Farallón y Río Hato: enfrentamiento y miedos durante la invasión del 20 de diciembre de 1989

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    Tropas aerotransportadas de EEUU, lanzadas contra la República de Panamá.

    Por Pantaleón García B.
    Historiador y docente universitario

    El historiador Josep Fontana, refiriéndose al papel que debe jugar la Historia en momentos de crisis, cita a otro distinguido colega del siglo XX, cuando éste señalaba: “No se puede huir del pasado, esto es, de los que recogen, interpretan, construyen ese pasado y debaten en torno a él”. En otras palabras, que el historiador está obligado a abordar esos temas que han ocurrido y que, de alguna manera, afectan al resto de la comunidad. Por esa razón, Fontana sostiene que muchas veces el historiador sólo escribe para un reducido grupo de personas, para su propio círculo, que al fin y al cabo son quienes lo van a evaluar, juzgar y, en muchos casos, promover y asignarle un puesto dentro del mundo académico.

    Esa situación, provoca que en ciertas ocasiones se deje de lado “al de la calle”, los que viven en el mundo exterior que también necesitan de la Historia, pero si los historiadores no se la dan, la reciben por otros medios, del político, del comentarista, del cine… Refiriéndose a ese tema, Fontana afirma:

    “Lo que sucede es que quienes viven en ese mundo exterior, en eso que he llamado la calle, necesitan también de la historia, como la necesita cualquier ser humano —en la medida en que la historia cumple para todo grupo la misma función que la memoria para cada individuo, que es la de darle un sentido de identidad que le hace ser él mismo y no otro— y como los profesionales no les proporcionemos la historia que necesitan, la reciben de manera asistemática, pero muy eficaz, de los políticos, de los comentaristas de la radio y la televisión, de las celebraciones conmemorativas (cuyo tono y sentido determinan en última instancia las instituciones que las pagan) o incluso de las novelas y del cine”.

    Eso es lo que se conoce como el uso público de la Historia, y que, en su momento, Gianpasquale Santomassimo explicó que ella es todo lo que no entra como historia profesional, pero que es memoria pública, todo lo que crea el discurso histórico difuso, la visión de la historia, consciente e inconscientemente, que es propia de todos los ciudadanos. Este historiador sostiene que en este tipo de historia, “los historiadores juegan un papel importante, pero que es gestionado substancialmente por otros protagonistas, políticos y por los medios de comunicación de masas”.

    El uso público de la Historia comienza con la Educación, con los programas y textos escolares. Por ello, es importante que la Historia sea investigada y contada objetivamente para que los niños, jóvenes y adultos puedan conocer su pasado y se identifiquen con él.

    El historiador que hemos comentado llama sostiene que es conveniente denunciar los abusos de ese discurso público y que ese es, en buena medida, el trabajo del historiador. Sin embargo, no basta con la denuncia, sino que es más importante participar activamente en la formación de la memoria pública, “sino queremos abandonar una herramienta tan poderosa en manos de los manipuladores”. Esa misión la entendió perfectamente otro gran historiador como lo fue Marc Bloch, quien en momentos en que luchaba contra la invasión nazi de Francia señaló que la misión del historiador era formarse una idea clara de las necesidades sociales y esforzarse en difundirlas. Esa es la misión que se propone este artículo: investigar sobre los momentos que se vivieron en la Base y en las comunidades de Farallón y Río Hato, durante la invasión del 20 de diciembre de 1989, para darlas a conocer a ese público, a esa población panameña que como la de esas dos comunidades mencionadas, también fue afectada por esos trágicos acontecimientos.

    Este artículo hará una breve descripción sobre los días previos y las primeras horas de la invasión del 20 de diciembre de 1989, los momentos que vivieron algunos soldados que estaban en la Base de Río Hato, sus enfrentamientos individuales con los helicópteros que atacaron las instalaciones militares y donde estaban los estudiantes del Instituto Militar General Tomás Herrera.

    Luego, se pasa a describir los miedos que vivió la población de Farallón y Río Hato, las angustias de los niños y las mujeres durante la madrugada del 20 de diciembre. Finalmente, mencionaremos algunos rumores que circularon dentro de esas comunidades como parte de la incertidumbre que se apoderó de esa región, cuyo pecado fue ser vecina de ese complejo militar.

    Este trabajo se hizo apoyado en los aportes que se efectuaron en el campo de la Historia durante las últimas décadas del siglo XX y comienzos del siglo XXI, como lo son el uso de la memoria y la Historia del presente. Para ello, se utilizaron las versiones de las personas que fueron testigos de la invasión a la Base Militar de Río Hato. El historiador Enzo Traverso en su libro El Pasado, Instrucciones de uso, Historia, Memoria y Política afirma: “El testigo puede ofrecerle elementos de conocimientos fácticos inaccesibles por otras fuentes, pero sobre todo, puede ayudarle a restituir la calidad de una experiencia histórica, que cambia de textura una vez que se enriquece con las vivencias de sus actores”.

    El francés Marc Bloch, al hacer un balance de la derrota de Francia ante el ejército alemán, durante la Segunda Guerra Mundial, en la que él fue testigo de esos acontecimientos, afirma:

    “Un testimonio sólo tiene valor cuando se plasma con toda su frescura primera y no me resigno a la idea de que el que aquí presento deba ser forzosamente inútil“. Por eso, los testigos son fundamentales en este artículo. Este trabajo es un reconocimiento a los hombres que lucharon, a los estudiantes que fueron detenidos y sobre todo, a la población humilde de Farallón y Río Hato, que sufrió las angustias y temores de una invasión.

    En otro artículo escrito para esta prestigiosa revista, decíamos que sobre el concepto de memoria hay confusión y que conocemos de por lo menos tres definiciones. Una de ellas salió a la luz pública a principios de los años ochenta, cuando aparece la obra de Pierre Nora, Los lugares de la memoria. Una segunda surgió a principios de los años noventa, cuando se descubre la obra de Maurice Halbwachs, La Memoria Colectiva, quien la había publicado en los años 50. Una tercera definición surgió a finales de los años noventa cuando Francia se tuvo que enfrentar a la memoria del genocidio judío en el que había participado el Estado durante la Segunda Guerra Mundial. Ésta, a diferencia de las dos anteriores, se trata de una memoria traumática. Aquí, la memoria es sentida como un peso doloroso de un pasado cercano sobre el presente. En el tema que nos ocupa, estaríamos hablando de una memoria dolorosa, después de la invasión.

