Jordi Sierra i Fabra, escritor: “La lectura me salvó la vida y la escritura le dio sentido”

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Jordi Sierra i Fabra viaja a los lugares donde ocurren sus novelas. Aquí, en Budapest en 2016.

Jordi Sierra i Fabra, escritor: “La lectura me salvó la vida y la escritura le dio sentido”

El escritor español más prolífico, con 500 libros publicados y 12,5 millones de ejemplares vendidos, comparte su inmersión en el mundo de las letras.

Por José Eduardo Mora
Semanario Universidad (Costa Rica)

El denostado escritor japonés Haruki Murakami asegura, en De qué hablo cuando hablo de escribir, que cualquiera puede escribir, incluso, dos novelas exitosas, sorprender a todos y luego desaparecer del ring literario con tanta fugacidad como apareció.

Para Murakami, la literatura es el ejercicio de la resistencia. Es el sortear contra viento y marea todos los ataques, algunos tan feroces que a él lo obligaron, por un tiempo, a abandonar su propio país para respirar nuevos aires.

“A pesar de que resulta fácil subir al ring, no lo es tanto permanecer en él durante mucho tiempo. Eso es algo que los escritores saben bien. Escribir una o dos novelas buenas no es tan difícil, pero escribir novelas durante mucho tiempo, vivir de ello, sobrevivir como escritor, es extremadamente difícil”.

Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 26 de julio de 1947) subió al ring literario hace medio siglo y hoy por hoy es el escritor español vivo más leído con 12,5 millones de ejemplares vendidos y más de 500 obras publicadas.

Al niño tartamudo, tantas veces vilipendiado en la escuela por esa condición, la lectura le salvó la vida, como lo cuenta en esta entrevista. Desde que aprendió a leer comenzó a devorar libros. Vendió, en tiempos de la posguerra española, pan añejo para alquilar libros, porque ni siquiera los podía comprar.

Es autor de obras tan diversas como Campos de fresas (1997), Kafka y la muñeca viajera (2006), El fabuloso Mundo de las Letras (2000), El misterio del Goya robado (2001), Diario de los Beatles (1995), La fábrica de nubes (1991), La muerte del censor (2017), Cuatro días de enero (2008) y El gran sueño (2018).

Este autodidacta y rockero en su juventud tiene una fundación en Medellín, Colombia, y otra en Barcelona, para incentivar en jóvenes la lectura y la escritura.

En 2007 ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil; en 2017 la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (ambos en España) y en 2018 la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya, que es el más alto galardón que se otorga en Cataluña a un artista.

Sierra i Fabra habla en esta entrevista con UNIVERSIDAD de su método, su pasión, sus trucos, sus intereses y de cómo la lectura y la escritura le cambiaron para siempre la vida.

¿Qué encontró en la escritura para que, 500 libros después, siga escribiendo con tanto entusiasmo y tanta disciplina?

—Es algo inexplicable. Para mí escribir es como respirar, lo necesito. Mi cabeza está siempre en ebullición, es un volcán. Las ideas van y vienen, las capturo, las anoto, las veo crecer como hijos y luego quiero escribirlas. Soy consciente de que acabo de cumplir 71 años, así que ahora, además, siento el vértigo de la edad. ¿Cuánto me queda? No lo sé, pero escribo con más voracidad que nunca, para morir habiendo sacado el máximo de mí mismo. Además, arriesgo mucho con temas que nadie toca o buscando nuevas formas de contar historias. Sigo aprendiendo. Sigo creciendo. Es un reto constante.

Sé que elabora un guion antes de sentarse a escribir, pero ¿cuál es su método de trabajo en la fase de escritura?

