Despedida al embajador de China en Panamá

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El embajador de China en Panamá, Wei Qiang, se despide.

Por Julio Yao*
Internacionalista, diplomático de Carrera, presidente del Centro de Estudios Estratégicos Asiáticos de Panamá (CEEAP)

La verdadera amistad perdura hasta la eternidad y, como en el caso del Embajador Wei Qiang, ella estará presente y vívida en todo buen panameño. No he conocido a ningún embajador que haya estado tan atento y apegado al alma de nuestro pueblo como “Weiasecas”, como humildemente desea ser recordado.

Anayansi Turner, secretaria del CEEAP y coordinadora de COPASOLPA, tiene también su oído pegado al alma de otro pueblo —el palestino— porque el mundo debe escuchar los latidos de la Humanidad, especialmente cuando está siendo masacrada tan atroz e impunemente.

Wei Qiang, primer representante de la República Popular China en Panamá desde 2017, supo granjearse el cariño de la población panameña con su humildad, empatía y capacidad para apreciar la diversidad y la riqueza cultural de nuestro país; identificar los puntos en común entre ambos pueblos y dar a conocer de paso la cultura china.

La partida del señor embajador nos deja con la tarea de indagar qué significa China para Panamá.

Cuando Colón llegó a Abya Yala, encontró descendientes de chinos. Este continente fue poblado hace 30.000 o 10.000 años por oleadas migratorias a través de Bering, originadas en China y áreas circundantes. De allá llegaron los pobladores de la Amazonía brasileña, los Emberá, los Wounaan y los Ngäbes-Buglés de Panamá, que tienen ADN chino.

Colón llegó a este continente ocho décadas después que los chinos, cuyas naves —las más grandes de la época— se han encontrado, por ejemplo, en Centroamérica. Los marinos del Almirante Zheng He, que comandaba 300 barcos, vinieron en son de paz y dejaron en el siglo XV vestigios de su paso por estas tierras, pero no las conquistaron, como sí lo hicieron los españoles.

China es la única civilización que perdura desde antes de nuestra Era. Confucio, Lao Tsé y Sun Tzu (siglos V y VI a.C.) dejaron su impronta en la actual China: la separación entre economía y gobierno; la preeminencia del pueblo sobre el emperador; la solución pacífica de las controversias y no a través de guerras y la protección de la población no combatiente.

El derecho a la rebelión de los pueblos ante las tiranías —otra contribución china— es el más sagrado derecho humano.

Ayer, por enésima vez, China exigió infructuosamente en la ONU un inmediato alto al fuego en Gaza.

Es así como el legado chino a las ciencias sociales y al Derecho Internacional se cimenta. Su impronta puede trazarse a las observaciones de Lao Tsé sobre la dialéctica, pues el Ying y el Yang y su unidad contradictoria (luz-oscuridad, masculino-femenino, fuerte-débil), presente en el universo, no es atribuible ni a los griegos ni a Carlos Marx.

En la dialéctica binaria imperante, A y B se confrontan, pero en China, ambas colaboran en armonía, lo que explica la interacción entre las reglas del mercado y el socialismo.

La Revolución Industrial no hubiera sido posible sin los aportes de China, como el papel, la brújula, la pólvora, los fuegos artificiales, la imprenta, la porcelana, el reloj mecánico, la astronomía, la navegación y la orientación por la estrella polar, el control de los insectos y la carreta.

No solo quedó excluida China, sino oprimida y destruida por las potencias europeas, rusa, japonesa y estadounidense, que se adueñaron de amplias porciones de su territorio durante las Guerras del Opio en el siglo XIX.

Los chinos fueron traídos a Panamá mediante engaños y tratados como esclavos. Su misión fue la más importante obra geopolítica de aquellos tiempos: la construcción de un ferrocarril que uniría no sólo los océanos sino todos los continentes y convertiría a Panamá en Puente del Mundo.

Tras la fundación del Partido Comunista en 1922, China se vio envuelta en conflictos sociales, la guerra contra el Kuomintang, la ocupación extranjera, las guerras contra Japón, la ocupación de Manchuria (1930), la Masacre de Nankín (1937), la Segunda Guerra y la Guerra de Corea (1950-1953).

Los chinos, que llegaron en el siglo XIX, se asentaron en nuestro territorio, construyeron templos y fundaron familias, pero fueron expropiados por las tropas de Colombia durante la Guerra de los Mil Días.

Por tal motivo, la comunidad china contribuyó a la Separación de Panamá en 1903 y aportó dos mártires: Wong Kong Yee, oriundo de Hocksang — la tierra de mi padre — en Cantón. La otra víctima, un desconocido, murió por granada en la Playa de la Marina, frente a la Presidencia (fuente: La Estrella de Panamá).

Los chinos forman parte de la nacionalidad panameña. A pesar de la discriminación y la persecución, los paisanos se mantuvieron impertérritos y sobrevivieron a Arnulfo Arias en 1941.

El presidente Xi Jinping se opone a toda forma de colonialismo, imperialismo y hegemonismo; rechaza la dominación de una clase sobre otra; pregona la obediencia al Derecho Internacional y un nuevo sistema internacional; promociona la modernización y la Iniciativa de la Franja y la Ruta; lidera la lucha contra el Cambio Climático, la reducción de la pobreza, el combate contra la corrupción y fomenta la armonía con la naturaleza.

Los chinos han enriquecido nuestra cultura de manera imperceptible mediante la ética familiar y profesional, y han producido excelentes y patrióticos ciudadanos.

¿Qué puede hacer la China por Panamá? Mucho.

La Autoridad del Canal confronta una gran tragedia porque la vía interoceánica se está secando por falta de agua. Panamá y Japón crearon un Comité Bilateral en los años 80 para estudiar las alternativas al Canal, pero EE.UU. se hizo miembro del mismo, aunque nunca asistieron.

Su objetivo era torpedear la amistad entre Panamá y Japón. El resultado fue la invasión de 1989, que masacró a miles de panameños, la eliminación del general Manuel A. Noriega y la expulsión de Japón de nuestro territorio.

Nuestras relaciones con China pueden ser mutuamente beneficiosas. Empero, como reza un antiguo refrán chino, “El que desea desplazar la montaña, debe comenzar por quitar las piedras”.

¡Bon voyage, Weiasecas!

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