    Como se mencionó hace un momento, la investigación fue hecha con el uso de la técnica de la historia oral, con el uso de testigos, porque queremos que esa historia vivida se convierta en una historia contada, escrita. Como dice Julio Aróstegui: “Para que una historia vivida sea una historia registrada, lo que constituye la forma más inteligible del discurso histórico, tiene que llegar ella misma a ser historia contada”. En ese sentido, los testigos a los cuales hemos entrevistado que vivieron ese traumático momento, darán a conocer sus experiencias, los miedos, los rumores que se vivieron y que circularon durante los días de la invasión.

    La invasión a la base de Río Hato

    Mucho se ha escrito sobre la invasión a Panamá en diciembre de 1989. Han sido descritos los horrores, los traumas, sobre las secuelas psicológicas, sociales, económicas y políticas de ese fatídico acontecimiento. Hay más de 80 publicaciones de libros, artículos, novelas y poesías. Entre ellas, se pueden mencionar: Soler, Ricaurte, La invasión de Estados Unidos a Panamá, Adames M., Enoch, Política Social e Invasión, Beluche, Olmedo, La verdad sobre la invasión, Diez años de luchas políticas y sociales en Panamá, 1980-1990, Chuez, Carlos, Operación Causa Justa: La larga noche de la invasión, A 20 años de la invasión, prohibido olvidar. En la Revista Lotería nº 399, octubre-noviembre de 1994, hay un artículo que dice “La Batalla de Río Hato“, anónimo, que describe a grandes rasgos lo sucedido en el lugar, con el uso de testigos. También hay un artículo de Omar Rodríguez, que apareció en el diario La Prensa, en diciembre de 2004, titulado “Farallón sufrió una guerra ajena”, que describe parte de la situación que se vivió en el lugar, citando a personas que vivieron esa experiencia. Este es un tema que siempre dará motivos para hablar, escribir y reflexionar, pero, siempre, leyendo entre los documentos, haciendo nuevas lecturas sobre los archivos, sobre las versiones ofrecidas y, sobre todo, escuchando de labios de las personas que fueron víctimas de ese hecho, se pueden construir nuevas historias, nuevos relatos que den nuevas luces sobre lo que realmente ocurrió en esa fecha.

    Antecedentes de la invasión

    Como se recordará, a raíz de los hechos sangrientos del 3 de octubre de 1989, en el contexto de una fracasada acción golpista contra el general Manuel Noriega, la Compañía Machos de Monte se trasladó, en su mayoría, hacia la Ciudad de Panamá a respaldar al jefe militar que había sido detenido por la Compañía Urracá, comandada por el oficial Moisés Giroldi. La Expedicionaria permaneció en la Base, según algunos que he entrevistado, para proteger el área. Es posible que de allí deriven las divergencias entre ambas compañías, rivalidades que terminaron cuando Estados Unidos invadió a Panamá.

    Al ser consultado al respecto, el señor Leandro García subrayó que “desde entonces, vivimos ya, inclusive de rivalidad, entre la Compañía donde trabajaba, que era la Expedicionaria y los Machos de Monte. … Es lo que muchos guardamos como secretos… de que había rivalidades entre las compañías y estábamos allí mismo, cerquita…”

    Sobre ese mismo tema, el señor Lucinio Mora sostiene que después del 3 de octubre hubo cierto desacuerdo entre ambas compañías, quizás producto de un mal entendido, tanto a nivel del Alto Mando, como dentro de las propias compañías. Al respecto, opinó:

    “Yo pienso que entre las dos compañías de combate, la Machos de Monte y la de nosotros (Expedicionaria), durante el golpe del 3 de octubre, la compañía de nosotros no se movió de la Base de Río Hato, nosotros nos quedamos en la Base. Entonces, de ahí vino la … yo pienso que vino como un … desacuerdo, así que allí había puyita. Sobre ese mismo hecho, Sergio Navas, en un lenguaje muy parco, comentó que después de los hechos del 3 de octubre, “ya no había confianza”.

    En otra parte, el señor García sostiene que el gobierno de Estados Unidos comenzó a presionar a Noriega, mediante actos hostiles, como fue lo que a él le tocó vivir en la Calzada de Amador, en la Ciudad de Panamá, donde estaba ubicada la Compañía Victoriano Lorenzo y Noriega tenía unas oficinas. En cierta oportunidad, mientras él y otros 11 compañeros custodiaban esas instalaciones, el ejército norteamericano llegó e intimidó. “Vivimos momentos de tensión porque hubo momentos en que el ejército norteamericano rodeó totalmente, como si hicieran una maniobra. Ellos cerraban la calle principal que entra a la Calzada, que era donde estaba instalada la Compañía Victoriano Lorenzo y todos apuntando contra el edificio. Nosotros éramos si acaso 12, una escuadra era la que mantenía la seguridad del edificio.

    El señor Leandro García piensa que todas esas maniobras dejaban ver que las amenazas de Estados Unidos hacia Panamá eran serias, eran reales. Uno de los hechos detonantes de la invasión fue el incidente provocado por los propios soldados norteamericanos, quienes pasaron por un retén de las Fuerzas de Defensa frente al Cuartel Central, sin detenerse, en donde falleció a causa de disparos un soldado norteamericano.

    En relación a la propia Base, otros testigos aseguran que las provocaciones de Estados Unidos hacia Panamá eran constantes, como una especie de guerra psicológica. En ese sentido, el señor Lucinio Mora afirma que el día lunes 18 de diciembre observó un avión de combate norteamericano sobrevolando el área, mientras él estaba de turno en la pista de aterrizaje del aeropuerto de ese lugar. Aclaró:

    “Yo estaba de turno en la mañana del lunes con el cabo primero Pedro Magallón, conductor del vehículo B-150 (Tanqueta). Estábamos de turno en la pista. Ahí sobrevoló un avión norteamericano de combate, dio como tres vueltas en el aire, después tres giros. Venía del mar (sur) hacia el norte y de allí desapareció. Eso fue el día lunes”.

    El señor Rodolfo Cortez dice que el día lunes 19, en la mañana, él vio que unos aviones de combate norteamericanos estaban en la pista de aterrizaje. “El día 19, me hace recordar que como a las 9:00 a.m. se había visto que los aviones de guerra de los americanos habían tocado la pista. Se había escuchado porque ellos bajaron y ahí mismo subieron. Me consta, porque yo lo vi. Yo le dije al sargento: mi sargento, esta gente va a caer. Él estimó que esa gente no iba a caer (desembarcar) para el ataque. Las unidades de la Expedicionaria y la de los Machos de Monte se activaron para ver qué sucedía, pero los aviones desaparecieron el día 19 en la mañana”.

    El señor Feliciano Flores, al hacer referencia a la presencia diaria de los aviones de combate norteamericanos en el área, comenta:

    “Por esos días, ya estábamos acostumbrados a esos ruidos sobrevolando la base de aviones cazas, con vuelos rasantes…” El ingeniero agrónomo Luis Paz González, al comentar esos hechos, corroboró que en efecto, durante los días previos a la invasión la presencia de aviones de combate sobre la Base era el “pan de cada día“.

