“Mirar y creer”

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“Mirar y creer”

Un proyecto fotográfico en escenarios urbanos de dos ­megalópolis emblemáticas de América Latina, Ciudad de México y Buenos Aires, nos devela las nuevas religiosidades en las precarias y efímeras comunidades de lo urbano.

La devoción se define por su carácter íntimo, los espíritus son invisibles, la religiosidad no se deja fotografiar. Lo que podemos aspirar a mirar es lo que de ella se materializa y manifiesta en público, sus actos y huellas en la vida cotidiana, los rostros y cuerpos que la practican.

Veremos en las series de Frida Hartz y Verónica Mastrosimone, de las cuales se muestran aquí fragmentos, que las visiones distan de ser homogéneas. Su escenario son dos de las megalópolis emblemáticas de América Latina, la Ciudad de México y Buenos Aires. Son ciudades efervescentes e hipermodernas, sin duda, a la vez que desbordadas y fragmentadas por pobrezas y exclusiones.

Las fotógrafas nos llevan, cada una en su ciudad, a recorrer cultos callejeros, sacerdotes y fieles en acción, inscripciones en los muros y en la piel, sincretismos culturales, iconos y signos, santos y santas deambulando por las calles, en el barrio y la colonia popular, la villa de emergencia o el asentamiento. Sobre todo, nos enfrentan con un abanico de miradas, melancólicas unas, desafiantes y escépticas otras, vulnerables todas.

Hubo, al principio de esta exploración visual, que se inscribe en el proyecto Global Prayers*Redemption and Liberation in the City (https://globalprayers.info), dos inquietudes: ¿qué quedó de los espíritus movilizadores de aquel cristianismo liberador, comprometido con los pobres, de los años setenta? Y ¿en qué creen hoy, después del colapso del monopolio católico, los habitantes de las zonas precarias de estas urbes? Según los propios actores, la noción de “liberación” se ha complejizado, ya no se refiere solamente a las ataduras materiales del mundo exterior, explotación y opresión, sino que abarca cada vez más las necesidades de afecto, sentido y celebración.

Lo religioso se ha diversificado de múltiples maneras: de la profecía de un futuro mejor, más justo, hacia las necesidades del día a día, del materialismo histórico al milagro cotidiano. Los santos tradicionales como san Judas Tadeo o san Cayetano se han vuelto iconos pop de los jóvenes urbanos, al mismo tiempo que se van popularizando los santos díscolos, como el Gauchito Gil en Buenos Aires o, el más reciente de los nuevos cultos, la Santa Muerte en México. A diferencia de otros credos, la Flaquita, a decir de los devotos, recibe sin prejuicio a cualquier pecador. Además ofrece, según la antropóloga Laura Lee Roush, un “espacio afectivo”, de contención efímera, para todo tipo de “traumados”.

Y es justo en lo no resuelto de las sociedades donde nos encontramos, contra todo pronóstico, con la memoria viva de aquella teología de la liberación. En los rincones marginados, donde algunos curas aún hoy se dedican a predicar la transformación social. O también en la violencia desbordada del México actual, donde no parece ser casual que muchos de aquellos que ponen su voz y cuerpo para frenar esta nueva guerra sucia tengan su arraigo en este catolicismo profético. Reconocemos ahí, una voluntad asombrosa por creer y así trascender un presente traumático.

Son los espíritus invisibles de la actualidad, vinculados a las más diversas urgencias de salvación y transformación, los que nos develan las imágenes de Hartz y Mastrosimone. Mirando sus fotos, uno llega a pensar que quizá la fe no es, en primer lugar, una cuestión de afiliación religiosa, sino que tiene que ver con poder ver más allá de lo visible. Y que la magia urbana, del aquí y ahora, no radica sólo en aquellos ritos y rituales que pueden parecer exóticos, al menos para el extraño, sino que descansa sobre todo en la magia fundadora de la coexistencia: las precarias y efímeras comunidades que se hacen y deshacen a cada instante en nuestras ciudades.

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