Por David Carrasco
Director de Bayano digital
En 1970, el general Omar Torrijos, líder del proceso de recuperación de la soberanía total de Panamá sobre su territorio, emprendió otro proyecto de importancia cardinal: el desafío al enclave creado por las multinacionales estadounidenses en las provincia de Bocas del Toro y Chiriquí, limítrofes con Costa Rica, donde los obreros agroindustriales eran sometidos a un régimen de explotación secular y morían como tallos en las extensas plantaciones.
Torrijos conocía bien esas áreas, ya que que como oficial subalterno de la Guardia Nacional debió lidiar con huelgas y protestas protagonizadas por el Sindicato de Trabajadores de la Chiriquí Land Company, que terminaron en represión. Los gobiernos oligárquicos habían entregado a las compañías extranjeras el territorio, el negocio y el destino de miles de trabajadores empobrecidos y poseedores de una reducida esperanza de vida a causa de una exigua paga y el uso intensivo de fungicidas, nematicidas y herbicidas.
Tras asumir el control institucional, luego de vencer a los involucrados en un contragolpe en 1969, el mandatario se hizo acompañar de estudiantes del Instituto Nacional para entablar un diálogo con dirigentes de movimientos reivindicadores. La propuesta oficial consistía en incorporar a trabajadores y trabajadoras de las zonas bananeras al sistema de la seguridad social y exigir a las multinacionales frutícolas el mejoramiento de las condiciones laborales y el cese del régimen de abusos.
Al frente de la delegación estudiantil se destacaron figuras como Conrado Gutiérrez, Julio César De León, Carlos Smith, Candelario Santana, Eduardo Lasso, Rolando Barrow, Mireya Peart, Irma Tuñón y Marlén Correa. Durante varios días, el grupo institutor recorrió fincas, empacadoras y embarcaderos de la fruta de exportación en el distrito de Barú, e hizo un diagnóstico de las realidad social de la ciudad de Puerto Armuelles, en la vertiente del Pacífico, que entonces se asemejaba a un pueblo del Lejano Oeste de Estados Unidos, repleto de cantinas y burdeles.
Torrijos manifestó a la clase institutora de 1970 que había llegado la hora de “cambiar esa realidad, inyectando seguridad social y bienestar a la población trabajadora”. En ese momento, pensó en convocar a talentos para el diseño de una nueva Constitución y un Código de Trabajo más humano. Entre esos juristas que serían llamados por Torrijos estaban Marcelino Jaén, Rómulo Escobar, Adolfo Ahumada, Juan Materno Vásquez, Camilo Pérez, Rolando Murgas, Aristides Royo, Eligio Salas, Alma Montenegro, Secundino Torres Gudiño, Ricardo Rodríguez y Luis Shirley.
Sin embargo, ese proyecto de nación estuvo a punto de terminar en forma abrupta en 1970, luego de una reunión nocturna en un local sindical en Puerto Armuelles, donde habló Torrijos, así como el director de la Caja de Seguro Social (CSS), Damián Castillo, y dirigentes obreros y estudiantiles. Algunos empleados descontentos vinculados a capataces de la empresa bananera rechazaron la idea de convertir a los obreros en cotizantes de la CSS, pero fueron rebatidos con argumentos por dirigentes del Sindicato Bananero, entre ellos Darío González Pitty. La reunión fue concluida en medio de los aplausos de la mayoría, que comprendió la necesidad del cambio.
De inmediato, los estudiantes y sindicalistas abordaron el tren de regreso al centro del poblado, pero, en el último minuto, Torrijos declinó viajar. Había aceptado una invitación de revolucionarios que necesitaban ventilar asuntos urgentes. El tren fue puesto en movimiento, pero en el instante en que la locomotora aumentó la velocidad, obreros equipados con linternas encendidas al borde una cuneta, advirtieron al maquinista que debía frenar. Un grupo de desconocidos había saboteado la línea férrea, lo que provocaría el descarrilamiento de los vagones y la posible muerte de sus ocupantes. Ese acto criminal pasó inadvertido en medios locales, pero confirmó la permanente amenaza de fuerzas recalcitrantes activas.
En su largo patrullaje, Torrijos forjó alianzas con sectores progresistas y llevó la lucha anticolonialista a su nivel más alto en América Latina. La política soberana e internacionalista que puso en marcha, ayudó a contener el expolio de recursos y obligó a revisar el régimen vergonzoso de arriendo y concesión de tierras y aguas a las multinacionales frutícolas, que exigieron a Washington endurecer las presiones y sanciones sobre Panamá para aislar políticamente al general Torrijos, quien aumentaba su popularidad.
De hecho, en 1974, bajo el liderazgo panameño, los países de Centroamérica emprendieron la llamada “Guerra del Banano” para aplicar un impuesto de un dólar por cada caja de 18,14 kilogramos de la fruta de exportación, con el objetivo de crear un fondo de desarrollo en áreas depauperadas por la centenaria industria. En esa decisión trascendental, que permitió recaudar más de 1.000 millones de dólares, tuvo un papel protagónico la Unión de Países Exportadores de Banano (UPEB), creada ese mismo año por iniciativa del economista Fernando Manfredo y el ex ministro colombiano de Agricultura Hernán Vallejo Mejía.
Tal vez, la osadía de retar al poder hegemónico le costó la vida al estadista que prefirió entrar a la Zona del Canal, antes que ingresar a la historia. Su vida estuvo rodeada de peligros. Al respecto, el desaparecido poeta, escritor, filósofo y matemático José De Jesús Martínez, describió al jefe militar como “El Cid Campeador, quien tras haber muerto en combate, es capaz de blandir la espada, dirigir a los patriotas, ganar batallas y espantar a sus adversarios”, en luchas interminables para el ejercicio soberano, en las que el coraje y la voluntad de vencer son condiciones imprescindibles.
Pura fantasía de la pseudo historia torrijista.
Estupendo artículo. Poco conocido y mal intensionadamente, echado al olvido por las clases empresariales, de este, nuestro país.