    Es decir, que antes del 20 de diciembre, la presencia de aviones estadounidenses era constante. Se les observaba en maniobras militares y de reconocimiento. Ellos realizaban una especie de radiografía del lugar, de las instalaciones y de los movimientos de las tropas panameñas. EEUU tenía conocimiento del lugar, ya que desde 1955, por medio del Tratado Remón-Eisenhower, había permanecido allí por casi 15 años. Ello le daba una gran ventaja el día de la invasión. El señor Hernán García Ruíz advierte:

    “Había varios aviones antes del 20 de diciembre. Uno de reconocimiento, que es un avión grande de un platito arriba, que es como un … ¿Usted ve los DTV?. Andaba altísimo y otro delgadito. Los otros grandes … los de carga, los que toman para saltar en paracaídas, los C-130. De esos, había los que pasaban sobrevolando y el que sí andaba permanentemente, casi de noche, de día, era el de reconocimiento, el que tiene una especie de platito arriba. Ellos venían 2-3 días y sobrevolaban el área. Eso era como hacernos la radiografía. Utilizaban satélites para ver todos los puntos. Ellos sabían donde estaba todo. Lo que tenían que hacer era aéreo, no por tierra, porque por tierra si es diferente“.

    El Dr. Mario Losada, en ese tiempo estudiante del Instituto Militar General Tomás Herrera, y evoca ese hecho histórico:

    “Para esa época, por lo general nosotros veíamos un gran movimiento aéreo. Aproximadamente, unos 15 a 20 días atrás, veíamos movimientos aéreos, pero nosotros no le tomábamos interés…”

    El Dr. Jaime Chan Martínez, médico de la Base en ese momento, hace notar que entre los soldados panameños que estaban en la Base había cierta inquietud sobre la inminencia de una invasión y lo narra de esta manera:

    “Los días previos había cierto grado de ansiedad que se hacía palpable en las compañías que estaban en la Base Militar, ya sea la 6ª Compañía Expedicionaria o la 7ª que eran los Machos de Monte. Pero, los que más transmitían la ansiedad eran los Machos de Monte porque ellos tenían esa psicosis que nos iban a invadir. “Nos iban a invadir”, decían.

    De los testimonios que han sido expuestos, se puede colegir que luego del 3 de octubre de 1989, el ejército de Estados Unidos mantuvo una fuerte presión sobre las áreas estratégicas del país, donde había presencia militar panameña. Hubo vuelos de reconocimiento para detectar la cantidad y los movimientos defensivos, los tipos de armas que había en cada lugar. Para el caso en que se centra esta investigación, el lugar fue vigilado, estudiado, para preparar la invasión. Tanto era así, que para algunos soldados, esos vuelos eran, algo rutinario, el pan de cada día. Algunos no creían que se fuera a dar una invasión de Estados Unidos a Panamá, a pesar de las fuertes discrepancias que habían y que iban en aumento con el general Noriega. Para otros, el ataque era inminente. Si ello es así, ¿Por qué la Base fue prácticamente abandonada? ¿Por qué no se reforzaron los sitios estratégicos.? ¿Por qué dejaron unas cuantas unidades en la Base de Río Hato? Los soldados que fueron entrevistados también se preguntan: ¿Por qué los altos oficiales no estaban presentes? Ellos sólo mencionan a unos pocos subteniente, (Picota, Sánchez, Ríos), al teniente Beitía y al capitán García Tovar. Los demás no estaban al momento del ataque norteamericano.

    Invasión y enfrentamientos en la Base Militar de Río Hato

    Sobre la hora exacta del primer ataque a la Base de Río Hato, no hay coincidencia, lo que es muy normal en un momento tan difícil como el que se vivió en esa zona, cuando explotaron las primeras bombas lanzadas por el bombardero Steath, F17. Para unos fue las 12:30, para otros, pasada la una de la mañana y para otros, no alcanzaron a precisar la hora. Todos coinciden que fue pasada las doce de la noche, ya en la madrugada del 20 de diciembre.

    El señor Feliciano Flores, testigo de los hechos, informa que esa noche él estaba en la Base, en su dormitorio de la Escuela de Oficiales, General Benjamín Ruíz, junto con el sargento Guerra y el subteniente Sánchez y escucharon el ruido de un avión que volaba a gran altura. Ellos coincidieron que eso era algo raro, pero que era normal en esos días, porque ya los norteamericanos no respetaban el espacio aéreo panameño. En ese sentido, Flores continúa:

    “El ruido del avión se escuchaba más bajo, cosa anormal. Mi instinto de soldado me puso inmediatamente sobre aviso. Me levanté rápidamente y encendí las luces. Los demás sargentos inmediatamente quedaron despiertos. ¿Qué pasa, Flores?, me preguntaron. Yo les dije: “algo raro está pasando, escuchen a ese avión“. Rápidamente, comprobé mi equipo de combate (AK-47, 4 -7MZ) y me calcé mis botas de selva con buzo negro, que tenía puesto. Verifiqué todos mis proveedores. Estaba en eso cuando por los lados de la Expedicionaria sonó el primer bombazo, después otro y los F15, entre 4 a 6 pasaban a gran velocidad“.

    Ese fue el inicio de la invasión a la Base de Río Hato. En ese momento, los soldados que estaban allí intentaron responder a la agresión y lo hicieron con lo que tenían a mano, mientras pudieron hacer frente a todo el equipo bélico sofisticado que trajeron los norteamericanos para esa invasión. Lo primero que hicieron, algunos que estaban en el Centro de Instrucción Militar, fue ir a buscar armas a la Armería, que les quedaba cerca, y le solicitan al sargento Núñez que les facilitara algunas de ellas para poder hacerle frente a la situación.

    El sargento Guerra, a la carrera gritaba: “¡muévanse, coño! Saquen las armas. Vamos a las trincheras. Cúbranse, que nos vienen dando de verdad. ¡Ahora sí no es relajo! Yo pasé a la carrera… Detrás de mi, iba el sargento Robles, que decía: Flores, vamos a sacar una 50 mm y toda munición que podamos. Si vamos a morir, vamos a morir matando gringos hijos de (¨*… ). Llegamos a la armería que nos quedaba como a 60 metros de la barraca, le pateamos la puerta de la misma al sargento Núñez, quien todo adormilado y asustado nos preguntaba: ¿qué pasa? Yo le dije, muévete, pedazo de m … . ¿No oyes o estás sordo? En eso, dos ráfagas de ametralladora, desde un helicóptero le dieron la respuesta. Las balas picaban la puerta y la pared. Por los lados de la Expedicionario, se escuchaba el ruido ensordecedor del tableteo de la 60 mm y los cañonazos de las B-300 (tanquetas) contra los helicópteros.

