La Justicia ultrajada
La Justicia, una palabra latina que define un concepto de civilizaciones, ha sido redefinida a través del tiempo. Nació de la necesidad de crear un marco regulatorio adecuado para las relaciones entre personas, empresas, organizaciones y Estados rectores. Hay quienes asumen su defensa con un sentido romántico y académico, mientras que otros la refutan sin remordimientos, ni concesiones.
Sin embargo, en Panamá hay un hecho cierto que revela el colapso de los pilares del Órgano Judicial: la vulneración rampante de la institucionalidad. Los intentos para enderezar el sistema tropiezan con los intereses económicos y políticos agrupados en un modelo neoliberal sustentado en el expolio y la subordinación absoluta del ciudadano al mercado.
La población percibe –con justa razón- que los menos favorecidos van a la cárcel cuando delinquen y son devorados por un sistema penitenciario dantesco, donde el inocente pierde el pudor y el malvado se torna cruel y despiadado. En cambio, el ciudadano común reconoce que los hombres de negocios tienen por cárcel centros en los que el aislamiento puede llegar a ser, incluso, una comodidad.
Expoliadores, banqueros enriquecidos con operaciones ilícitas millonarias y los asaltantes de las arcas del Estado se regocijan ante el hecho de que la Justicia incline su balanza y prosiga con los ojos vendados, para no saber. Es una realidad insoportable, mezquina y canalla, que tarde o temprano tendrá precio en la reacción de los movimientos sociales.
Un país no puede caminar hacia el desarrollo, de la mano de delincuentes de “cuello blanco” o de magistrados corruptos, quienes hunden en el fango las esperanzas de un pueblo golpeado por la inequidad. Es imposible permanecer de brazos cruzados ante el indignante despojo del patrimonio soberano y la falta de Justicia y verdadera transparencia.