Allen Weisselberg y la Caja de Seguro Social

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Allen Weisselberg, durante el juicio. (Foto: REUTERS/Carlo Allegri).

Por Ricardo Stevens

No tienes por qué conocer el nombre ni al hombre de este nombre; y no te lo habría “traído a mientes“ (recordarlo), si no es por una específica afirmación del juez en Nueva York, al condenarlo el 10 de enero a cinco meses de prisión, que debe cumplir en Rikers Island, un mundialmente notorio centro penitenciario de alta seguridad.

Allan Weisselberg es o, más bien era el director financiero (CFO) de The Trump Organization, habiendo escalado peldaños desde 1973, hace cinco décadas, en los tiempos de Fred Trump, el finado padre de Donald Trump.

En la investigación, que se le realizó por fraude en perjuicio de los contribuyentes del estado de Nueva York, Weisselberg aceptó un acuerdo de culpabilidad por 15 delitos con los que evadió el pago de aproximadamente 200.000 dólares en un año, en el que recibió, a cargo de su empleo, un lujoso apartamento en Manhattan, sobre el río Hudson, el leasing de dos autos Mercedes Benz, muebles, estacionamiento, pago de escolaridad para sus nietos, sumas sobre las que él ni su empleador tributaron al erario, una actividad que fue realizada por más de 15 años.

Fue condenado a cinco meses de presidio, pero pudieron ser quince años, lo que se evitó por un acuerdo de culpabilidad, el pago retroactivo de dos millones de dólares por impuestos, intereses y otras penalidades, además del compromiso, ya cumplido, de declarar honestamente, como testigo del estado, en juicios iniciados contra empresas de Trump.

El magistrado del caso

El juez Juan Merchan, quien presidió el juicio, dejó manifestado que, sin los compromisos del acuerdo de culpabilidad, él habría sido mucho más severo con el encarcelamiento, que la mayor ofensa de los crímenes reconocidos por el infractor, movidos por avaricia, fue la fabricación fraudulenta de planilla de empleo que incluyó a su esposa por 6.000 dólares, para que ésta pudiera acceder a los beneficios de la Seguridad Social.

Piensa lo subrayado… Revuelve la mirada y seguramente sentirás espanto, o quizás estés “cochado” (acostumbrado a los golpes) y tengas por recurrente y normal que aquí haya demasiados empleadores que encasqueten a cuanto parásito tengan entre parientes, amistades, queridas y demás lastre a la planilla del Seguro Social, lo que ciertamente es una agresión contra el sistema. En más de una grave e insultante manera, no trabajan, sino que sangran y chupan del trajín ajeno, se benefician del servicio de salud y de medicamentos colectivos de los obreros y obreras, cuando bien habrían podido pagárselo en el sector privado; y tan o más grave, se hacen de pensiones por gravidez, por incapacidad y por vejez, por montos superiorísimos a los de los hombres y mujeres que a diario se rompen el alma, se revientan el cuerpo y el intelecto para solamente lograr un mal vivir. Eso, como dijo el juez, es ofensivo, y merece, no solamente cárcel, sino más cárcel.

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