    El sargento Alfonso Núñez, encargado de la Armería, corrobora la descripción de Flores en estos términos:

    “Varios compañeros sí llegaron allí y me decían: ¡Núñez: las armas, las armas, y yo, como tenía la puerta de la Armería abierta, yo estaba saliendo también. Les dije: ¡Ahí están las armas, tómenlas y váyanse, porque nos van a matar aquí!”.

    El sargento Flores sostiene que ellos, con el apoyo de una ametralladora calibre 50, intentaron responder, pero los helicópteros atacaban, se retiraban, venían los aviones a gran altura, dejaban caer las bombas, volvían los helicópteros y si encontraban resistencia, se volvían a retirar, volvía el avión, bombardea, se retiraba y volvían los helicópteros. Esa era una estrategia de ablandamiento, que al final ellos tuvieron que replegarse, buscar refugio, de lo contrario, hubiesen sido aniquilados porque los helicópteros estaban dotados de equipos infrarrojos para detectar el calor y al enemigo en la oscuridad.

    El señor Noriel Guerrero, quien estaba en la Torre de Control de la Base, especifica que como a la 1:05 de la mañana entró el avión Stealth F17 y dejó caer la primera bomba sobre el área donde estaban las compañías Machos de Monte y Expedicionaria. La segunda explosión ocurrió unos 10 minutos después. Luego, todo volvió a la calma. Unos 20 minutos después sobrevolaron dos aeronaves, tipo Hércules, subiendo a la derecha de la pista, de sur a norte y dejaron caer una gran cantidad de paracaidistas, desde una altura de casi mil pies. No se sabía si eran humanos o muñecos. Él continúa diciendo:

    “Luego de estar todo en calma, como a la media hora, sobrevolaron las mismas aeronaves en la misma dirección, franqueados dos y dos a ambos lados de la pista y dejaron caer, a unos mil pies, gran cantidad de contingentes militares con paracaídas. Así se formó la balacera entre los reductos de machos y expedicionarios con los norteamericanos”.

    Según el sargento Alex Guevara, de la Compañía Machos de Monte, los primeros paracaídas fueron lanzados en la parte norte de la pista, por donde se realizaban las ferias. Es decir, antes de la cruzar la carretera Interamericana, de norte a sur.

    En la parte de arriba del Centro de Instrucción Militar, como a tres kilómetros, estaba el Instituto Militar General Tomás Herrera, un centro educativo en donde se preparaban académicamente los llamados tomasitos, cuyas edades oscilaban entre 15 y 18 años. En ese lugar, también se sintieron los rigores de la invasión. La situación que se vivió allí, la describe el entonces sargento Urbano Batista Ortega. Él afirma que estaba de turno y era el responsable de los estudiantes de V año, en un local que le llamaban La Rural. Aproximadamente, a las 12 de la noche, escuchó un avioncito volando bien bajito estremeciendo a toda la Base. Inmediatamente, se dirigió a la Sala de Guardia y comentó lo sucedido con el sargento Santiago Henríquez, pero éste le dijo que se calmara que para esos días, la presencia de esos aviones era algo rutinario, por lo que él se acostó nuevamente.

    “Cuanto me acuesto, a los cinco minutos, asimismo fue el trancazo: ¡Bum, bum! Dije: ¡vaya la peste!, y me paré”. Él afirma que llamó a los estudiantes e intentaron abandonar el lugar, pero tuvieron que volver a las instalaciones de La Rural porque fueron atacados por uno de los helicópteros que estaban esparcidos por todo los lugares de la Base de Río Hato. Esos momentos los explica de la siguiente manera:

    “Al frente de La Rural, donde se ve la pista de aterrizaje, venían cayendo puro paracaídas, paracaídas. Yo corrí inmediatamente hacia donde estaban los estudiantes y les dije: “ey, vámonos, vámonos. Vamos a salir, ya que vienen los gringos. Nos invadieron, nos invadieron, vámonos… Y salí por ahí mismo, con ellos, por la parte de atrás de La Rural, donde estaban los patos que tenía Chalo González. Por ahí pasamos. Cuando íbamos, nos tiramos en la charca. En la charca nos bombardearon. Ahí regresamos para La Rural. Luego que se fue el helicóptero, volvimos al camino, tomamos por el sendero que va al río Farallón y nos fuimos del lugar“.

    Ese grupo de estudiantes e instructores logró abandonar el lugar, llegando a la población de Río Hato. La comunidad los recibió y los apoyó. Allí recibieron comida y vestidos. Algunos estudiantes tuvieron que salir en paños menores, a causa de la precipitada fuga.

    Por los lados donde estaban las Compañías Expedicionaria y Machos de Monte, como a unos mil metros del Centro de Instrucción Militar, la situación era más dramática. El sargento Flores, quien estaba en ese lugar, tuvo tiempo de observar que allá, “por los lados de la Expedicionaria, todo era fuego de artillería de las tanquetas, lanza cohetes tierra aire, ametralladora 50 mm, 60 mm y el tableteo de las AK-47”. En ese mismo orden, el sargento Ariel Vásquez, quien estaba de turno en ese momento en el Centro de Comando del Centro de Instrucción Militar de la Base, afirma:

    “En esos momentos, en el cielo, parecía que hubiera un avispero, lleno de helicópteros y aviones, disparando compa (se ríe). ¡Eso era una barbaridad! Esa era la situación dantesca que se vivía en las primeras horas de la invasión, donde estaban las dos compañías de combate“.

    En la pista de aterrizaje había un vehículo de combate de la Expedicionaria y fueron ellos los que se percataron del inicio de la invasión. Sobre ese particular, el entonces cabo segundo Adelino Andrés Jaén Bethancourt, comenta:

    “Mi puesto asignado era la pista de Río Hato, en donde estaba el árbol corotú. Allí había una caseta. A eso de las 11:00-11:30 p.m., nosotros sentimos un ruido extraño en el aire y me dijeron que era un contingente de aviones, dando vueltas. Llamo al Cuartel Base, que estaba en la Expedicionaria, y pregunté qué era lo que pasaba. Me dijeron: ¡mantenga! Pregunté: ¿Disparo? Me contestaron: No, mantenga. Cuando oí el primer ‘cuetazo’ , que era un proyectil de mortero que cayó en la Expedicionaria, ya no aguanté,. Comencé a disparar balas al avión que estaba soltando a los paracaidistas.

    Ese primer enfrentamiento duró aproximadamente unos siete minutos, porque rápidamente fueron atacados por un helicóptero. Luego, se trasladaron al Centro de la Base, a donde estaba la Expedicionaria. Adelino Jaén continua explicando que “cuando llegamos al cuartel, apenas nos bajábamos de la tanqueta cuando un rayo láser partió el vehículo en dos. … Al bajar, ahí encontramos a un compañero muerto, producto del ataque de los helicópteros“.

