COVID-19: ¿Fin del “capitalismo salvaje”?

0
146
Capitalismo salvaje.

Por Antonio Saldaña
Abogado y analista político

“¡Bandera de la patria! Sube… sube hasta perderte en el azul… Y luego de flotar en la patria del querube; de flotar junto al velo de la nube, si ves que el Hado ciego en los istmeños puso cobardía, desciende al Istmo convertida en fuego y extingue con febril desasosiego a los que amaron tu esplendor un día”.

El sistema ideológico, político, económico, social, cultural y ambiental prevaleciente los últimos 40 años, caracterizado por la depredación, “precarización” y la exclusión de las grandes mayorías globales, mejor conocido como neoliberalismo, no será más, en todo caso, yacerá como la víctima más importante de la pandemia que hoy recorre la Tierra “como un fantasma”, el espanto del malthusianismo y el darwinismo social.

Esa es la gran preocupación del nonagenario estratega estadounidense, del rol del imperialismo norteamericano en el mundo globalizado, Henry Kissinger, ¿miedo? expresado en su más reciente artículo titulado “La pandemia del [nuevo] coronavirus va a alterar para siempre el orden mundial”, publicado el pasado 3 de abril en el periódico “The Wall Street Journal”.

En efecto, a la luz de la opinión pública mundial, las principales potencias globales, incluido el “norte revuelto y brutal”, no tienen la visión y menos la autoridad moral para imponer o procurar la sobrevivencia de su desgastado modelo de “capitalismo salvaje” y, si bien es cierto que el capitalismo ha demostrado a través de su historia que es capaz de renovarse, definitivamente, no será bajo el antifaz depredador, precarizado y excluyente del noeliberalismo. Un nuevo modelo ha de surgir bajo las cenizas de la pandemia. Ese modelo debe situar al ser humano como eje homocéntrico, al igual que el respeto del ambiente y la naturaleza.

La capacidad del homo sapiens de sobrevivir después de la “peste” va a depender de la comprensión de las personas de que debemos vivir en “armónica colaboración” con todos los seres vivos y el ambiente natural. En el caso particular de Panamá, aún las autoridades no parecen escuchar el ruido de la transformación estratégica post pandemia que, cual “cabeza de agua”, no se observa en la inmediatez, pero sí su estropicio. Para que no le ocurra al gobernante ‒como el marido de la mujer ingrata‒ que sea el último que se entera del lío, debe prestar oído al clamor popular nacional e iniciar –en medio de la crisis sanitaria‒ por dar “un golpe de timón” en la conducción de la nave del Estado, ya no se puede priorizar los intereses de un solo sector social y económico, por muy omnipotente, omnipresente y omnisciente que parezca.

Para que la nave del gobierno –siguiendo el símil‒ pueda continuar su marcha hacia nuevos derroteros de unidad nacional y para que los cambios sean eficaces, el presidente de la República, en virtud de su extraordinaria cuota de poder que la Constitución Política de la República le otorga, debe ponderar en su justa y estratégica dimensión, la posibilidad, que paradójicamente el vilipendiado Órgano Legislativo le ofrece, para sancionar y promulgar los tres proyectos de Ley (281, 287 y 295), que recientemente fueron aprobados por la Asamblea Nacional de Diputados.

Esos tres Proyectos de Ley constituyen el equilibrio entre la vida y la muerte, en quedarte en casa y morir de hambre o salir a la calle y ser sofocado por la “peste del diablo”. Es decir, el sacrificio debe ser compartido, de la misma manera que las ganancias en un nuevo sistema más justo y más humano. Es la razón por la cual también coincido con el planteamiento del periódico digital Bayano, de que “un plan de rescate ‒de empresas particulares estratégicas en dificultades financieras con motivo del COVID-19‒ debe de estar condicionado a la inversión y participación directa del Estado como accionista, bajo los principios de la Democracia Social que reduzca la inequidad”.

Con la primera medida socioeconómica enunciada, igualaremos la eficacia de la atención sanitaria y podremos estar todos seguros de que ni el Estado ni la empresa privada desaparecerán. Por el contrario, eliminando el estrés de perder sus bienes (a la clase media) y de poner dinero en manos de los pobres (transferencia monetaria) permitirá a gran parte de los laboriosos empresarios (transporte, logística, comunicaciones, servicios básicos, comercio de supermercados y farmacias, sector agropecuario, etc.) continuar produciendo en medio de estragos del nuevo coronavirus, incluso, reducir el tiempo del “aplanamiento” de la curva mortal del COVID-19. ¡Así de sencilla es la cosa!

Dejar una respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí