Ballet Nacional de Panamá y sus bodas de oro

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Bailarines del Ballet Nacional en escena.

Por Moira Reyes D.
Seguidora del ballet

Desde que me llegó por vía de las redes sociales la noticia de una EXPO-fotográfica, como parte de la celebración de los 50 años del Ballet Nacional de Panamá, me entusiasmé muchísimo. Siempre he sentido que el ballet y yo, de alguna manera crecimos juntos. Yo, como una habitual, pero simple espectadora.

Aún tengo en mi memoria las primeras funciones a las que asistí en el Colegio Javier. Entonces, yo tendría unos cuatro o cinco años de edad, no más. Ver a esas bailarinas que durante la función parecían verdaderas muñecas de porcelana, ataviadas con hermosos vestidos brillantes, adornados con piedras de colores y que yo luego intentaba confeccionar a mis muñecas sin mucho éxito.

Asimismo, admiraba a esos caballeros, quienes algunas veces lucían elegantes casacas, y, en otros casos, se mostraban en el escenario con los torsos desnudos. Algunas veces, eran príncipes en mi mentecita infantil. Con ellos, deseaba casarme cuando fuese grande (adulta).

Esa primera ocasión en la que mis padres me llevaron a una función de ballet en el Teatro Nacional, fue una verdadera experiencia cultural.

Fuimos recibidos por unas elegantes y muy amables señoritas que me atendían como persona “grande”. Ellas tomaban los boletos, entregaban “unos libritos” —los programas de mano— y antes de guiarnos a los puestos correspondientes le preguntaban a mi papá y a mi mamá si tomarían una copa, señalando a un lado el área del bar. Una vez ubicados en nuestros puestos, yo no podía dejar de contemplar el techo pintado y adornado con una enorme lámpara.

Repentinamente, sonaron timbres con los que de inmediato la gente se apresuraba a concluir sus conversaciones y poco a poco el silencio y la oscuridad iba envolviendo el lugar. De pronto, la música retumbó en mi pecho, mientras se abría lentamente el telón y yo, al mismo ritmo, me transportaba a un mundo mágico. En el escenario, el baile se daba “a plena luz del día” y, en cuestión de minutos, ya era de noche. Sin darme cuenta, estaba viviendo un maravilloso cuento.

Mi fascinación por el techo aumentó cuando, concluido el espectáculo, mis padres decidieron ir a felicitar a los bailarines. De pie, en el escenario, me impresionaron las gigantescas “cortinas” —telón de boca— lo que hizo que dirigiera la mirada hacia arriba y vi la enorme parrilla con todo ese montón de aparejos.

Recuerdo ver, en particular, a un señor a un lado, junto a unas cuerdas y poleas. Por la expresión de su rostro, me pareció que había concluido un reto maratónico. Sin embargo, no era el único con señales de agotamiento. Noté a varios operadores que aún no dejaban de andar de un lado para el otro, rapidito.

Mientras mi papá saludaba, felicitaba, y conversaba, yo descubrí el área de los camerinos (abajo) y las escaleritas que me parecían de juguete en las que vi subir a un par de “princesas”. Ahora, me pregunto cuántas se habrán resbalado, lastimado y así bailaron en el escenario.

En uno de esos episodios, observé a una señora que recogía hilos, agujas, piedras, rodeada de vestidos, telas, entre muchos materiales. Descubrí a una costurera. Sólo rememoré, de ese momento, a la señora delgada de cabello recogido. Como me enseñaron desde pequeña a no hablar con gente extraña, frené mi primer impulso de pedirle que me confeccionase un vestido como el de esas princesas que bailaban. Recuerdo haber escuchado risas, casi carcajadas, que venían de arriba. Subí las escaleritas y vi a todas las princesas que habían bailado. Eran muchas. Sus rostros parecían diferentes, pero sus vestidos, vistos más de cerca, seguían pareciendo los más bellos que había mirado. Me hicieron soñar.

Más grande, como a los diez u once años de edad, uno de los lugares que me resultó más interesante en el teatro, era el área de galería. Desde allí, divisé a todas las bailarinas y sí que parecían muñequitas de porcelana, delicadas. Se podía ver de cerca la impresionante lámpara y la pintura artística en el techo. También, desde allí, era posible acceder a un cuartito pequeño, casi secreto, en el que estaba una consola desde la que se manejaban las luces y el sonido. Al área de galería, se ingresaba a través de una puerta que se hallaba al costado, fuera del teatro. Pero, ya no pude ir a ese lugar más que en esa ocasión.

Durante un intermedio en el programa, mi papá me permitió acompañarlo y fuimos a un hermoso salón al que no había ingresado antes. Me sentí como una visitante en Versalles —al llegar al foyer—. Todos estaban de pie, con un vaso o una copa en sus manos, degustando algunos canapés y conversando. En fin…

Con todos esos recuerdos en mi mente, y otros más que me reservo para no someterlos a lo que seguramente sería una lectura demasiado larga y casona, he acudido a la expo-fotográfica 50 AÑOS DEL BALLET NACIONAL DE PANAMÁ.

Me gustó muchísimo ver una veintena de fotos, de algunas de las que fueron primeras bailarinas y que ciertamente aportaron en favor de lo que ahora conocemos como Ballet Nacional de Panamá.

Alcanzar 50 años de ballet, se dice rápido, pero ha sido producto de un cúmulo de esfuerzos muy comprometidos. No creo exagerar si digo que casi heroicos, por ofrece al país Cultura, en general, danza y, en particular, ballet, con bailarines verdaderamente apasionados, como corresponde, pero además libraban otras batallas, sobreponiéndose a los estigmas de la época.

Niñas haciendo de cuerpo de baile, quienes se lucían acompañando a destacadas figuras invitadas, dejaron el nombre del Ballet Nacional en alto, y no pocas veces recorrieron el país con entusiasmo. La mayoría dedicó sus vidas desde distintos ámbitos a su querido ballet. Personas que desde sus puestos como funcionarios públicos comprometidos aportaron en positivo, al igual que lo hicieron algunas desde el sector privado. Otras, sin bailar, también entregaron años de trabajo e, incluso, su juventud, una valiosa cuota que no debemos olvidar.

Todos merecen que nos detengamos a reflexionar y a investigar en profundidad. No cabe duda de que esos granos de arena chocados en la dirección correcta, han sido de tan extraordinario valor que aseguraron que el país y su gente tengan la posibilidad de ver la danza. Todos y cada uno merecen reconocimiento, porque permitieron celebrar los 50 años del Ballet Nacional de Panamá. Se lo ganaron.

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