    Sobre la situación que se vivió en el área donde estaba ubicada la Compañía Expedicionaria, se rescató la experiencia de cuatro soldados de esa misma Compañía, quienes fueron protagonistas de esos encuentros iniciales. Uno de ellos, Hernán García Ruíz, explica que a la una de la mañana fue despertado por las unidades que estaban de turno:

    ”Todos corrieron hacia las trincheras, pero en ese momento cayó la primera bomba. Él tomó una ametralladora y comenzó a disparar a un helicóptero que pasaba en la penumbra, pero un compañero lo tomó de la camisa y le dijo: “¡Métete, que te van a matar! ”.

    El entonces cabo primero Alberto Baúles, de la Compañía Expedicionaria, narra que, en esos momentos, el subteniente José Ríos, siguiendo instrucciones de su jefe, el capitán Tomás García Tovar, le había ordenado tomar un vehículo (tanqueta) y reforzar los retenes que había en la pista de aterrizaje. Él dice que al momento de ir a buscar el aparato que se le había asignado, escuchó un ruido que parecía de un avión en vuelo, pero que no logró verlo. Se perdió por unos segundos. Luego, continúa relatando:

    ”Cuando dejé de escuchar el ruido, a los pocos segundos, lo primero que escuché fue una explosión de una bomba. Parece que el avión había dejado caer una bomba y de inmediato se fue la luz. Comenzó la reacción. En pocos segundos, cayó una bomba más, cerca del tanque macho… Yo voy a movilizar el vehículo del hangar para dirigirme a la Sala de Guardia. Cuando cruzo la carretera, siento un impacto que todavía, a ciencia cierta, no sé qué clase de granada era. La misma le pega en la parte de atrás del aparato, en el escape. El vehículo brinca y cae. Cuando vuelve a brincar, debido a la detonación, yo salí disparado del vehículo y rodé aproximadamente 10 metros”.

    Al referirse a esos primeros momentos del ataque del ejército de Estados Unidos a las instalaciones de la Base de Río Hato, en la madrugada del 20 de diciembre de 1989, el señor Enrique Paz explica que él entró de turno a las 12 de la noche y se ubicó en la parte de atrás de la Compañía Expedicionaria, con una ametralladora calibre 50. El señor Paz, describe la situación de la siguiente manera:

    ”Hubo un período, como de 20 minutos o media hora, que fue cuando empezó todo. En ese momento, entraron los helicópteros … y aviones C-130, que estaban tirando paracaídas. Yo me activé, tomé mi ametralladora y la cargué. Iba a disparar, pero la misma se trabó. Salí del lugar, fui a donde el armero que estaba en la Sala de Guardia. Él fue conmigo a calibrar la ametralladora, pero no se pudo. Luego, entraron los helicópteros y me dispararon un misilazo que cayó como a 50 metros de donde yo estaba. Yo desarmé el arma y me fui. Llegué a la Sala de Guardia y nada más estaba el armero. Todos los demás se habían replegado. En ese instsnte, llegó el compañero Baúles, quien pensó que me habían matado“.

    Sobre los primeros momentos del ataque, el señor Sergio Navas sostiene que “los primeros impactos cayeron detrás de la Expedicionaria, donde estaba la refresquería y el segundo, cerca del Motor Poll. Posteriormente, el sargento Catalino Domínguez llegó con el subteniente Picota… El sargento Domínguez se subió en la ametralladora y comenzó a dispararle a los aviones cuando de pronto sentimos un gran impacto que cayó sobre Domínguez”. Ese fue uno de las víctimas fatales de la invasión a la Base de Río Hato. En total, fueron cuatro los que murieron en la madrugada del 20 de diciembre en esa área, según la contabilidad de los propios miembros de las ex Fuerzas de Defensas ubicadas en la Base de Río Hato.

    Los testimonios recogidos demuestran que la primera reacción de los soldados de la Base, ante el ataque, fue responder. Es posible que por falta de información, se ha difundido la falsa versión que los soldados panameños, ante la caída de las primeras bombas, todos salieron huyendo. Esta investigación prueba que en la Base, muchos de ellos le hicieron frente a los modernos helicópteros traídos a esa misión por Estados Unidos, derribando algunos de ellos y causando bajas a la infantería, como tendremos oportunidad de explicarlo en mayor detalle en el libro que publicaremos próximamente. También tenemos información que otros sí se replegaron inmediatamente, porque, como me dijeron, “era imposible luchar contra esa tecnología”.

    En otras palabras, los pocos soldados panameños que estaban en la Base y que pudieron reaccionar al ataque norteamericano, lo hicieron dentro de situaciones difíciles. En primer lugar, sobreponerse a la sorpresa y segundo, tener la ubicación correcta y segura para poder repeler una agresión emprendida con lo más sofisticado del armamento norteamericano, tal como eran los F17, helicópteros Apache y Cobra, más la cantidad de soldados que cayeron en la Base, tal como lo han descrito algunos de los soldados. Por eso, se retiraron a Río Hato, donde algunos se reunieron para organizar una guerrilla, pero por falta de liderazgo y la ausencia de oficiales de alto rango, decidieron abandonar la idea, sobre todo, cuando supieron que Noriega se había entregado.

    Miedos y rumores en Farallón y Río Hato durante la invasión

    El historiador francés Jean Delumeau, en su obra El Miedo en Occidente, explica que “en nuestros días, son incontables las obras científicas, las novelas, las autobiografías, las películas que hacen figurar al miedo en sus titulares. Curiosamente, la historiografía, que en nuestro tiempo ha roturado tantos dominios nuevos, ha descuidado éste”.

    Recogiendo esos comentarios del eminente escritor de las mentalidades y luego de escuchar a algunos testigos sobre los miedos que ellos experimentaron durante la invasión del 20 de diciembre de 1989, esta parte de este artículo se centrará en describir, de acuerdo con los testigos, el miedo y la angustia que se vivió en ese lugar.

    El francés George Lefebvre, en su obra El Gran Pánico había dicho que frente a una situación crítica… los miedos y rumores se convierten en acciones masivas. La situación que vivió la población de Farallón la madrugada del 20 de diciembre se asemeja a la pintura elaborada por Goya, El Pánico, en la que se observa a “un coloso cuyos puños golpean en vano un cielo cargado de nubes, parece justificar el enloquecimiento de una multitud que se dispersa corriendo en todas las direcciones”. En el caso de Farallón, el coloso del Norte, con sus aviones, sus helicópteros, golpearon a la Base de Río Hato y dispersó a la población humilde de Farallón, en todas direcciones. Ellos buscaban refugio y seguridad ante la incertidumbre que se vivía.

