Albricias sanitarias

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Ciudad de la Salud de la Caja de Seguró Social (CSS)

Por Juan Carlos Mas C.

Tal vez, deba pedir disculpas a mis colegas sanitaristas, pero la mente es poderosa y la información de la promocionada puesta en funciones de la Ciudad de la Salud me hace dar vuelo a los sueños y, encerrando en ellos la existencia, o no, de los promocionados servicios y recursos  que se dice tener, me pongo a pensar que, si esa afirmación es cierta,  esa ciudad hospitalaria debe crecer  y crecer para cubrir con su manto protector toda las necesidades: las actuales, las crecientes y las surgentes de todo el país; entonces me imagino que la respuesta encarnada en esa disponibilidad omnipresente del renombrado  hospital se ha de facilitar con cuatro grandes supercarreteras que cual una gigantesca X conecte las cuatro esquinas del país con el referido centro: Una carretera que viniendo desde Guabito, en los confines tico panameños, pase sobre montañas y llegue al mítico Hospital del Centenario; otra que viniendo desde Puerto Armuelles pase cual flecha hasta el mágico  hospital; otra que lo haga desde Jaqué; y la otra desde Puerto Obaldía; ya no  necesitaremos incomodas  detenciones en unidades periféricas y todo ha de resolverse y contenerse en la magna obra recién inaugurada.

Parece patas arriba ¿verdad? Es cierta esa impresión caudada en el lector, porque siempre hemos sostenido la tesis universal del sistema sanitario concebido como una pirámide de amplia base sostenida sobre una red que ofrece atención de primer nivel y en la cúspide una cima reducida con atención de niveles complejos, específicos y especializados.

Expliquemos que se trata de un concepto estratificado de la oferta de salud como si fuera un frente de lucha, en donde la vanguardia o avanzadilla deben ser muchas unidades cercana al objeto de nuestra atención que es la población a la cual conocemos en su diario vivir y laboral y por tanto deben ser pequeñas unidades concebidas con responsabilidad poblacional para un conjunto de ciudadanos lugareños cuya magnitud debe oscilar entre 3000 a 5000 personas; esa vanguardia se soporta en la variada oferta situada en un segundo nivel que son las policlínicas y centros de salud (en la actualidad algunos las denominan equivocadamente como de primer nivel); y la retaguardia hospitalaria es concebida como un robusto soporte en función de las posibilidades de las vanguardia. Después de eso, nada más, y recordemos que la retaguardia obligada de un hospital es el cementerio.

Alguno que quisiera justificar la construcción de mega-hospitales podría incursar en el recuerdo de Porras y su mega obra del Santo Tomas, lo que nos obligaría a defender a Don Belisario contextualizando su obra ya que esta tenía, además del obvio propósito sanitario, la necesidad de dejar atrás la caricatura de país y por lo tanto su visión y objetivo se traducía en obras  necesarias y muy visibles que albergaban la aspiración de  ser proyectos trascendentes para la consolidación de una nacionalidad en ciernes. No existía entonces el concepto de unidades sanitarias que antecedió a los centros de salud, lo más que se podían encontrar eran los dispensarios.

En nuestra contemporaneidad la construcción de mega-hospitales sin una amplia base de sustentación nos hace recordar a Fidel Velázquez, dirigente sempiterno de la Central de Trabajadores Mexicano en los largos años de la monarquía priista; eran tiempos presididos por la ficción de que los gobiernos eran producto de la voluntad de la clase trabajadora y esa ficción la escenificaba Fidel Velázquez, quien anunciaba a la nación quien iba a ser el próximo candidato a presidente “por la voluntad de la clase trabajadora”. Una vez levantado el brazo del ungido Don Fidel se volvía hacia el oído del favorecido y le recomendaba “en tu gobierno construye y construye, gasta mucho cemento que algo te queda”.

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