—Eso sería largo de responder. Para eso escribí mi libro La Página Escrita, que es el método Jordi Sierra i Fabra para jóvenes, y no tan jóvenes, escritores. Ahí están todos mis trucos o secretos. Lo importante en sí es ese guion previo, sobre todo si el libro tiene una estructura complicada, pero que ha de hacerse fácil para la lectura. En el guion lo voy decidiendo todo: el tono, la técnica, el estilo. Si hay que viajar a un lugar a investigar, viajo. No cuantifico ese tiempo. Y, además, mientras viajo para investigar algo estoy haciendo otros guiones, siempre a mano, boli y libreta. Nunca pierdo el tiempo. Cuando tengo el guion acabado lo más sencillo es escribirlo, me siento al ordenador y en unos pocos días dejo el libro escrito. Soy muy rápido en la realización final. Pura compulsión. Una vez escrito, ni me lo leo, no hago correcciones; quiero que sea natural, directo, sin artificios que puedan enfriarlo.

¿Podría describirnos cómo es un día de trabajo cuando está escribiendo una novela, por ejemplo?

—Me levanto a las diez de la mañana. Me lavo, desayuno y miro el correo electrónico. De 11 a.m. a 3 p.m. escribo cuatro horas. A las tres de la tarde almuerzo y después leo un periódico y algo del libro que esté leyendo. A las 4:30 p.m. vuelvo a escribir hasta las 8:30 p.m., otras cuatro horas. Luego ceno y voy al cine cada noche. Si no tengo películas para ver, me veo en casa una o dos en video. Necesito que alguien me cuente algo a mí antes de acostarme. Soy hijo del cine. He visto todo lo que hay que ver desde el cine mudo hasta hoy. Mis novelas son también cine puro, cada capítulo es una escena que puede rodarse tal cual. Pero vivo en España, donde la industria es pobre y limitada.

¿Cómo ha logrado moverse con tanta facilidad en la literatura, de modo que ha cautivado a lectores infantiles, juveniles y mayores?

—No entiendo los mecanismos del éxito. Nadie los entiende, a no ser que hagas blockbusters (taquillazos) yanquis. A veces escribo una novela infantil de apenas 40 páginas en un par de días y vendo medio millón de ejemplares. Otras, paso dos años investigando un tema, hago un novelón de 500 páginas, y no se vende. Es un misterio. Yo escribo desde la honestidad. No sé quién va a leerme, ni me preocupa. No pienso en la edad del lector. Un lector es un ente único, da igual que tenga 17 o 70 años. Si yo lo paso bien escribiendo, es posible que el lector se lo pase bien leyendo. No hay más. Y como soy todavía un crío (niño), me gusta saltar de un tema a otro, de la ciencia ficción a lo policíaco, de lo histórico a lo realista; así que tengo un público muy genérico. Para mí escribir ha sido siempre muy sencillo. No he hecho otra cosa en la vida desde los ocho años.

En una entrevista decía que tiene temas para cuentos y novelas para muchos años, y que los periódicos son una gran fuente para encontrarlos: ¿podría ampliar este punto?

—Yo no leo el periódico por las noticias: busco historias. Detrás de cada artículo, por pequeño que sea, a veces cinco líneas a pie de una foto, hay siempre preguntas que hacer: ¿qué pasaría si…?, ¿por qué no…?, ¿y si…? De ahí me salen cada día dos o tres temas para relatos o novelas. ¡Cada día! El trabajo es ver cuál de todas ellas se queda y se convierte en un texto. A veces solo son dos o tres al año, pero ya vale la pena. El resto de ideas vienen de mi imaginación y de escuchar a la gente cuando viajo por el mundo y nadie sabe quién soy, cosa que hago mucho, como cuando estuve en Costa Rica hace años.

Precisamente, ganó el Premio de Literatura Infantil y Juvenil con Kafka y la muñeca viajera, un tema que salió de una nota de Babelia, de El País. ¿Qué representó ese premio en su trayectoria?