    La señora Elizabeth Prado Wong, refiriéndose a ese miedo colectivo que vivió Farallón, sostiene que ese día “vivimos tiempos de angustia y desesperación… Siempre se dice que El Chorillo porque puso los muertos, pero también nosotros pusimos la angustia y la desesperación de vivir una guerra para la cual no estábamos preparados para que pasara”. La señora Julissa Vásquez narra que cuando escucharon los primeros estruendos de las bombas, la primera reacción fue huir hacia lo más lejos del pueblo, hacia la Boca de Río Hato. Al igual que ella, muchas otras personas salieron de sus casas, sin saber a dónde ir.

    “En el camino, nos encontramos con muchas personas que caminaban como hormiguitas decía yo, se chocaban porque no sabían para dónde ir. Nosotros le explicábamos a todo el mundo, vámonos hacia abajo porque es el lugar más lejos de la Base”. La mayoría de las personas que vivían cerca de la Base huyó hacia el sur, buscando escapar de las bombas que en esos momentos caían en gran cantidad en ese lugar”.

    La enfermera Vásquez, al referirse a la misma situación angustiante que vivieron en esa madrugada, explica:

    “… Nosotros vivimos una madrugada que yo decía que no iba a amanecer nunca. Fue una madrugada bien, bien larga. ¡Demasiada larga!, diría yo. Nosotros decíamos que no iba a amanecer. Cuando estábamos allá, veíamos por encima de los árboles. No sé si por los nervios, sentíamos que las balas nos pasaban por arriba, hasta que nos dio el amanecer”.

    La señora María Luisa Ponce, de igual manera, sostiene que al percatarse del ataque a la Base, su primera reacción fue salir de su casa y dirigirse hacia el sur de la comunidad, llena de miedo. Hoy, rememora ese episodio:

    “Todos dejamos las casas. Abandonamos todo. Eso fue algo horrible, espantoso. Nunca en mi vida yo había visto eso. La gente corría, no sabíamos a dónde ir. Usted hubiera visto cómo las balas pasaban. Nosotros recogimos a todos los niños y nos fuimos al final, donde la familia López, y nos quedamos allá”.

    Los miedos de la señora Ponce los confirma Hilma viuda de Vásquez, cuando dice que ella estaba tranquila en su casa cuando escuchó las bombas por los lados de la Base. Se paró asustada y preguntó a su esposo qué estaba pasando. ¿Es que llegó la guerra? En ese sentido, destacó:

    “Yo salí con todos los niños que tenía ahí. Ya venía mi hija bajando de allá arriba. Ella vivía allá arriba, una que es enfermera (Julissa) estaba encinta, asustada, y nos fuimos hacia abajo. Nosotros veíamos a los aviones que venían bajito, bajito y nosotros con miedo, nos cubríamos como podíamos y pasábamos bien rápido y cuando llegamos allá abajo, nos quedamos donde la señora Hilda de Borbón”.

    Las personas tenían miedo porque los aviones venían del mar y pasaban prácticamente por encima del pueblo y también porque las bombas caían muy cerca de la comunidad. En esos momentos nadie sabía lo que estaba ocurriendo, a quién atacaban ni quiénes atacaban. El pueblo fue sorprendido mientras dormía. Por eso, la sorpresa y el pánico por lo que estaba sucediendo. Se temía por la vida propia, por la de los hijos y también por los esposos, porque muchos de ellos trabajaban, ya sea en la Expedicionaria o en los Machos de Monte. La señora Astebia Samaniego comenta:

    “Cuando eran las 12 de la noche, nosotros sentimos que las casas se nos venían cayendo encima. Eso era un tropel, una cosa muy grande, grande… ¡Usted viera.! Eso era… todo el mundo, la gente corría de aquí,. Nosotros corrimos de aquí. Mis hijas estaban chiquitas… Entonces… sentíamos los aviones”. Sin embargo, su hermana comenta que ella, a pesar del miedo que sentía, no se quería ir de la casa, hasta que su esposo, quien trabajaba en la playa, como Macho de Monte, no volviera.

    Las declaraciones de Astebia han sido confirmadas por su hermana Hermelinda, quien en forma muy gráfica describe la situación que se vivía entonces en la comunidad de Farallón, de la siguiente manera:

    “Yo le decía a mi hermana, cálmate, cálmate que a él no le ha pasado nada. Cálmate, cálmate…, pero esa mujer no tenía consuelo. Ella gritaba, gritaba y gritaba, hasta que en una de esas logré sacarla de la casa. Los chiquillo estaban asustados y parecíamos puros pajaritos temerosos cuando nos decían: ¡vienen los gringos! ¡Nadie por ahí…! Debido a ello, todo el mundo salía por el otro lado del río, huyendo… Nadie se quedó en casa. Nosotros cerramos. Tuvimos que irnos de la casa, luego que apareció el marido de mi hermana”.

    La señora Nidia López, refiriéndose al comportamiento colectivo de la gente durante la madrugada de la invasión, recuerda que oyó los estruendos de las bombas que estremecían su casa. Luego, vio gente corriendo diciendo que desalojaran las casas. Ella comenta que “Nos pusimos en alerta y nos llenamos de miedo porque de ver tanta cosa, tantos aviones y después la gente huyendo. La misma gente de las Fuerzas de Defensas, huyendo por aquí… ”.

    La subteniente jubilada, Florinda Cristian de Samuels, refiriéndose a ese tema certifica los hechos:

    “Cuando oí la primera detonación, porque se oyó algo tan fuerte, que yo le dije a mis hijos: vamos a salir porque los voy a llevar a ponerlos a salvo, para regresar. Pero, al ver que era demasiado, cuando pasaron por aquí hablando, gritando, salgan, salgan de las casas porque estamos invadidos, ahí yo cogí a los muchachos, a mis hijos y me fui. En la calle, encontré a varios niños y me los llevé para un lugar seguro”.

    Para la señora Fedelina Gaona, la madrugada del 20 de diciembre fue “una verdadera pesadilla, en el sentido de que despertamos todos con las bombas. Un enorme avión tiró muchísimas bombas ¿qué quedó? ¡Eso se llevó el agua, la luz… ¡todo, todo..!”

    La profesora Eyra Torrero considera que, incluso antes de la invasión, la gente tenía cierto temor por las declaraciones que había dado el general Noriega a la prensa, hablando mal del gobierno de Estados Unidos. Luego del inicio a la invasión, ella dice que la población se asustó, porque habían esos rumores y el descontento de Estados Unidos. La docente piensa que “la gente tenía miedo, ya que allí no se sabía en realidad cuál era la intención de los norteamericanos. Como habíamos quedado a merced de ellos, la gente tenía el temor que de repente los matasen. Había una incertidumbre muy grande, porque no se sabía. Por eso, nosotros abandonamos la casa y nos fuimos”.

