La vuelta al mundo para escapar de los problemas

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Cuando el genial escritor francés Julio Verne escribió la novela La vuelta al mundo en ochenta días (Le Tour du monde en quatre-vingts jours), jamás imaginó que algún día ese argumento podría ser ajustado como anillo al dedo al medio panameño, en el que los frecuentes viajes al exterior son parte del estilo de gobierno.

Las constantes salidas y entradas del país del jefe de Estado panameño evocan el relato de aventuras de un viajero empedernido y su ayudante, apodado “Picaportes”, Sin embargo, a diferencia de la entretenida obra literaria, los viajes de naturaleza desconocida al exterior generan dudas sobre los objetivos del oficialismo.

Al igual que en el pasado, el país es objeto de presiones políticas y económicas externas, para colocarse en el redil hemisférico de los sometidos, sin que la población tenga plena conciencia de los niveles de subordinación y de la elevada dependencia que alejan, a Panamá de los proyectos integracionistas en Latinoamérica.

Sin poder romper el nudo gordiano que bloquea la salida a una crisis institucional, agravada por la falta de propuestas, los representantes del órgano Ejecutivo se han sentido más cómodos al eludir el clima de protestas a través de excursiones al exterior, que los convierten en viajeros frecuentes, mientras la población reacciona indignada.

En los últimos meses, los escándalos de corrupción han revelado los innegables niveles de deterioro del Estado y la subordinación de la política exterior a intereses antinacionales. Todo ello sugiere la ruta de escape a los problemas y el uso de mecanismos de distracción, que sirven a acuerdos y componendas con intereses foráneos.

Viajar lejos también es un comodín en materia política, una especie metáfora en la que la excursión en sitios recónditos del planeta sustituye al debate obligatorio, serio y oportuno en tiempos de crisis, para sacar al país del atolladero y recuperar el prestigio perdido.

La deshonra y el escarnio que afectan a los panameños no se curan ofreciendo el suelo patrio a capitales financieros internacionales sin compromiso con el desarrollo. No se puede confiar en mandatarios autócratas que se dedican a hacer turismo, mientras que el pueblo lastimado exige justicia ante el latrocinio y los abusos de poder.

El estilo de dejar el país alborotado no va tener, seguramente, un final feliz, como en los Viajes de Gulliver, Alicia en el país de las maravillas y Peter Pan. Los problemas son más reales que en los cuentos infantiles, como para tapar el sol con un pasaje aéreo. El presidente que viaja en primera clase debería aceptar esa verdad.

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