Contra el vasallaje, un Quijote realista y cuerdo

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Como un Quijote cubano, Fidel Castro venció al gigante.

Contra el vasallaje, un Quijote realista y cuerdo

Por José del Rosario Sánchez Franco
Consultor y Asesor en Comunicación Política y Organizacional; jdelrsf@gmail.com; twiter: @jdelrsf

“La fuerza del pueblo está en su unión; la fuerza del pueblo está en su mayoría”

Fidel Castro

Julio de 1979. La Habana Cuba. Gran Teatro de La Habana. Se inauguraba el inicio de la tercera versión del Festival del Caribe (CARIFESTA). Fue la primera vez que yo llegaba a la isla más famosa del Caribe, Cuba. Había ido con la delegación de Panamá entre los que figuraban el conjunto folklórico del Instituto Nacional de Cultura (INAC) y la Sinfónica Nacional que dirigía el maestro Jorge Ledezma Bradley, entre otras representaciones culturales.

Reynaldo Barría (un compañero histórico), era el jefe de la misión reporteril en la que los dos teníamos asignada la misión de cubrir la mayor cantidad de eventos posibles para Canal Once Telexperimental Educativa. Rey era el director de Agenda, el noticiero de la TV Once. Yo era reportero gráfico, el camarógrafo. Los dos coincidíamos, incluso estábamos de acuerdo, en el heroísmo de los cubanos durante varios periodos de su existencia. La lucha independentista de Antonio Maceo (el Titán de Bronce, 1879), así como José Martí, llamado el Apóstol cubano; de Antonio Mella (1929), del propio Fidel Castro que encabezó a 175 jóvenes (Generación del Centenario), para el Asalto al Cuartel Moncada la madrugada del 26 de Julio de 1953; y otra vez él dirigiendo a los 82 expedicionarios, que también, en la madrugada del 25 de noviembre de 1956 zarparon en el Granma, rumbo las costas orientales de Cuba para desembarcar el 2 de diciembre de ese mismo año. Habían partido desde México por el río Tuxpan, Veracruz, para salir al Golfo dispuestos a lapidar la dictadura de Fulgencio Batista, quien era un siervo del imperio norteamericano.

Era 19 de julio del ’79. Nos dijeron a los periodistas: “Llegó el Caballo” y va a dar una rueda de prensa muy rápida. “El Caballo”, así inventaron decirle los cubanos disidentes a Fidel Castro, para referirse a él como un hombre ignorante, bruto, salvaje, que había llegado a controlar el poder de la isla. Adjetivo que después los revolucionarios cubanos acogieron y le dieron la vuelta. Lo que era un epíteto en sus inicios, fue el nombre fuerza para referirse al líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz.

Los periodistas se acercaron a él, igual nosotros. Rey utilizó una grabadora de audio. Pretendía algo simple, pero significativo. De lograrlo, podía salir periodísticamente algo más. Quiso arrancarle por lo menos un saludo para Panamá y los panameños, porque Panamá había cumplido un papel sustancial con la compañía Victoriano Lorenzo y el apoyo del general Omar Torrijos al triunfo de la Revolución Sandinista el 19 de julio de 1979.

Yo aproveché mi baja estatura para introducirme entre quienes querían oír al Comandante decir algo. Ya no por el Carifesta, sino por la huida de Anastasio Somoza Debayle, quien había salido en forma precipitada de Nicaragua. También los cubanos habían sido torales. Y ahí estábamos Rey Barría y yo. Me metí entre los demás, hasta colocarme a dos metros de ese hombre muy alto, de más de un 1.90 de altura. Levanté la cámara para enfocar y Rey metió la grabadora de audio casi en su rostro. Dijo entre las voces de todos (cada quién preguntando algo casi al unísono): “Comandante, un saludo para Panamá por su contribución al triunfo de la Revolución Sandinista”. En ese preciso momento, sentí un fuerte golpe en mi mano derecha. Apenas recogí una toma ligera fuera de foco en contrapicado. No había encuadrado ni enfocado bien, cuando cayó el golpe. La grabadora de audio de Rey Barría también cayó al suelo. No grabó nada. Sólo alcanzamos a escuchar de un escolta, igual de alto: “No pueden acercarse así al comandante”. Con su mirada, quizás una frase implícita, quedó en el aire: “¿Están locos o qué?”.

Hoy, ya no se trata de hacer una apología de la Revolución cubana y al prestigio de Fidel Castro Ruz, por haber triunfado y mantenerse como el líder dialéctico, estratégico y moral de Cuba. Veo lo que representa la Revolución de Cuba –aunque no esté de acuerdo con todo–, que ha sido encabezado un movimiento, un pensamiento, una filosofía y un sentimiento contra el sometimiento e injerencia en sus decisiones internas, de un país como Estados Unidos. Ello debe ser entendido como un acto no únicamente heroico y de valentía, sino, incluso, de responsabilidad histórica.

Podría decirse de Fidel Castro Ruz, que fue un Quijote, por pelear contra un gigante, pero ni loco, ni iluso. Un acto totalmente cuerdo fue clavarse contra la cultura de la imposición imperial, cual imperio sobre poderoso, el capitalismo, pero también vulnerable. Pese a ello, ha dejado una pléyade que ya no habla de conquistas de espacios y mentes, bajo una doctrina quimérica de todos por todos. También es cierto que el poder por el poder no sólo enferma, sino que acaba.

Por lo mismo, subyace la necesidad de retomar caminos de reivindicación, ajustar rutas, recordar sacrificios y abrazar ideales humanistas, no para una revolución per se, sino por dignidad nacional (no nacionalismos madrugados), contra del oportunismo, la megalomanía narcisista y la arrogancia desde el poder, así como del populismo, no sólo de izquierda, sino de derecha.

Estoy convencido, por otra parte, de que la Revolución cubana fue un equilibrio ante la escalada gringa de adueñarse del mundo de forma absoluta. Por ejemplo, en parte por el apoyo de Cuba y los países No Alineados, entre ellos Panamá. Al menos, pudo zafarse de ser una estrella más en la bandera de Estados Unidos.

No sé si a Fidel Castro “la historia lo absolverá”, como señaló en su alegato, en el juicio en su contra el 16 de octubre de 1953, por los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo respectivamente, sucedidos el 26 de julio de ese mismo año. Fue condenado a 15 años de cárcel por su participación en esos hechos. Sin embargo, los rebeldes, incluido Castro, fueron liberados tras una amnistía del dictador Fulgencio Batista en 1955. Castro se trasladó a México, donde se entrenó antes de regresar a Cuba en el yate Granma, en diciembre de 1956.

Desde mi percepción imperfecta, vislumbro que en el castrismo sin Fidel Castro, Cuba se abrirá a las posibilidades democráticas –sin perder su autonomía y esencia internacionalista en su gigantesca solidaridad humana–. La isla posee el 34.4% de níquel de las reservas mundiales, cobalto, cobre, azúcar, petróleo, entre otros recursos y, de hecho, es una potencia en Salud y Educación. Además, existe la posibilidad de que se convierta en un país emergente de inusitado desarrollo.

De ahí la visión de proteger el proyecto encabezado por un Quijote realista y cuerdo, que, en vida, quizá –incluso con su muerte– siga venciendo al gigante molino o monstruo imperial, aún con todos sus apéndices, como lo hizo cuando partió un 25 de noviembre de 1956, a bordo del Granma, para un quehacer de 60 años sin tregua.

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