    En el caso de los estudiantes del Instituto Militar General Tomás Herrera, a quienes también sorprendió la invasión, es necesario advertir que vivieron momentos angustia. Aquí se puede aplicar lo que en su momento decía Delumeau:

    “El miedo tiene un objeto determinado, al que se puede hacer frente. La angustia no lo tiene, y se la vive como una espera dolorosa ante un peligro tanto más temible cuanto que no está claramente identificado: es un sentimiento global de inseguridad”. Consecuente con esas apreciaciones del historiador francés, Cristóbal Espinosa, un estudiante “tomasito“ afirma que al llegar los soldados norteamericanos a la barraca donde ellos se habían escondido y al escuchar que habían tirado una granada, se llenó de rabia. Idicó que “en ese momento, en esos segundos, te pasan tantas cosas por la cabeza, te acuerdas de tanta gente. Me acordé de mi papá, de mi mamá… Dije: ¡Dios mío, hasta aquí llegamos!”.

    El Dr. Mario Losada, también estudiante del Instituto Militar, recuerda que los soldados les dijeron que se tiraran al suelo o les disparaban. “En esos momentos, como todo cristiano, dije: bueno, Señor, perdona mis pecados y si nos vas a llevar, llévanos al cielo, porque hasta aquí llegamos. Yo no vi en ningún momento ninguna señal de que nos iban a dejar libres”. El estudiante Losada afirma que, en otro momento, la angustia lo embargó, ante la inseguridad del destino que les esperaba, cuando les ordenaron subir a un avión norteamericano:

    “El 21, nos dicen: bueno, ustedes cogen rumbo de aquí… Nosotros quedamos sorprendidos y preguntamos: ¿ahora qué van a hacer con nosotros?, ¿nos van a matar? Pensábamos que nos iban a acribillar allí mismo, a fusilar. Vimos bajar un avión Hércules y fue la primera vez que monté un avión en mi vida”.

    Mientras eso sucedía en Farallón, en Río Hato, las personas estaban inquietas porque no se sabía lo que sucedía en la Base. Por lo tanto, la desesperación comenzó a apoderarse de las personas que tenían familiares allá y que no sabían qué suerte habían corrido. En ese sentido, son reveladoras de la angustia que se vivía, las declaraciones de la señora Gladis Vissueti de Bolívar quien sostiene que ella se despertó al oír explosiones en la Base y se preocupó por la suerte de su hijo, quien laboraba en esa zona. Ella, con mucha preocupación dice que en ese momento abrió la puerta de su casa y se sentó en una silla a pedirle a Dios que lo que estaba pasando, que no siguiera sucediendo. Ella explicó que muchas personas intentaron llegar hasta la Base, pero les fue imposible hacerlo.

    La historiadora Pamela J. Stewart y Andrew Strathern, sostienen en su libro Brujería, Hechicería, Rumores y Habladurías que “en todas las sociedades, los rumores y las habladurías forman redes de comunicación en las que se manifiestan temores e incertidumbres y en las que se expresan de forma encubierta o se eliminan abiertamente los desafíos contra las estructuras de poder existentes”.

    En Río Hato, luego de la invasión, comenzaron a correr toda clase de rumores, lo que inquietó más a la población. Uno de los que más insistente sonaba, era aquel que decía que abandonaran sus casas y se fueran para un lugar seguro.

    La señora Fulvia Vissueti, dice que su mamá llegó a la casa de ella muy nerviosa y le dijo: “vienen unos gringos por las casas, vámonos, que tenemos que irnos para la escuela, que la gente tiene que irse. ¡Allá, en la Loma Abajo, no hay nadie. La gente, todo lo dejó y se dirigió al Ciclo, en la Escuela!”. En ese momento, ella estaba cenando con sus hijos, pero dejaron de comer y se fueron. La señora Dionisia Arenas dice que ellos salieron hacia la escuela, debido a que “pasaron avisando que nos fuéramos para allá, porque iban a bombardear una casa de por aquí (señala hacia el sur donde vivía el entonces mayor Del Cid) y después nos caía para acá y el ruido nos iba a afectar”.

    ¿Quién dio la orden de desalojar?

    Nadie sabe, por qué ir a la Escuela. Tampoco nadie sabe. Nunca supieron por qué tuvieron que desalojar, ni qué autoridad dio la orden. En esos días, no había autoridad en el pueblo. Fue el rumor que corrió y tras él, la gente que comenzó a sentir miedo y éste hizo ver y sentir peligros más allá del mundo real. Las personas de la comunidad veían el peligro “gringo” por todos lados y por eso veían y sentían que las tropas norteamericanas venían tras de ellas.

    La señora Fulvia comenta que en otro momento la mamá le vuelve a decir que “venía otra gente por allá, por la quebrada de nuevo y dije: ¡Ay, Dios mío! Bueno, vamos a cerrar la puerta y nos quedamos aquí… pero no fue cierto porque usted sabe que a veces la gente comenta quizás vinieron, pero no llegaron hasta las casas”.

    Finalmente, uno de los temores más generalizados que se corrió por esos días fue que en aquella casa donde hubiese un miembro de las Fuerzas de Defensas, asesinarían a toda la familia. Por eso, muchas personas, tanto en Farallón como en Río Hato, se deshicieron de todos esos objetos, fotografías, diplomas, o algo que los identificaran con esa Institución. Tanto en Farallón, como en Río Hato, las esposas, madre, hijos y familiares desaparecieron todos aquellos objetos que tenían en sus casas. Las enterraban, las tiraban en las letrinas, al río o al mar, porque los rumores corrían por todas partes.

    En ese sentido, la señora Fulvia Vissueti, resume esa situación de la siguiente manera:

    “Mi hermana quemó los retratos, ¡tan bonitos que estaban! Las fotos cuando él ganó y todas esas cosas… por el temor ese que decían que llegaban a las casas y donde había policías mataban a la familia, así que mi hermana quemó todo eso, sino los recuerdos estuvieran… ” Esa misma angustia vivió la familia del señor Gerardo Rivas, quien pertenecía a los Machos de Monte. Su cuñada, explica:

    “Lo que nosotros hicimos, fue con todo y el susto que teníamos,. Cogimos todas las cosas de él y las enterramos. Abrimos unos huecos, así en el patio y enterramos todo lo que era Kepi, cosas de su trabajo, sus botas”. Los ejemplos se pueden repetir por decenas, todo por el temor a las represalias, difundidas por los rumores. Muchas personas, incluso profesionales, en cualquier parte del país quemaron libros, por temor a las represalias.

