Neruda: ¿tras las huellas de un crimen? (primera parte)

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Neruda: ¿tras las huellas de un crimen? (primera parte)

Pablo Neruda siempre fue más conocido que Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto. Ambos poetas y provincianos de Chile. Sólo para uno alcanzó la fama y la persecución. Ricardo Eliécer Neftalí Reyes nació en Parral, vivió en Temuco y después se trasladó a estudiar francés a Santiago. Ya era Pablo Neruda. El Neftalí quedó en la infancia, en la memoria. Los dos fueron buenos para la poesía desde un principio, sólo que hubo un cambio de nombre. No se les puede confundir, aunque tenían la misma voz gangosa y pasión por la vida y la belleza.

El más conocido, canchero, viajero, admirado, criticado, leído, buscado en Google, es Neruda, a pesar de que Ricardo Eliécer Neftalí nació primero. Legalmente, eso sí, siguió siendo Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, hasta 1946, cuando se inscribió con la nueva partida de nacimiento bajo el nombre de Pablo Neruda. Durante 42 años cumplió con la partida bautismal de sus padres y de ahí en adelante, siendo ya Neruda oficialmente, no dejó más de ser Neruda. Desde los 17 años había comenzado a firmar sus obras como Pablo Neruda. Y el destino ha querido que 42 años después empiece a levantarse el oscuro velo de su muerte: si se debió al cáncer o fue asesinado por la Junta Militar de Chile.

Aún sus restos están a la espera de un veredicto de la justicia. Las interrogantes pesan tanto como los 9 mil versos que escribió en vida y ya no es un secreto que su precipitada muerte está más cerca de la sangre que de la tinta, como su obra, a cuya palabra fue fiel hasta el final de sus días. Neruda, un gran lector de novelas policiales, disfrutaba con los maestros del género, Raymond Chandler, Chester Himes, Simenon, Agatha Christie, en todas las estaciones de Isla Negra, pero nunca pensó que él se transformaría en móvil de un intrincado caso policiaco. Las autoridades chilenas tienen la obligación ética y política de resolver el caso Neruda y para ello deben agilizar la investigación con los científicos de gran prestigio internacional, que ofrecieron sus servicios gratuitos. Hay preocupación internacional, especialmente en Suecia, país que le otorgó el Nobel a una obra que prestigia el lauro escandinavo.

Toda una generación recitó a Neruda

El poeta de los Veinte poemas de amor, su célebre folletín universal, recitado por toda una generación latinoamericana hasta nuestros días, murió en circunstancias aún no dilucidadas por la ciencia forense, el 23 de septiembre de 1973, a pocos días del golpe militar. Su cadáver fue velado en su casa en ruinas de Santiago, saqueada por los militares, conocida como La Chascona. El cuerpo del vate no encontraba sepultura en la capital chilena y menos en Isla Negra, su residencia habitual, confiscada por los militares. (Véase en Internet mi artículo: “Neruda: cerca de la sangre, más allá de la tinta”).

Poco después del golpe militar, Neruda se desplazó en una ambulancia hacia la Clínica Santa María de Santiago, donde se internó para un mejor cuidado de su cáncer a la próstata —y sobre todo, por seguridad. En el camino por la carretera fue humillado por soldados del ejército de Chile. Dicen que de sus ojos se desprendían lágrimas, quien nunca dejaba de reír entre amigos. Su casa de Isla Negra había sido allanada en su presencia y estando él en cama por prescripción médica. En el escenario político, producto del golpe, había muerto el presidente Allende y sido asesinado el cantante y dramaturgo, Víctor Jara.

El autor de Canto general, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Odas elementales, El hondero entusiasta, Los versos del capitán, Libro de las preguntas, Estravagario, Tentativa del hombre infinito, Memorial de Isla Negra, ingresó a la clínica donde hoy sabemos asesinaron al ex presidente democratacristiano Eduardo Frei, en tiempos de la Junta Militar de Gobierno.

Secuestran y golpean a su custodio de confianza

Su joven chofer, Manuel Araya, hombre de confianza, quien le cuidaba en la clínica, salió a buscar unas medicinas a instancias de los médicos y no regresó más, porque fue detenido y golpeado por soldados del ejército. Fue literalmente secuestrado y recluido en el Estadio Nacional, que cumplía la labor de campo de concentración. La esposa de Neruda, Matilde Urrutia, había viajado a Isla Negra a buscar documentos y objetos que se llevarían a México, país que había solicitado a Neruda para protegerlo. En ese ínterin, un supuesto médico, no registrado en la clínica, inyectó a Neruda con la supuesta bacteria conocida como estafilococo dorado y moriría seis horas después, según las denuncias conocidas actualmente.

