El arte de Granada: la Alhambra y más

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Vista del Albaicín. La Alhambra cuenta con varios miradores a este barrio empinado, que nació con la Granada musulmana.

A los pies de su cautivadora Alhambra, la antigua capital nazarí vive el presente llena de vitalidad, arte y cultura.

Muy noble, leal, nombrada, grande, celebérrima y heroica son los títulos que aparecen en el escudo de Granada. En el blasón solo se echa de menos otro conocido por todos: el de arrebatadoramente hermosa. La que fuera la capital del reino nazarí (siglos XIII a XV) ha sabido conservar su esplendor al tiempo que sumaba atractivos, dando forma a una ciudad viva y en constante desarrollo. Por ello, siempre hay un nuevo motivo para regresar a esta ciudad Patrimonio de la Humanidad (1984).

La magnífica Sierra Nevada

La joya granadina por excelencia es la Alhambra, una ciudadela en sí misma. Majestuosa con las cimas de Sierra Nevada al fondo, la antaño residencia de la corte nazarí es un espacio para visitar despacio y con todos los sentidos: desde la Alcazaba a los Palacios Reales y el Mexuar, el recoleto Cuarto Dorado, el sosegante Patio de los Arrayanes, la amplia Sala de Comares, el palacio renacentista de Carlos V –hoy espléndido Museo de Bellas Artes– y el célebre Patio de los Leones donde dialogan la piedra y el agua.

Yeserías, mosaicos, fuentes, relieves…, en la Alhambra cualquier detalle reclama la atención del visitante, como lo hizo en su día sobre el escritor romántico Washington Irving (1783-1859) o el compositor Manuel de Falla (1876-1946). En su recinto también es imprescindible recorrer los Jardines del Generalife, donde el británico Somerset Maugham (1874-1965) vio el rincón perfecto “para que los poetas de todos los tiempos canten a sus amadas». Y al atardecer, cuando sus muros se tiñen con las últimas luces del día, se entiende por qué fue bautizada con ese nombre que significa «la fortaleza roja!

Un lugar perfecto para contemplar la Alhambra

El mejor punto para contemplar la Alhambra desde el exterior es el mirador de San Nicolás, al otro lado del río Darro. Se accede hasta él bien en autobús, bien con un calzado cómodo y apto para empedrados, subiendo desde el Paseo de los Tristes –cantado por tantos poetas– hasta llegar a la parte alta del encalado barrio de Albaicín. En San Nicolás, entre artesanos que exponen sus mercancías al aire libre, se puede realizar un alto en el camino para gozar de sus espectaculares vistas.

El barrio del Albaicín esconde otro tesoro entre sus calles de casas blancas. Son los hermosos cármenes o casas con huerto, entre los que destaca –muy próximo a la Alhambra y a la Casa-Museo de Falla– el de los Mártires, con un palacete y huertos barrocos. Algunos de los cármenes han sido convertidos en encantadores alojamientos.

Descendiendo se llega a Calderería Nueva, la popular “calle de las teterías”, idónea para reponer fuerzas con un té o un batido, y de ahí a la calle Elvira, que desemboca en su puerta fortaleza del siglo IX. También desde el Albaicín, siguiendo la muralla de la dinastía zirí (s. XI), podemos entrar en el Sacromonte granadino, el mismo que cantaron Federico García Lorca (1898-1936) en su Romancero gitano y Enrique Morente (1942-2010) en su disco homónimo. El barrio es perfecto para empaparse de la flamencura de esta tierra y asomarse a las ancestrales cuevas habitadas, algunas transformadas en tablaos, tabernas y museos.

La visita continúa en el centro de Granada donde se alza la magnífica Catedral renacentista. Entre sus capillas, hay obras de maestros del siglo XVII como Alonso Cano o José de Ribera. Sobresale la Capilla Real de estilo gótico que alberga los restos de los Reyes Católicos.

La Ruta del Califato

Próximos al templo se hallan el Palacio de la Madraza, sede de la primera Universidad que tuvo Granada en el siglo XIV, y el Museo José Guerrero. Este último muestra la obra de este artista del expresionismo abstracto (1914-1991) y además ofrece una perspectiva única de los arbotantes de la Catedral desde el mirador de la última planta.

A tiro de piedra queda la Alcaicería. En sus callejuelas originalmente hubo un mercado de la seda y hoy proliferan tiendas de recuerdos y artesanías, especialmente de madera, cristal y loza.

La visita a Granada no estaría completa sin degustar su rica y variada gastronomía. En las animadas plazas de la Pescadería y Bib-Rambla, en el Realejo y en la zona de Ángel Ganivet, muy de moda actualmente, el tapeo –en Granada se sigue practicando como un arte– se combina con la fritura de pescado, la comida marroquí, la cocina de fusión y las croquetas y tortillas típicas del Sacromonte. Y sin renunciar al postre más genuino, el pionono de Santa Fe, un dulce de crema que recibe su nombre en recuerdo del papa Pío IX. Tampoco hay que olvidar la oferta musical de la ciudad, con históricas salas de conciertos como Plantabaja, La Industrial Copera y El Tren, e infinidad de locales donde escuchar recitales en vivo.

Para concluir, si hay tiempo, vale la pena acercarse a la Huerta de San Vicente, hoy convertida en la sede de la fundación y Casa-Museo García Lorca. Rodeada de huertos cuajados de rosales, era la residencia de veraneo para la familia. En ella el poeta terminó Yerma y Bodas de sangre, y allí tal vez nos dejó escrito este buen consejo: “Para conocer bien Granada hay que hurgar y explorar nuestra propia intimidad y secreto”.

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