El gobierno de Varela al desnudo

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Panamá se adhiere al proyecto injerencista de Estados Unidos.

Por Filiberto Morales
Catedrático universitario

“Cuando baje la marea, veremos quiénes se están bañando desnudos”, sentenció con relación a sus pares el magnate Warren Buffett, en los albores de la severa crisis financiera que azotó a las principales economías capitalistas, al comenzar la primera década del siglo XXI.

La expresión viene como anillo al dedo, respecto a la fracción de la clase empresarial y de los intereses estadounidenses que dictaminan la política exterior panameña, a través de Juan C. Varela e Isabel de Saint Malo de Alvarado, quienes han introducido una ruptura radical en relación a los principios y buenas prácticas que, en general, guiaron las relaciones internacionales de Panamá por más de 100 años.

La política exterior de Panamá, heredera de luchas decimonónicas por la independencia y contra el expansionismo y el intervencionismo estadounidense, se diseñó al filo de la contradicción fundamental Nación-imperialismo, que emergió con la creación del Estado nacional mediatizado en 1903, por un lado, y la implantación del enclave colonial económico, político, socio-cultural y militar que se denominó Zona del Canal, bajo control de Estados Unidos, por otro.

No obstante, es necesario señalar que pese a la vocación antinacional y genuflexa de algunas fracciones de la oligarquía nativa (tempranamente vinculadas al capital extranjero), en general, las relaciones internacionales de Panamá asumieron principios y valores construidos teórica y políticamente en los marcos de las luchas de los pueblos de todo el mundo por la independencia nacional, la democracia, la igualdad y el progreso social.

Ese hecho fue especialmente perceptible luego de la Segunda Guerra Mundial y en el fragor de las luchas de los pueblos del Tercer Mundo contra el colonialismo y el imperialismo y por la liberación nacional. Entre esos valores y principios universalmente reconocidos, destacan: el derecho de los países a la libre determinación, el respeto a la soberanía de los Estados y la no injerencia en sus asuntos internos, el desarrollo de relaciones de cooperación sobre bases mutuamente beneficiosas y de reciprocidad; el no alineamiento y, en el caso específicamente panameño, el principio de neutralidad permanente.

En la presente coyuntura regional e internacional, el Gobierno Varela-Saint Malo ha subordinado la política exterior de Panamá a los intereses guerreristas, geoestratégicos y de pretensiones hegemónicas globales que en los Estados Unidos encabeza Donald Trump.

Esto implica el involucramiento de Panamá en los conflictos en los que está empeñado ese poder imperial y los que está proyectando en el futuro inmediato para el control de las riquezas petrolíferas de Venezuela y la guerra por la hegemonía comercial con China.

Asimismo, explica el alineamiento del país y de sus fuerzas policiales y de seguridad a las redes militares y de inteligencia norteamericanas que operan activamente en la región. Explica, igualmente, el papel protagónico asignado por Donald Trump al gobierno de Panamá en el marco de la alianza ultraconservadora dirigida contra la República Bolivariana de Venezuela, así como el papel que se le reserva a Panamá en la intervención contra ese país.

Varela-Saint Malo echan por la borda los principios y valores históricos, éticos y políticos que en el pasado guiaron las relaciones internacionales de Panamá. Ese binomio abjura, incluso, de las tradiciones nacionalistas que desde posiciones conservadoras defendió el líder histórico del Partido Panameñista. De manera aventurera e irresponsable, se compromete la seguridad del Canal y, más aun, la seguridad de la vida y bienes de todos los panameños, a cambio de ventajas inconfesables de la oligarquía neoliberal que gobierna en el país.

 

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