    Conclusiones:

    Luego de realizada esta investigación sobre las experiencias de la invasión en Farallón y Río Hato, se pueden extraer las siguientes conclusiones:

    En primer lugar, que dentro de las llamadas Fuerzas de Defensas había un descontento, por lo menos, dentro de la tropa, por la situación que se vivía en el país, como lo era la falta de dinero circulante para pagarle a los empleados públicos, e, incluso, a ellos. A los integrantess de la institución armada se les pagaba con retraso y con bonos. Al momento del ataque, a ellos se les debía la primera quincena de diciembre y el décimo tercer mes. En la Base, luego del 3 de octubre, había desconfianza, tanto del general Manuel Antonio Noriega hacia una de las compañías que allí había, como entre las propias compañías. Es posible que esa misma situación imperase en el resto del país, víctima de la desinformación y de la guerra psicológica desatadas desde Washington. .

    El instituto armado de Panamá no estaba preparado, ni equipado para enfrentar en igualdad de condiciones una tecnología militar como la utilizada por el ejército norteamericano en aquella oportunidad. Ello sucedió en la Base de Río Hato, donde los soldados que reaccionaron a los primeros ataques se percataron que sus armas eran poco efectivas para derribar a los helicópteros blindados y aviones que los atacaban. Por esa razón, luego de algunos minutos, unos, y horas otros, tuvieron que abandonar el lugar ante la incapacidad de detener la avanzada norteamericana.

    A ello, se sumó la falta de coordinación para poder organizarse. Al final, la tropa quedó sola. El Alto Mando, como confirmaron los propios soldados, desapareció. Ello causó una decepción entre quienes hicieron frente a la agresión militar extranjera.

    La población de Farallón fue sorprendida por la invasión en la madrugada del 20 de diciembre de 1989. Es por ello que el pánico, el miedo y la angustia se apoderaron de esa comunidad, que al igual que en la pintura de Goya, El Pánico, la gente comenzó a correr hacia todos lados, en busca de seguridad. Sin embargo, pese a esos primeros temores, la población femenina se organizó para proteger a sus maridos y hermanos. A algunos, los disfrazaron para escapar de los invasores y evitar que fuesen capturados por las tropas norteamericanas.

    En Río Hato, la población se solidarizó con los estudiantes y soldados panameños que abandonaron la Base. Algunas personas les proporcionaron ropa a los combatientes que llegaron semidesnudos, les proveyeron de comida y los curaron. Ese hecho demostró la cooperación firjada entre la comunidad y los soldados, porque muchos de ellos tenían familia en el lugar. Tras la invasión, corrieron rumores que en alguna medida aumentaron la angustia colectiva ante posibles bombardeos de represalia en áreas pobladas.

    La amarga experiencia que vivió el país, en especial en esas dos comunidades, fue innecesaria. La invasión demostró ser un acto atroz del intervencionismo.

    Bibliografía:

    » BLOCH, Marc, La extraña derrota. Barcelona: Editorial crítica, 2002.
    » DELUMEAU, Jean, El miedo en occidente. México, D. F.: Editorial Taurus, 2008.
    » FONTANA, Josep, ¿Para qué sirve la historia en un tiempo de crisis? Bogotá, D.C.: Ediciones Pensamiento Crítico, 2003.
    » LEFEBVRE, George, El Gran Pánico de 1789. Barcelona: Editorial Paidós, 1986
    » STEWART, Pamela y Andrew Strathern, Brujería, Hechicería, Rumores y Habladurías. Madrid:
    Ediciones Akal, 2008.
    » Revista Lotería nº 399, octubre-noviembre de 1994.
    » La Prensa, diciembre de 2004.

    Testigos:

    » Arenas, Dionisia, entrevista realizada en Río Hato, el 25 de enero de 2011, ama de casa.
    » Batista Urbano, 22 de febrero de 2011, Penonomé, Subteniente jubilado.
    » Baúles, Alberto, 4 de febrero de 2011, Penonomé. Subteniente Jubilado.
    » Chan Martínez, Jaime, 1° de marzo de 2011, Antón. Médico General.
    » Cortez, Rodolfo, 11 de Febrero de 2011, Farallón. Teniente de la Policía Nacional.
    » Espinosa, Cristóbal, 9 de febrero de 2011, Penonomé. Negocio propio.
    » Flores, Feliciano, 12 de enero de 2011, Penonomé. Subteniente Jubilado.
    » Gaona, Fedelina, 22 de febrero, Farallón. Ama de casa.
    » García, Hernán, 17 de enero, Penonomé. Subteniente jubilado.
    » García, Leandro, 22 de enero, La Mata, Las Guías de Oriente. Subteniente jubilado.
    » González, Paz, Luís, 12 de junio de 2011, Penonomé. Docente.
    » González Mora, Lucinio, 12 de enero de 2011, Penonomé. Subteniente jubilado.
    » Guerrero, Noriel, 6 de febrero de 2011, Los Pollos, Río Hato. Controlador de tráfico aéreo.
    » Guevara Alex, 2 de febrero de 2011, Antón. Teniente jubilado.
    » Jaén, Andrés Adelino, 31 de enero de 2011, Penonomé. Subteniente jubilado.
    » López, Dalia, 11 de febrero de 2011, Farallón. Ama de casa. » López, Nidia, 11 de febrero de 2011, Farallón. Ama de casa.
    » Losada, Mario, 18 de febrero de 2011, Penonomé. Médico General.
    » Navas, Sergio, 27 de enero de 2011, Penonomé. Subteniente jubilado.
    » Núñez, Alfonso, 6 de febrero de 2011, Los Pollos. Subteniente jubilado.
    » Paz, Enrique, 11 de febrero de 2011, Farallón. Subteniente jubilado.
    » Ponce, María Luisa, 22 de febrero de 2011. Farallón. Ama de casa.
    » Prado Wong, Elizabeth, 22 de febrero de 2011, Farallón. Ama de casa.
    » Samaniego, Astebia, 11 de febrero de 2011, Farallón. Ama de casa.
    » Samaniego, Hermelinda, 22 de febrero de 2011, Nuevo Farallón. Ama de casa.
    » Samuels Florinda de, 11 de febrero de 2011, Farallón. Subteniente jubilada.
    » Vásquez, Ariel, 21 de enero de 2011, Penonomé. Teniente jubilado.
    » Vásquez, Hilma, viuda de, 11 de febrero de 2011, Farallón. Ama de casa.
    » Vásquez, Julissa, 1° de marzo de 2011, Antón. Enfermera.
    » Vissueti Bolívar, Gladis de, 25 de enero de 2011, Río Hato. Ama de casa.
    » Vissueti, Fulvia, 5 de febrero de 2011, Río Hato. Ama de casa.

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