China en Panamá, dos planos para un hito

¿Podrá Estados Unidos imponer a China sus intereses hegemónicos en Centroamérica, como lo hizo con Inglaterra a mediados del siglo XIX?

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Juan Carlos Varela, presidente de Panamá y Xi Jinping presidente de la Repùblica Popular China

China en Panamá, dos planos para un hito

Por Julio Bermúdez Valdés
Redacción Bayano digital

Este lunes llega a Panamá el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, en lo que es sin dudas un hito en la historia de las relaciones internacionales de Panamá, no solo porque rompe con una herencia de la vieja guerra fría, sino porque pone al pequeño istmo panameño de cuatro millones de habitantes en contacto con mil 400 millones de personas, de los cuales millones han salido de la pobreza en las últimas décadas, y que se abre paso a través del mundo mediante lo que hoy se conoce como la “Ruta de la seda”.

Internacionalmente, la presencia de China Popular en Panamá implica cambios cualitativos que benefician a este país, no solo en el intercambio comercial al acceder a un mercado tan grande, sino porque va dándole al istmo un papel relevante y autoprotector. Relevante porque asume en su territorio relaciones con potencias de envergadura, lo que rompe la bilateralidad exclusiva con que se habían desarrollado hace más de un siglo con Estados Unidos. Hay otro actor en Panamá y no sé hasta dónde puede revivirse el Clayton-Bulwer de 1850, cuando EEUU emergía como la potencia hegemónica del área.

El ambivalente paternalismo washingtoniano se ve afectado, aunque no implique grandes cambios en las peculiares relaciones panameño-norteamericanas, ni requiera los exagerados cuidados que ha exhibido por estos días la inteligencia de esa potencia. Estados Unidos posee una acumulación muy significativa en Panamá como para que eso cambie.

Aun cuando las relaciones chino-panameñas se enfocan, desde ambos países, en base al respeto, la fraternidad y el intercambio comercial productivo se diría que eso es suficiente como para entender los temores del imperio del Potomac, expresados recientemente con la sorpresiva visita del Secretario de Estado Mike Pompeo. Son los mismos, y un poquito más, que los que la Casa Blanca siente por América Latina.

No es fácil ver en su histórica zona de influencia la mano del dragón, aunque solo sea fraternal, porque, pese la estratégica aspiración norteamericana de imponerse en Eurasia, esa región parece ser la que conquista América. Así que, sí, es un hito de múltiples proyecciones y que por lo sucedido recientemente en la Feria Internacional de Shanghái revela una interesante inclinación de nuestros empresarios hacia esta apertura. Nadie podrá regatearle este logro significativo al presidente Juan Carlos Varela. Ignoro toda la dimensión que esto significa para él, pero sin duda ha hecho buena su declaración de Panamá es un país soberano que puede llevar a adelante sus relaciones con todos los países.

En el plano nacional las cosas asumen otro espectro, pese a las perspectivas positivas que puede significar para nuestra economía. No es lo mismo que la apreciada comunidad chino-panameña haya llegado al istmo hace 160 años, a que lo haga ahora China Popular.  Y no se trata solo de los viejos temores anticomunistas heredados de la guerra fría (es evidente que China no ha venido a hacer política en Panamá), sino del choque cultural que se pueda producir por los valores, conductas y códigos de la milenaria cultura asiática, con los de un Panamá sentado en la cresta capitalista hace más de un siglo dada sus relaciones con Estados Unidos.

No es lo mismo seguir comiendo el arroz o la sopa de wantón que los hermanos asiáticos introdujeron en Panamá, que la nueva y competitiva tecnología que hoy aporta China al mundo o lidiar con lo que políticamente representa el mercado chino. Cuando el lunes XI Jinping desembarque en Tocumen, el istmo entrará en una nueva realidad internacional de posibilidades.

No sorprendería que tales hechos beneficien significativamente a un presidente que como Juan Carlos Varela enfrenta ahora su más baja popularidad, o que a futuro podría encarar con éxitos relativos las cuentas que el país pueda pedirle en otros aspectos de su gestión. Claro que por lo mismo nadie podría culpar a un sector de la ciudadanía que piense que en esta apertura con China, Varela mire un logro que cubra su déficit y la deficiencia que su gestión deja en lo social, en lo político y las inexplicables y asimétricas cifras que en lo económico dejan sus grandes presupuestos con las pocas obras realizadas.

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