—Ese fue un momento mágico. Era lo que acabo de contarte: una nota de cinco líneas. Pero en ese momento yo vi el libro entero en mi cabeza, ¡entero! Solo tuve que ponerme a escribirlo. Tardé dos horas en hacer la estructura y cuatro días en escribirlo. Luego ha sido un éxito enorme, y se ha representado libremente incluso como obra de teatro en muchos países, especialmente de América Latina. En Francia se hizo en forma de ballet clásico. Ahora se estrenará en Italia. Fue declarado uno de los diez mejores libros españoles para jóvenes de la primera década del siglo XXI. A pesar de todo, no es mi libro más vendido. Ese es Campos de fresas, que lleva 21 años entre los 100 más vendidos de cada año en España.

Usted primero se convirtió en un gran lector y luego dio el salto a escritor. En ese sentido, ¿qué hacer para que los jóvenes se enamoren de la lectura?

—Yo de niño tuve la suerte de crecer sin televisión. En casa éramos pobres y nací en la posguerra española, con hambre. Me pasaba el día dibujando, inventando juegos de palabras: todo esto está expuesto en el museo de la Fundación Jordi Sierra i Fabra de Barcelona. No había biblioteca en mi colegio, ni en mi barrio, así que vendía periódicos viejos o pan seco que me daban los vecinos y con lo que me sacaba, alquilaba un libro viejo en una librería de segunda mano. Para mí aquello era el paraíso. Pero con dos reales solo podía alquilar libros malos. Daba igual: leía. Me formé leyendo basura. ¿Y qué? Leí. También has de saber lo que es malo para luego valorar lo bueno. Con ocho años me dije que yo también podía hacerlo mejor. Además, era tartamudo, no podía casi hablar con la gente. Leer me salvó la vida, me dio toda la cultura que tengo, porque no tengo estudios. Luego, escribir le dio un sentido. ¿Y qué hacer para que los jóvenes lean? No lo sé.

¡Ojalá lo supiera! No saben lo que se pierden. La incultura se huele, apesta. Se aprende más leyendo que estudiando. Estudiar te da disciplina, pero lo olvidas. Una buena novela se te mete dentro de ti y ya no sale, te cambia la vida, te hace mejor, te obliga a pensar. Vivimos en un mundo de locos, de urgencias, de prisas, lleno de materialismos. Si no podemos tener un rato para nosotros, para nuestra intimidad, para crecer como seres humanos, acabamos siendo parte de esa masa sin cerebro que luego vota a Donald Trump o a cualquier dictador populista.

La escritura le dio entonces un sentido a su vida.

—Lo he dicho: le dio un sentido a todo. Poder expresarte a través de la palabra escrita es maravilloso. Yo estoy loco; soy artista, pero nunca he ido a un psiquiatra. Mis personajes viven también por mí y aprendo de ellos, de sus reacciones, porque una vez los creo están vivos. Si los jóvenes entendieran ese poder, saber escribir, aunque sea un diario, se conocerían mejor a sí mismos. Toda forma de arte: saber tocar un instrumento, pintar, escribir, te acerca al universo, trasciende más allá de ti.

Tiene dos fundaciones para el fomento de la escritura y la lectura, en Medellín y Barcelona, ¿qué han representado estas experiencias en su vida de escritor?

—Las Fundaciones son la respuesta a lo mal que lo pasé de niño. Mi padre me prohibió escribir, dijo que eso no era un trabajo y me moriría de hambre. En la escuela sufrí malos tratos por la tartamudez. Cada golpe que recibí me hizo más fuerte, porque yo tenía un sueño, los violentos no tienen nada. Además, una maestra de lengua me llamó inútil y me dijo que nunca sería escritor. Lo pasé mal. Luché solo contra todos. Y me salí con la mía, porque todo está en uno mismo, no en lo que te hagan o digan los demás. De mayor me fui encontrando con muchos chicos y chicas que eran como yo fui y tenían mi mismo sueño. Así nació el Premio Literario JSiF para jóvenes, menores de 18 años, y las fundaciones que ayudan a esos jóvenes en sus sueños. La pena es que no soy rico y no tengo ayudas, así que hacemos lo que podemos. Pero lo hacemos. Ya nos han reconocido internacionalmente con el Premio Ibby-Asahi al mejor proyecto cultural de 2010 y la Medalla de Honor de Barcelona en 2015.