Araya no ha dejado de denunciar el hecho, que ha contado con otros testimonios, como el del ex embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, quien visitó al poeta por esos días y lo encontró de buen humor. Nunca ha sido encontrado el expediente clínico de Neruda, aseguran algunas fuentes. Un hecho más que insólito.

Por fin, unas amistades de Neruda cedieron un espacio para su tumba transitoria en el Cementerio General de Chile y allí descansó hasta que fue trasladado al nicho 44 del módulo México. Su tercera y definitiva residencia sería en Isla Negra, donde él escogió ser enterrado, como lo determinó en el Canto general. Solo en 1992, cuando había retornado la democracia formal a Chile, Neruda volvería a descansar en Isla Negra.

La investigación sigue su curso y nos acercamos al parecer a resultados definitivos, que podrían revelarnos que en su muerte intervinieron terceros.

La importancia literaria y política de Neruda es inobjetable, como la necesidad que tenía el régimen militar de que su voz no se escuchara. Por ello, amigos y enemigos emiten sus opiniones, como los más allegados y sus compañeros de lucha. La historia va ordenando los hechos con cautela y firmeza. La muerte de Neruda sigue pesando en la conciencia de Chile e internacionalmente. Cualquier otra opinión sería una mera conjetura poética.

Edwards, el amigo incrédulo

Jorge Edwards, novelista chileno, amigo del vate, compañero de tertulias, agregado comercial en Francia cuando Neruda fue embajador al final de sus días, afirmó al diario ABC de España, allegado a la corona de ese país, a modo de interrogante: “¿Quién quiere asesinar a un moribundo?”. Y se responde. “Es mejor dejarle morirse, ¿no?”. Edwards ahonda en sus argumentos y señala: “Y seguir a un moribundo que había obtenido el premio Nobel de Literatura… Era muy torpe pretender asesinarlo”. Por esos días de terror, lo sabe Chile, las moscas caían muertas en pleno vuelo primaveral y todo existía y se acompasaba bajo la batuta del terror.

El país era un cuartel. Bombardearon La Moneda (casa presidencial), acribillaron su interior con el Presidente. Se quemaban libros, militarizaban las universidades, arrojaban cuerpos en pleno vuelo al mar. Homero Arce, secretario de Neruda, sonetista invisible, quien pasó a máquina Confieso que he vivido y gran parte de su obra, murió producto de una brutal golpiza al regresar a su casa. Su esposa, antigua musa de Neruda en Veinte poemas de amor, Laura Arrué, murió extrañamente quemada viva en un incendio en su casa, nueve años después.

Neruda era una presa mayor para la jauría delirante de esos días. Poco antes del golpe militar, comentó que a él no le respetarían, como sucedió con García Lorca a manos de los franquistas.

Todo pareciera indicar que a la Junta Militar chilena le inquietaba que una figura literaria y política, combativa, prestigiada a nivel mundial, como el premio Nobel, expresara sus opiniones en el exterior, ya que el Chile de Pinochet reinauguraba el campo de concentración de Pisagua y fundaba otros a lo largo y ancho de toda la geografía. De esta manera Edwards, premio Cervantes (cuyo jurado estuvo integrado por el ministro de Educación y Cultura, Mariano Rajoy; el anterior Premio Cervantes, José Hierro; el director de la Academia de la Lengua Española, Víctor García de la Concha; Carlos Castañón Barrientos, en representación de la Academia Boliviana de la Lengua; Santiago de Mora-Figueroa, marqués de Tamarón; Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela, Arturo Pérez Reverte y Victorino Polo García), sale al paso a unas declaraciones oficiales del Ministerio del Interior de Chile, quien reconoce en un informe que “ve altamente probable que Neruda fue asesinado”.

Gobierno chileno cree que lo asesinaron

El juez chileno Mario Carroza, a cargo de la investigación del caso Neruda, aceptó una nueva tesis debido a las “coincidencias y persecuciones” vividas por Neruda tras el golpe de Pinochet, en especial aquel domingo de su fallecimiento. “Ese día está solo en la clínica, donde lleva ya cinco días. Su estado empeora; llama a su mujer, Matilde Urrutia, para que vaya porque dice que le han aplicado algo y no se siente bien. Al final, fallece poco después, ante la sorpresa de todos”, sostuvo recientemente a la prensa española Francisco Etxeberría, catedrático de medicina y uno de los investigadores extranjeros.

Neruda, el que se dedicó totalmente a la poesía desde siempre, viajó como cónsul a Rangún. Allá siguió escribiendo sus famosas Residencias en la Tierra, que lo hicieron célebre. Posteriormente, lo hizo en el mundo entero, aunque estas residencias ya habían impactado en términos poéticos en su generación.

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