La poesía de Bertalicia Peralta

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Jóvenes institutores marchando el 9 de enero de 1964.

La poesía de Bertalicia Peralta

Bertalicia Peralta nació en Panamá en 1939. Estudió Pedagogía, Periodismo y Relaciones Públicas en la Universidad de Panamá y de Educación Musical en el Instituto Nacional de Música.

Ejerció la docencia y el periodismo cultural. Sobresalió en la crítica literaria, musical y teatral. Redactó guiones para Televisión y libretos especiales para Radio. Fundadora y Co-directora de «El Pez Original» (1968-1970), Revista de la Nueva Literatura Panameña. Dirigió la página literaria «Letras de Critica».

Recibió mención honorífica, en el Concurso Literario Ricardo Miró, en 1962, con su obra Sendas Fugitivas. Con su obra Casa Partida, obtuvo el premio Universidad, cuento, otorgado por la Universidad de Panamá en 1971. Ese mismo año, conquistó el Tercer Premio del Concurso Internacional de Poesía José Martí.

En 1973, su Libro de las Fábulas es mencionado en el certamen de poesía latinoamericana de Casa de las Américas, en Cuba. Su obra Himno a la Alegría fue mención del Premio Universidad, poesía, Universidad de Panamá en 1973. Ese mismo año, ganó el Premio Universidad, cuento, otorgado por la Universidad de Panamá, con su obra Barcarola y Otras Fantasías Incorregibles. Ha sido ganadora del premio «Itinerario» de Cuento del Instituto Nacional de Cultura (INAC), de Panamá, en 1974, con su obra «Muerto en Enero», cuento publicado en la revista «CASA» de las Américas.

Bayano se honra en presentar a sus lectores este poema de la autora, en el que apela a la lucha heroica y nacionalista.

9 de enero: Un Minuto de Silencio

Por Bertalicia Peralta

Nueve de enero, número inicial
principio germinal de independencia.
Lúgubre silencio letal de palomas
soltadas en el centro de la vida
donde nacieron los soldados de la Patria
donde murieron: quemados sus ojos
acongojados por dentro
ultrajados en su casta y en su sangre
violados en su lengua y sus hijos
acogotados, sumidos en la ira y la barbarie
los militantes de la Patria nueva
de la Patria sangrante
de la gimiente Patria
de la despedazada, dulce, buena Patria
con su pecho abierto por la metralla
la soberbia, la odiosa conquista del imperio
de Estados Unidos por el crimen.

Yo no he llorado por los muertos
por las rosas que acumularon sus ojos
abiertos y estrellados
no he llorado aún por las manitas
de las niñas morenas
que colgaban gaviotas en la tarde
por los patines y tambores abandonados
donde comienza la frontera
donde colocaron letreros en idiomas extranjeros
con cintas y galones y estrellas y águilas
y luces de bengala
y escuelas de adolescentes engreídos y altaneros
a quienes cerraron el alma
a quienes quitaron las tablas de los diez mandamientos
quienes no tienen arcilla para hacer
estatuas de borricos, pájaros o pequeños ángeles sin alas.

Compañeros: una campana para su memoria:
Hay semen de mártires regado en las plazas
lágrimas de madres, viudas, huérfanos
acumuladas a la orilla de los templos.
Hay multitud de huesos clavados en tierra
y cadáveres redondos y fríos vestidos de banderas
a lo largo de calles y campos.

Hay oraciones tendidas hasta el cielo
con una urgente condición de reto, árboles caídos
frutas doloridas y un rencor de decenios descendido
en torrentadas ardientes por los ríos:
un rencor absoluto y solidario un odio colectivo
que vamos a llevar hacia el lugar que tiene
nuestro dolor de sexo ultrajado
de corazón apedreado
de lengua amordazada
de nidos agredidos
de pezones silvestres y dulces
como cuajados labios de azucenas.

Compañeros: una voz que se detenga en esta fecha
en este nueve de enero amanecido
en este momento extraño de la muerte
en este instante supremo de la vida.

Estandartes y coronas para guardar el alma de la Patria
que no puede contenerse en veinte fosas
que no es capaz de convertirse en viento
para viajar en rutas penetradas de cruces:
quiero gritar a todos que no es posible amar a los soldados yankees
que no es posible comprender palabras
envueltas en duras balas
ni es posible conocer a ningún John
ni hablar tranquilamente a Mary
Compañeros: un grueso manto repleto de flores
y verdes celajes para cerrar sus ojos para siempre.
Oíd: todos los otros: testigos de esa noche de exterminio
los que nos penetramos con ellos
hacia las puertas de la muerte
los que paseamos banderas encima de carros
cargados de cadáveres
los que corrimos con las venas rebosantes de rabia
dolor y angustia
nosotros, compañeros, que sentimos en la carne
el golpe seco de las balas
el último gemido de los mártires
vamos a gastarnos la existencia para sembrar
de mástiles la tierra.

Hablo de mástiles que tienen nombres
hablo de niños con sus cantos
y sus juegos partidos en mitad de la noche
por los acantonados habitantes del Canal Zone.
Hablo de edificios apagados y convertidos
en objetos de rifa de la grotesca soldadera yankee.
Hablo de labios que no llegaron a conocer
otro calor que el de la pólvora.
De crucifijos que se estremecieron en medio de la noche
y se tiraron del miedo hacia las calles
dejando las velas encendidas.
Hablo de los mártires del nueve de enero.
Hablo del nueve de enero.
Hablo del lúgubre silencio letal de palomas
asesinadas en el centro de la vida;
Hablo de brazos destrozados, de vísceras arrebatadas
de gendarmes apostados para matar niñitos.
Hablo de este dolor augusto.

Compañeros: un minuto de silencio.

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