Ha vendido más de 12 millones de sus libros, muchos de los cuales se leen en colegios de España y América Latina, ¿cómo asimila un escritor un éxito como este?

—Yo lo veo como que 12 millones de amigos y amigas me leen. Eso es todo. No es “un éxito”, es compartir lo que tienes. El mérito está en que llevo 46 años publicando libros, y los que tenían 15 años entonces son hoy mayores, y cada cinco años hay una nueva generación de jóvenes que acaban leyéndome. Eso es increíble. No les paso de moda. Tengo libros que se siguen vendiendo 30 años después de ser editados. Me ven todavía como uno de ellos. Cuando me conocen se dan cuenta de que soy tan crío (niño) como ellos. Además, estuve años en el mundo del rock, conocí a todos los grandes, fui amigo de muchos, entrevisté a la mayoría, y eso me da un plus ante muchos que me preguntan cómo era Freddie Mercury, David Bowie o Michael Jackson. Sea como sea, vender 12 millones de libros en España… es una burrada. J.K.Rowling los vende en un día. Vale, pero en España o en América Latina…

Sé que pasó, hace como diez años, por Costa Rica y que descubrió que algunos de sus libros se vendían entonces en la Librería Lehman. ¿Ha pensado ambientar alguna de sus novelas en Costa Rica?

—Estaba de “vacaciones”, entrecomillas, porque nunca hago vacaciones, voy a lugares para aprender, conocer, y, mientras, escribo mis guiones. Visité varios parques, casi me ahogo en el de Monteverde, tres días diluviando, y viví una de mis experiencias más maravillosas en Tortuguero. Primero vi desovar a una tortuga, y al día siguiente vi el nacimiento de decenas de ellas en otro lado. Incluso ayudé a unas a llegar al agua, sin tocarlas, pero evitando que se las comieran en el recorrido. En alguna parte del océano, cuando yo muera, existirán tortugas que no sabrán que me deben la vida. Y sí, en la capital ‒fui a ver a Rubén Blades en un teatro maravilloso, único‒ me quedé alucinado al ver media docena o más de libros míos en el escaparate de la Lehman. No sabía que estaban allí, así que fue un impacto. Ojalá algún día una idea me lleve a ambientarla en Costa Rica.

Jorge Luis Borges dijo que de todos los instrumentos creados por el hombre, el libro era el más asombroso, porque era una extensión de la memoria y la imaginación. En este contexto, ¿cómo analiza la realidad del libro impreso en tiempos de Internet?

—El libro sigue siendo una maravilla, un pequeño mundo que encierra miles de mundos más. Es el infinito interior. Yo lo prefiero impreso, claro. Me gusta tocarlos, olerlos, sentirlos. Pero si alguien los lee en un Kindle, pues bien. El caso es leer. Mira, hace años solo existía el teatro, y al nacer el cine se dijo que el teatro iba a morir, luego salió la televisión y se dijo que moriría el cine, luego la posibilidad de grabar lo que se emitía. Siempre que sale algo se dice que matará lo viejo. Y dentro de 200 años pues tal vez sí, pero ahora la gente va al teatro, al cine, ve la tele, graba cosas. Nada desaparece sin más, todo coexiste un tiempo. ¿Hasta cuándo? No lo sé.

Ha recibido en España los más altos galardones que se conceden: la Medalla de Oro de las Bellas Artes y la Creu de Sant Jordi por parte de la Generalitat de Catalunya. ¿Qué supone esto?

—Que te haces mayor, que tienes una vida, que has hecho lo mejor que has podido las cosas, y que alguien ha tenido a bien valorarlas. Uno se gana el respeto con los años. Lo bueno es recibir estos reconocimientos en vida, no a título póstumo. Me siento muy honrado con ellos.

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