45 años de la firma de los tratados Torrijos-Carter. ¡Viva Panamá!

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Firma de los Tratados del Canal en Washington, en 1977.

Por Fernando Rodríguez.
Periodista

“Yo no quiero entrar en la historia, quiero entrar en la Zona del Canal”, Omar Torrijos Herrera

Un anhelo que hoy está vedado para la mayoría de los panameños, por no decir a todos. Tierras e infraestructuras de las que se han apoderado consorcios nacionales y extranjeros, impidiendo a la mayoría de la población gozar de la filosofía y el espíritu que llevó a la firma de los Tratados Torrijos-Carter. Aún no ha sido alcanzado el objetivo de Torrijos: “Hacer de la Zona del Canal el mayor uso colectivo posible”.

Hoy, me lacera en lo más profundo de mi ser, ver cómo el patrimonio canalero ha quedado en manos de unos cuantos poderosos que usufructúan el legado histórico de muchos nacionalistas. El grupo de aprovechadores lastima la conciencia de panameños que no la pueden disfrutar esos beneficios, porque en muchos lugares de la antigua Zona del Canal les está prohibido entrar, hasta circular y, en algunos casos, no pueden ingresar si no tienen los recursos económicos para hacerlo. ¡Tamaña afrenta, Pablo Pueblo!, ¡Pobre Panamá!

Si yo fuera una persona con poder político, entre los proyectos y legados que hubiese dejado, figuraría la construcción de un complejo habitacional llamado “Villa Soberanía”, donde pudieran vivir de manera digna y decorosa y a un precio justo de venta, los descendientes de los mártires de la gesta de enero de 1964 y todos aquellos patriotas que con su lucha y sacrificio coadyuvaron a la recuperación de la llamada “Quinta Frontera”.

Esa Villa sería un ejemplo de orgullo y de dignidad para la mayoría de los pueblos latinoamericanos y cada edificio lo bautizaría con el nombre de cada país que nos ayudó en la recuperación de nuestra soberanía. De igual forma, para dejar un legado a las futuras generaciones construiría una “Ciudad Universitaria”, con la finalidad de albergar a jóvenes de escasos recursos, quienes serían becados, para que, con su dedicación a los estudios, pudieran vivir y acceder a universidades en la ciudad capital.

“Gobernador, embajador de qué, gobernador de dónde”… ‘¿Gobernador de qué?’, dijo Omar, ante la multitud reunida en la plaza 5 de Mayo.

Hoy, en las riberas del Canal no hay gobernador, hay empresarios que controlan y se enriquecen con ese legado histórico. Tierras que muchas veces han sido cedidas o vendidas a centavos y “guayabas”, pero a la mayoría de los panameños se le niega el derecho de disfrutar esas riquezas.

Hoy, en esa Quinta Frontera gobiernan los poderosos cuyos antepasados se opusieron a la lucha por recuperación del Canal de Panamá. ¡Habrase visto! Este es nuestro pequeño Liliput.

Hoy, Panamá debería estar de fiesta. Todos los panameños deberíamos vestirnos de Patria, ver este día como nuestra segunda independencia, la reafirmación de la soberanía total. Sin embargo, pasa inadvertido como si fuese un día más. El Día de Brujas o Halloween tiene mayor eco en esta indolente sociedad. ¡Pobre Panamá!

Al paso que vamos, las áreas revertidas sólo serán un recuerdo histórico, como decía nuestro más laureado e insigne poeta Ricardo Miró en su poesía Patria: “La patria son los viejos senderos retorcidos que el pie, desde la infancia, sin tregua recorrió, en donde son los árboles antiguos conocidos que al alma le conversan de un tiempo que pasó”.

Un pretérito reciente por el que lucharon muchas generaciones de panameños y que hoy en día está en mano de los descendientes de quienes vendieron nuestra soberanía por un par de dólares y de consorcios extranjeros. Hoy, incluso, para dirigir el Canal y su directiva, se perdió el pensamiento filosófico de Torrijos sobre “La aristocracia del talento”.

Muy pronto, los panameños seremos peregrinos en nuestro propio territorio conquistado con orgullo y dignidad.

“Revuelvo la mirada y a veces siento espanto cuando no veo el camino que a ti me ha de tornar… ¡Quizá nunca supiese que te quería tanto, si el Hado no dispone que atravesara el mar!“, sentenciaría el eximio poeta Miró.

Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.

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