“El suicida impertinente”: blues de la Generación X

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El autor Juan Luis Marín. | JAVIER HERCE

“El suicida impertinente”: blues de la Generación X

La novela de Juan Luis Marín versa sobre los extraviados, exiliados… o simplemente ex, personajes atrapados en un Madrid de ficción.

Por David G. Panadero
Madrid

El Madrid opulento de los 90, que además coincidió con los años universitarios del escritor Juan Luis Marín, es confrontado en su última novela, El suicida impertinente (editorial Versátil), con el Madrid actual.

Los protagonistas, gentes del gremio: periodistas, guionistas y escritores que intentan emprender su carrera profesional con ímpetu y descubren a mitad de la partida, a lo largo de la década posterior, que la mantequilla no les va a llegar para untar toda la tostada. Juan Luis Marín encripta el apunte costumbrista y generacional –incluye visitas a rincones culturales de la ciudad que todos hemos frecuentado, cines de versión original, bares y tabernas… – en una trama inteligente y afilada que maneja con gran ocurrencia.

Todas las ciudades son la misma ciudad. Dicen incluso que solo hay un establecimiento Starbucks que tiene puertas infinitas, conectando Madrid con Berlín, Londres, Nueva York y mil ciudades más. Quizás por eso Juan Luis Marín abre su propia puerta y ambienta sus novelas en la no tan ficticia La Capital. Y quizá también por eso, a los madrileños nos es tan fácil ver en ellas, y más concretamente en El suicida impertinente, nuestro Madrid.

Como en algunas novelas –pienso en Drácula, de Bram Stoker–, el protagonista de El suicida impertinente es un personaje escurridizo con el que no estamos invitados a interactuar. Un amo de títeres que se divertirá decidiendo sobre el resto de personajes.

En eso se convierte tras su muerte quien en vida fue un guionista frustrado. Se suicida en la bañera de su casa tras orquestar un plan que dejará en evidencia las contradicciones y mentiras de familiares, amigos, antiguos compañeros de trabajo… incluso de su propia esposa. Hará llegar una carta a un pobre diablo como él para que la lea el día de su funeral ante una multitudinaria concurrencia compuesta por familiares y amigos que ni se imaginan lo que les espera.

Codazos, pisotones, y más cabreo y miedo que lágrimas, serán las tónicas de sus exequias. Esto es solo el punto de partida de un diabólico plan que atrapará al protagonista como si fuera una marioneta que solo puede manifestar la voluntad de su creador.

La huella conduce al crimen

El suicida impertinente recupera lo mejor de la narrativa de los 90, pero no mediante el guiño cómplice, sino por su apuesta por una estructura desafiante que esquiva la comodidad para llevarnos a tiempos confrontados: pasado, presente y futuro. La experimentación narrativa de cineastas de aquellos años como Tarantino, los Coen o el Robert Altman de Vidas cruzadas, encuentra su réplica literaria en El suicida impertinente.

Lo mejor es que tales juegos de estructura, antes que ofrecernos juegos de malabares ejecutados sin alma o llevarnos a callejones sin salida, nos conducen a una reflexión dura sobre el paso del tiempo. Un retrato generacional donde cada uno puede encontrar su espacio. Pero en lugar de caer en tópicos y amabilidades, Juan Luis Marín hurga bien en los recuerdos de aquella época hasta sacar jirones de carne y sangre.

Y en el salto de esos años 90 hasta la actualidad analiza sin compasión la evolución posterior: la resaca tras el banquete. El resultado es una mirada al pasado sin concesiones, con una lucidez que asusta.

Porque, además, Juan Luis Marín tiene el acierto de no dejarse llevar por la nostalgia por los clásicos del género negro, y lo practica desde su propia trinchera, introduciendo así personajes y escenarios novedosos. Olvidemos los cigarros Pall Mall sin boquilla y los night clubs…

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