Por Aby Martínez
Escritor
Un dedo histórico para el señor contralor, por su clara inteligencia para sumar y restar. De ahí, más nada.
La ocurrencia de un estudio socio económico para becarios, para comprobar que no tienen hatos de ganado o plazos fijos en el Banco casi General. Ese señor gana cero en HISTORIA SIN MAYÚSCULA. Desde los principios de la república, a partir de Manuel Amador, Belisario Porras o el mismísimo Arnulfo Arias Madrid, cuando tenían que hacer cita para verificar sus notas, el requisito era la excelencia académica. Así lo contaba el finado maestro de las artes Juan Manuel Cedeño en una cita sobre el Palacio de las Garzas. El mandatario, lo recibe en su despacho, y otorga la autorización para los gastos de traslado y otras menudencias, para estudios en Chicago, Estados Unidos.
El magister de las artes panameñas narra, con alegría y entusiasmo, los bocetos al carbón, mostrados en sus primeras comparecencias académicas para ingresar, finalmente, en las rigorosas aulas. Sus maestros alemanes escaparon de la garra fascista. Por eso y más, el contador de pelotas públicas no pasa el chequeo histórico.
Los canales de TV, o te veo peor, se preparan con su mejor cara, para difundir su veracidad a todo terreno de lo que acontecerá en futuro: las elecciones cruciales del 2019. Parece mentira, que los antiguos canales que transmitía en blanco y negro tuviesen un espacio editorial o, al menos, una especie de crucigrama analítico. ¿Cómo no recordar al locutor “Fat” Fernández, tras beberse una cerveza Balboa helada en nuestras narices, leyendo un editorial contra el fantasma del comunismo, o sobre las maromas electoreras de la época?
Hoy, después de la guerra de chupones, léase baratillos del montón, hierbas aromáticas de la noticia, la Navidad y ferias, hay una realidad concreta. El ultimo feminicidio, el escape sin control de las cárceles La Joya o La Joyita. El panorama embrutecedor de la pantalla chica, sigue siendo la misma.
La tramoya de la Catedral
El barrio de San Felipe, en el Casco Antiguo de la Ciudad de Panamá, está vivo en mi memoria. Un pedazo nostálgico me aborda en la esquina de Calle Primera. El café que ya no existe o que yo inventé. Pero cierto, hice los tres primeros años de primaria en el IPA, a golpe de tambor de las olas que subían y bajaban a la cuenta regresiva de Juan Bobo, vuela su cometa matinal, reza al infinito, escaleras abajo, carcomidas por salitre. Un mar que devuelve memoria y restos del naufragio cotidiano, de aquel entonces, tan nuestro.
Los años sesenta se estrenan en Panamá, con la llegada al Palacio de las Garzas de Roberto Francisco Chiari. Un liberal que, junto a su esposa, hizo historia presidencial. Se les recordará por la sencillez y acertadas decisiones de su mandato. Por ahí, entre escombros de la Librería Preciado, sale el fantasma del fotógrafo Sosa. Un personaje alambicado en años y que en sus mejores momentos retrata de a las cabareteras de Tierra Feliz. Para mejor referencia, leer el cuento de Rogelio Sinán, “La única víctima de la revolución”.
A la Catedral y su baño de tejas los recuerdo. Entré con la curiosidad del mago Chan, una vez y otra vez sin rezar, pero cansando la vista con sus imágenes. Fue construida cuando España, ese imperio a la brava de Felipe Segundo. Se fue disecando, hundiendo, con la aparición en el horizonte de nuevas potencias imperiales. La Catedral fue construida como el que amasa pan sin prisa y con la paciencia de los entuertos de la Corona, dando tumbos. El traslado y nacimiento de la nueva urbe puso reglas fijas y claras. Desde el Ancón, su defensa natural se puede apreciar ese amontonado conjunto de iglesias y casas, tejidas entre las callejuelas empedradas, donde se ven las huellas del tranvía que llega hasta La Sabana, y que de un plumazo y manejando los hilos del poder autocrático borró Arnulfo Arias en su primer período presidencial.
La Catedral es una propuesta a la medida. Mira hacia la Plaza, como guardiana persistente y colonial. Es una pieza que se impregna del color que pinta las orillas del Pacifico. Un cielo casi azul entre nubes y celajes de fuego por la tarde, con el brillo de las conchas nacaradas en sus torres. Sin embargo, más viejos que sabios se pasaron por los forros –manera elegante de hacerlo a la brava–, la reconstrucción y no restauración de la Catedral del siglo XVII. La urbe padeció incendios de gran magnitud, pero esa mole, que una vez admiro el poeta Rubén Darío, desde el Hotel Central, también es víctima de otra chambonada.
¿Dónde está la Dirección de Patrimonio Histórico?, ¿Cómo fue sin Benny Moré? El piso de ajedrez, digno del peor gusto. A menos que sea la futura sede de un campeonato mundial después de la jornada. La Catedral fue declarada monumento histórico desde aquel año 1941, cuando Estados Unidos entraba al tinglado de la Segunda Guerra Mundial. Antes, fue el escenario del encuentro de Roosevelt y Amador. Si quieren refrescar ese momento, pueden asimilar otra recomendación literaria: la novela de Justo Arroyo.
¿Ha habido alguna declaración de Patrimonio Histórico? Todo indica que la premura y la soberbia del inquilino del Palacio las Garzas, tiene mucho que ver en el asunto. O sea, el dedo del poder Ejecutivo fue suficiente para indicar que la Catedral era prioridad para quedar ajustada a la visita papal. Para muestra un botón: el Museo Antropológico Reina Torres de Arauz espera a las “mil y quinientas” (largo plazo) para operar en forma adecuada. Algún día, cuando San Juan dispare el dedo, volverá a su antigua sede, restableciendo la vieja y vetusta estación del ferrocarril, allí donde desemboca el desamparo de los panameños y la verborrea electorera, cada cinco años.