias con sus novias en Córdoba como cualquier chico, nada fuera de lo común. Tenía una novia en Córdoba que era bastante formal, de la clase alta cordobesa, y después se va con los viajes con Granados, no continúa el noviazgo, pasa por Córdoba a saludarla. Era un chico muy estudioso, le dedicaba mucho tiempo al estudio y eso le quitaba tiempo para otras cosas, es una realidad. Medicina estudió mucho, rápido, vuelve del primer viaje y dice: “Tengo que terminar la carrera” y hace dos años en uno. Estudia en Buenos Aires y tiene muy lindas cartas con una amiga que le escribía siempre, ella estudiaba con él medicina, hablaban de la facultad y cuando está en Cuba él le cuenta lo que está haciendo, lo que está pasando. Cuando estaban en Medicina hablaban mucho de las materias, de filosofía, tenían debates y con su tía Beatriz se carteaba, era como su madre, era una tía soltera. Hay una carta famosa que le escribe desde África: “Querida Tía ya sé dónde se rizaron tus cabellos”, ese humor picaresco bien argentino.
–Y ese sentido de la crítica y autocrítica, en especial cuando cuestiona el estímulo material en el cumplimiento del trabajo durante el socialismo real. También hablaba del estímulo moral en vez del material, lo llamaba emulación.
–Eso estaba pensado para romper categorías capitalistas, cuando estás formando la sociedad socialista es muy difícil, porque el estímulo del modelo y el estímulo moral tienen que ir en un proceso de transición, al fin y al cabo, es cultural.
–¿La obsesión por sacar fotos no fue una forma de intuir el futuro, su destino final?
–Como todo estadista, tenés que por lo menos pensar qué puede pasar a futuro, no lo que vos pienses, pero que te puede ocurrir determinadas cosas, eso sí. Hay otra carta cuando le llega la noticia de que la madre está terminal de cáncer. La carta se llama “La piedra” y se describe a sí mismo cómo va a ser su muerte y dónde va a salir su cara, hablando de fotografía, y dice: “Mi cara va a salir expuesta en el Time”. Es increíble, ¿leyó el futuro? No, tenía una idea de lo que puede pasar, algo martiano (en relación a José Martí), hasta dónde llegás vos y después le toca a otro. Y esa fue su constante, arriesgar su vida, África, Bolivia, eso hizo Martí, escribe todo y después se va a la guerra. Lo que yo digo es llevado a la acción, si no, todo lo que dije, la historia no lo va a tomar como tal.
–Las semejanzas entre Horacio Quiroga y el Che abarcan algo más que la geografía en común.
–Está bien relacionado, porque son parte de su infancia esas mismas anécdotas. La decisión de irse a la selva, un lugar donde no podías salir, no había ni carretera, salías por adentro.
–Y luego va a la selva cubana.
–Era un tipo que no tenía miedo a muchas cosas y eso yo lo vi en parte de mi familia, tener cierta indiferencia al miedo.
–Algo le sigue sorprendiendo de este legado.
–Yo nací y ya era el hermano del Che. Mi vida, quiera o no, está ligada a esa figura histórica de reconocimiento mundial. Lo que me llama la atención es que nunca dejo de leer cosas que escribió él. Era un hombre que murió muy joven e hizo una producción inmensa. Uno se pregunta cómo tenía tiempo para hacer esto. Si viviera, seguro estaríamos en discusiones. Era lo que él enseñaba. Siempre uno se encuentra con alguna persona que lo conoció y siempre surge una nueva anécdota.